En febrero de 1948 apareció el primer número de Cuadernos Hispanoamericanos, dirigida por Pedro Laín Entralgo, un intelectual adscrito al grupo en torno a la revista Escorial, que fundó junto a Dionisio Ridruejo, de ideología falangista pero de tendencia liberal pues intentaba tender un puente entre la cultura nacional de entonces y la que había sido años atrás con la República. Dos años antes Enrique Canito fundó Insula, y que tuvo desde los inicios como colaborador a José Luís Cano, que tomó el relevo como director en 1982, revista de alto prestigio porque tenía como colaborador, en todos los órdenes, en la sombra a Vicente Aleixandre. Es curioso que uno, que ha visto caer tantas y tantas revistas culturales, entre ellas El Urogallo, de la que me encargué durante dos años porque su director, José Antonio Gabriel y Galán, estaba gravemente enfermo, vea como dos de las más antiguas, en realidad las más antiguas, sean las únicas que perduran, convirtiéndose en decanas de las revistas innúmeras que por ahí pululan de manera precaria. Hay que decir que la salud de estas dos citadas está por ahora a prueba de bomba. Hay que felicitarse por ello.
Ahora, en este mes de febrero, Cuadernos Hispanoamericanos, que dirige desde 2012 Juan Malpartida, poeta, narrador, crítico y traductor, André Breton y Tom Eliot se encuentran entre sus autores versionados. Dentro, que es lo que importa, amén de una entrevista con MVLL, realizada por Javier Serena, hallamos artículos de Jorge Edwards, Nélida Piñón, Félix de Azúa, Muñoz Molina, Eduardo Mitre, Blas Matamoros, Rafael Argullol, Héctor Abad Faciolince, aparte de un dossier sobre las letras peruanas que pasa por ser referente, haciendo honor a los que Cuadernos ha realizado en estos setenta años de existencia, y que van desde Marcel Proust a Vicente Alexandre pasando por Mallarmé, William Blake, Juan Benet, José Ángel Valente.., vale decir, un número que hace honor a la efemérides que celebra y que, a la vez, no es nada extraordinario con respecto a otros números pues cada uno de ellos es único a su modo, algo raro en nuestro panorama cultural, las más de las veces sujeto a esquemas muy previsibles y donde lo que se lleva es casi norma obligada.
Pero conseguir tamaña calidad supone un largo camino muy medido y pensado y pesado en ese lento hacer de la corrección entre acierto y error. La altura de sus directores ha sido definitiva para ello: Pedro Laín Entralgo, Luís Rosales, José Antonio Maravall, Félix Grande, Blas Matamoros, Benjamín Prado y Juan Malpartida y cada uno de ellos ha aportado un modo de enfrentarse al panorama cultural que se ha revelado con el tiempo acertado. Así, la labor de apertura, no exenta de riesgos, que realizó Rosales con números dedicados a Antonio Machado y Pablo Neruda; así, el aggiornamiento que llevó a cabo Félix Grande en unos años en que lo que se llevaba era el prestigio de la Revolución cubana; así, la incidencia en la cultura extranjera que impulsó Blas Matamoros; así, ese equilibrio entre ofrecer lo mejor de una literatura joven junto al análisis de autores ya consagrados junto a una entrevista que se quiere referente y ofrecer cierta respuesta coherente a los retos actuales, tal la creación de una página web, como está llevando a cabo Juan Malpartida. Todas estas aportaciones han hecho de Cuadernos Hispanoamericanos una revista de alto prestigio en el ámbito de la investigación académica y que goza en los paises americanos hoy día de cierta leyenda en otros tiempos sólo atribuibles a la Revista de Occidente, de Ortega y Gasset o Vuelta, de Octavio Paz.
La razón de ello quizá estribe en que cumple con esa máxima que Malpartida dice que aprendió de Octavio Paz, la creación de un pensamiento crítico que se resuelve en creación. No es poco, pero hay en Cuadernos Hispanoamericanos un requisito que hace de ella una revista acorde con la educación sentimental de un individuo, es una revista que acompaña toda una vida. Yo, por ejmplo, que tengo pocos años menos que cumple la revista, puedo afirmar que es la única, junto a Ínsula, que me ha acompañado toda la vida. Y esta razón puede parecer baladí, pero no lo es pues acompañar una vida entera como uno de los referentes culturales de la misma no es en modo alguno algo que se de con frecuencia. En cierto sentido es un privilegio de cosecha rara, como lo fue para una generación francesa la NRF.
Cuadernos Hispanoamericanos cumple setenta años y la cosa continúa. Tal y como se derrama la tecnología en estos tiempos cabría suponer unos Cuadernos Hispanoamericanos en la próxima década que yo no sabría quizá reconocer pero que de seguro estaría acorde con los tiempos que es algo que con frecuencia nos ha faltado en España salvo salvíficos períodos. Y eso es lo importante.
Setenta años… y una revista eminentemente cultural. La cosa parece milagro.