Lucho Albornoz (Zarate, Buenos Aires, 1967) es herrero y escritor. Hace poco publicó su segundo libro Sentí que te cuento y antes Charlas de galpón (Sofía Ediciones, 2015). Dice Albornoz que la escritura prácticamente lo salvó de una etapa difícil en su vida. Se declara un escritor sentimental. Sus lecturas favoritas han sido las de Eduardo Galeano, Dolina Sacheri y Roberto Fontanarrosa por su escritura directa, sencilla y sin vueltas.
El libro Charlas de Galpón reúne historias de tu ámbito de trabajo, ¿qué mundo encontramos en Sentí que te cuento?
En realidad, Charlas de Galpón es un libro de relatos que tienen que ver con mi infancia, y con las de muchos de mi edad, creo que por eso la gente se enganchó con el libro, porque encontraba cosas en común mas allá del barrio o la ciudad en que naciera, siempre digo, y con mucho respeto, que es más o menos como una canción de Serrat: cualquiera que escuchemos nos parece que la escribió para nosotros.
Tengo un amigo de la juventud, Sergio Santini, gran artista plástico, que por razones laborales se fue a vivir al Chaco, así que eran frecuentes nuestras conversaciones telefónicas. A partir de esas charlas nació la idea de convertirlas en cuentos. Siempre digo que Sergio es el culpable de mis escritos. Él también es el fundador de la corriente Neobarriosa, a la que estoy adherido desde siempre. Si tuviera que describir a esta doctrina, sería algo como que venimos caminando por una vereda y si nos enfrentamos a un neobarrioso, cruzamos la calle, pero cuando lo conocemos, seguramente nos hacemos amigos.
En Sentí que te Cuento la cosa va por otro lado, si bien mantengo esa cosa sentimental, creo que este libro es distinto, es más bien un desafío. Hay mucho humor, mucho absurdo, también hay cosas emotivas y un solo relato oscuro, como para variar y que el lector no se aburra.
Pero básicamente es un libro de humor, que en estos tiempos que pasan es muy necesario.
¿Cómo es escarbar en la memoria, retroceder el tiempo y escribir?
Creo que no hace falta escarbar, las cosas están ahí desde siempre, desde que suceden, entonces las guardamos como tesoros, y cada vez que las recordamos, aparece un sentimiento. Me atrevería a decir que sucede con todas las cosas en general, hasta los recuerdos más dolorosos nos mueven íntimamente.
Después es uno quién se encarga de darle una forma, puede ser una anécdota para contar con los amigos en un asado, o puede ser un cuento escrito.
Con pasión, amor y dedicación todos podemos ser artistas.
Leí que Galeano, Dolina y Sacheri son tus favoritos, ¿porqué?
Y te falta Roberto Fontanarrosa.
Por lo que decía antes: esos tipos son Neobarriosos. Con simples palabras, sin mucho rebusque me dicen cosas muy profundas, me emocionan, con ellos puedo reír a carcajadas o cerrar la página con los ojos llenos de lágrimas.
Me hablan a mí, me cuentan las cosas como si estuviéramos sentados en la mesa del café, me escriben malas palabras, me dicen boludo, y eso me emociona.
¿Te consideras primero herrero artesano o escritor, o ambas?
Y si me pedís, puedo ser almacenero (risas).
Artista, eso soy. Desde cualquier lugar uno puede serlo.
De chico en mi barrio había una verdulería que la atendía un señor que no recuerdo el nombre, pero el tipo era maravilloso, estaba siempre contento, era un caballero, cantaba cuando pesaba la mercadería y siempre te daba yapa (si no saben que es pregunten), uno se retiraba de su negocio con una sonrisa, así hubiese llegado amargado. Un médico, que además de pincharnos el brazo con una aguja, después nos regala un caramelo, también es especial.
Eso para mí, es ser un artista.
Con la herrería pago los gastos y le doy de comer a mi cuerpo, pero con el arte alimento mi espíritu.
¿Cómo te vinculaste en la escritura?
Fue por necesidad. Tuve una época muy dura de mi vida, a la que decidí enfrentarla por otro lado, en lugar de quedarme en un rincón llorando, salí a hacerle frente, y lo hice a través del arte, primero con las esculturas, después con los cuentos. Te puedo asegurar que me salvaron la vida.
