VERÓNICA MEO LAOS

 

 

Hoy
vi a pocas cuadras de mi casa una mariposa celeste blanquecina, de
dimensiones significativas, revoloteando como a la deriva de una
vereda a la otra. Por cierto no fue ni su tamaño ni su color, de por
sí inusual, lo que llamó mi atención sino la forma en que volaba:
parecía como una servilleta que el viento arremolinaba, o un papel
barrilete tironeado por lanzas desde el cielo por quién sabe que
dioses niños juguetones. Pero no era un papel, era una mariposa
real, nunca vista antes, pero absolutamente real.

Haberla
visto hoy a la mañana me hizo acordar a otra igual que apareció de
repente un par de días atrás en Martínez, a más de 200 kilómetros
de mi casa, mientras tomábamos un licuado de frutas con una pareja
amiga. Los tres nos quedamos mirándola dudando de si se trataba de
un papelito que se mecía con la brisa del río o si no se trataba de
una mariposa de mentira. Todo entre small
talks
,
o charlas pequeñas, en apariencia triviales, que podrían haber sido
un banquete para un psicoanalista del barrio de Palermo.
Me
siento frente al ordenador con intenciones de empezar un relato pero,
no hay caso, estoy en medio de un bloqueo creativo. Síndrome de
página en blanco, el horror de sentarse frente a la planicie muda de
una hoja A 4 que como la vida misma, no nos dice nada, sino que nos
acecha esperando a que le demos algún sentido. No lo sé, pero lo
cierto es que no se me ocurre nada.
Puede
que la inspiración hunda sus narices en la vida misma pero, no hay
caso, nada parece ser inspirador; ni los carteles publicitarios de la
comunicación de un mundo feliz lleno de sonrisas de local de comidas
rápidas, con gigantografías de jubilados pletóricos de alegría
ante la promesa del cobro de sus haberes, ni el televisor de las
estaciones de subterráneos de la ciudad de Buenos Aires que exhibe
jóvenes agradecidos por la excelencia del servicio de subtes. Aun
cuando spot
publicitario es interrumpido por un mensaje de los empleados de la
empresa concesionaria del servicio portavoces del despido ignominioso
de 300 trabajadores de un diario de gran tirada y circulación
nacional porque, según ellos, los medios masivos iban a silenciar la
maniobra abusiva. Todo ello ante los pasos ligeros que iban y venían
por los túneles y la mirada que apunta al vacío que
hace-como-si-no-nos-viéramos de los transeúntes urbanos.

 

Ni
siquiera la alegría de una canción anodina de los años setenta,
con estribillos pegajosos y repetitivos de esas que hacían bailar a
los jóvenes de antaño con pantalones oxford, melenas batidas y ojos
impregnados de delineador negro frente a las pantallas de una
televisión en blanco y negro pudo sacarles una sonrisa a las miles
de personas que como hormigas autómatas caminábamos en hilera rumbo
a la superficie. Lo más curioso es que el túnel que comunicaba el
subterráneo con el nivel anterior a la calle, que en el pasado
reciente era un espacio de tránsito, un mero pasaje de abajo hacia
arriba en el nadie reparaba, ni podía detenerse a hacerlo porque las
escaleras mecánicas lo trasladaban a uno irremediablemente hacia
arriba. Pero ahora, no. Ahora, ese pasaje es un túnel con sentido
estético y móvil. Es como encontrarse en un resonador magnético de
pie y en movimiento, envuelto en un semicírculo con imágenes
selváticas que invitan al espectador móvil cuyos pies están
quietos a conocer las maravillas de la provincia de Tucumán. Y en
esos pocos segundos que dura el trayecto hacia la superficie, las
imágenes verdes envolventes prometen abrir paso a otra realidad al
final del túnel. Pero no lo logra, todo vuelve a ser lo mismo que
abajo pero arriba, como Hermes Trimegisto, ¨lo que es arriba es
abajo¨, idéntico olor a subte, idénticos gestos inexpresivos,
idénticos rituales cotidianos.
Viajar
de vez en cuando a la ciudad de la furia, tras muchos años de
habitar un pueblo chico, me permite mirar con ojos de extrañeza los
cambios que -como dice el refrán- son como el agua que pasa
desapercibida para los peces. Quizás por eso de ser un pescado en
aguas ajenas, o de no poder desprenderme de la extrañeza infantil,
pero lo cierto es que Buenos Aires se me antojó más triste que
antes. A fuerza de comunicar tanta alegría, el oxímoron presagiaba
una atmósfera pesada a punto de estallar de desinterés y hastío.
Y
en medio de la desatención cortés, el pasar como si nadie viera a
nadie pero saberse vigilado constantemente, una mariposa blanquecina
pendía del aire moviéndose de manera espasmódica de arriba hacia
abajo, pero sin agitar sus alas, sino agitándose toda ella en su
cuerpo sutil y casi transparente, sacándome de la letanía de lo
cotidiano por causa de su fragilidad. Sin embargo, la página en
blanco volvió a hundirme en su planicie. Todavía no sé qué
historia contar, creo que me voy a dormir a ver si al levantarme se
me ocurre algo.
Mañana
será otro día.

 

Verónica Meo Laos, periodista cultural, escritora y docente. Entre
otros trabajos ha publicado con Agustina Padula, Sueños de trascendencia profana.
De la monumentalidad a las cenizas. Una reflexión del caso del cementerio de
Dolores.
Editorial Académica Española, 2012, y con Gabriela Urrutibehety y Juan
Carlos Pirali, Tras las huellas de Girondo. De muertos y revivos yóes (2011)
ImagoMundi, Buenos Aires. También es la autora de Vanguardia y
renovación estética. Asociación Amigos delArte (1924 – 1942)
. (2007)
CICCUS, Buenos Aires. Colabora en el suplemento cultural de El Imparcial
de Madrid, La Capital de Mar del Plata y la revista Hábitat.