¿Alguna técnica en especial para escribir?
No tengo ninguna. Participo de algunos talleres literarios, y de ahí voy nutriéndome más que nada por respeto al lector.
Lo mío pasa por las emociones, quien me lee no va a encontrar ninguna rebusque literario ni nada parecido, escribo con el corazón, y eso se siente. Me he encontrado con gente que ha leído Charlas de Galpón y me comentaron que se rieron, o se emocionaron o se acordaron de su infancia, y eso para mí es un premio.
Me pueden decir que soy mal escritor, pero nunca me van a acusar de farsante o mentiroso.
Y como siempre digo.” Venga conmigo que lo llevo a pasear, pero además nos vamos a detener a mirar el paisaje.
Y de yapa, va un cuento
Sentí que te cuento
OLVIDO
En pleno uso de mis intactas facultades mentales, puedo aseverarle que su nombre ya no vive en mis remembranzas y que aquel lunar que ostentaba en su omoplato derecho ha caído en el ciego agujero del olvido.
En mis momentos de ocio, trato de memorizar el primer beso que le robé al abrigo de las sombras del gomero que habitaba su vereda, ese seis de agosto, a las veinte horas, con catorce grados de temperatura y una humedad ambiente del setenta por ciento, pero como le digo, no puedo, no me viene.
Hurgando en el arca de la memoria no puedo hallar el boleto de entrada a su corazón, ese que me ofreció aquella vez que me tomó de la mano y me invitó a pasar la noche en sus sabanas aromadas con la loción a jazmines de su piel.
Por eso, ante semejante sucesión de hechos contundentes y la irrevocable e irrefutable línea de pensamientos lógicos, le aseguro, sin margen alguno de equivocación, que me he desecho para siempre de su recuerdo.
Una pena le digo, porque usted podría haber formado parte, ya que no de mi presente, por lo menos, de mi pasado.
VALENTINA
Yo tenía por costumbre, sentarla a la mesa frente a mí, y convencerla de que poseía el maravilloso don de la magia.
Y le repetía una y mil veces el mismo truco.
Le desaparecía una moneda.
Y se tornaba todo más espectacular porque ella participaba en dicha treta, en vivo y en directo.
“Señoras y señores ante ustedes el gran mago desaparecerá esta moneda, la cual viajará a otra dimensión”.
Ella esperaba ansiosa.
Me subía las mangas, dejando el antebrazo desnudo, y en él frotaba la moneda, a la cuenta de tres ella debía soplar con mucha fuerza.
Generalmente el primer soplido no surgía efecto, por lo que inmediatamente se repetía la acción.
En la segunda oportunidad el soplo cobraba la intensidad requerida y entonces ante su mirada atónita e inocente la moneda, se desvanecía.
Y se quedaba muda mirando con la boca y los ojos abiertos de par en par, como buscando una respuesta. Y yo como desafiando al mundo, como un campeón, levantando la copa.
Ese pequeño, común y ordinario momento, fue uno de los más hermosos que pude haber tenido en mi vida. Lo atesoro como una joya en mis recuerdos del corazón.
“¿En donde está?” me preguntaba ella.
“Es magia” decía yo.
Y me creía. Durante muchos años, me creyó.
Cierto día, nefasto día, cuando cerraba mi actuación, de nuevo brillante, ella me miro y me dijo: “ya sé cómo haces. La tenés escondida ahí”.
Efectivamente, la moneda estaba guardada ahí, donde ella señalaba.
Y a mí también se me revelaron las verdades más irrebatibles del universo todo: mi pequeña que ya no creería más en los magos de utilería, dejaba atrás la etapa aquella del asombro por el asombro mismo, para comenzar a maravillarse con otras experiencias, y no conforme con las verdades de los grandes comenzaría a buscar sus propias respuestas, con todo lo que eso significa.
Ese mismísimo infernal día, se me manifestó, no como por arte de magia, sino como una maléfica realidad, que mi pequeña y hermosa Valentina, dejaba de ser una niña para comenzar a ser una mujer.

Lucho Albornoz