La inspiración es siempre una constante lucha entre el ser que escribe y el que transcurre, entre el agua azucarada de los sueños y la buenaventura de la palabra precisa. Miguel Costantino es escritor, maestro, motoviajero, y sus textos tienen las geografías de las rutas que ha atravesado. Asaltado en el camino por musas, sirenas y duendes guías de arco iris llenos de versos al final del destino, cada viaje o huella de amor es, muchas veces, o casi siempre un pretexto para volver a zarpar del puerto de la rutina hacia territorios inhóspitos.

Mientras redacto la nota, al igual que un mar embravecido contra una embarcación pequeña, escucho de fondo el rumor de los versos del poeta, que van tomando forma en el telar invisible de lo inefable.

Proclamo tu piel oscura

bajo el maquillaje de la flor.

Murmuro como el río,

en lengua difícil de comprender,

los susurros invernales

que alimenten tu raíz.

 

“En la guardia del hospital de Santa Isabel escribí un poema para mi madre. En un recreo, hace más de veinte años “El Ser”un cuento para mi hijo Facundo. Alwirtu Maki Lampa, un gran maestro que tuve hace muchos años decía que la inspiración no existía, que el poeta sólo era una persona sensible que olía lo que sudaba la comunidad. A veces te llega más fuerte, a veces estás con menos olfato”.

 

 

En Fernández Oro, un pequeño pueblo de Río Negro, en la Patagonia Argentina, formó parte hace un tiempo de un grupo de hacedores de la palabra. Con buenas repercusiones, lograron establecer una mirada distintiva del acto poético, con los colores de una estación de ferrocarril convertida en centro cultural, al compás de una vía de tren calcinada por el sol y los perfumes honrosos del pasado. “Eramos un grupo de ateos todopoderosos que jugábamos a ser Dios aunque no llegamos nunca a escribir como los creacionistas” rememora Miguel Costantino con ironía.

Entre varias circunstancias vividas, recuerda asistir, con el grupo literario, a la Facultad de Medicina, de la Universidad Nacional del Comahue, invitados por la Doctora Angélica Cores. Allí brindaron una charla de poesía y un taller a futuros médicos que en ese entonces cursaban primer año con el objetivo de sensibilizarlos. La palabra tiene un don sanador fueron algunas de las enseñanzas de una experiencia muy particular.

 

Brilla opaco el sol del mediodía

y el amarillo abandona el lugar.

Vuelvo a verte y a nombrarte,

pero no sé donde estás.

Y los avatares del papel son muy parecidos a las rutas, infinitos como la vida misma refiere el autor que de imprevisto hace aparecer el cielo estrellado de la Patagonia Norte. Entre Aluminé y Zapala se pueden apagar las luces de la moto y dejarse invadir por la bocanada de claridad. “Hasta en un camino me persiguió la luz mala, fue en La Pampa” describe asemejando , en mi pensamiento, a la persecución emprendida por Tadeo Isidoro Cruz para capturar a Martín Fierro.

Otra de sus pasiones es sumergirse en la memoria. Como si se corriera el telón del cielo, después de una larga lluvia, hace brotar las palabras del Quechua, una por una en esta suerte de entrevista y en sus clases también, anudándolas al igual que los Incas que construyeron edificios enteros para escribir la historia y llevar la contabilidad de esta forma. “Esas estructuras funcionaban de manera musical, como los engranajes de una cajita de música”.

Miguel Costantino

 

Explica.“El Quechua, es un idioma originario de América similar al latín para los pueblos europeos, y, según sus hablantes, representa una cultura milenaria, colectivista y cósmica. Un idioma aglutinante y muy dulce de pronunciar”.

“La lengua trae el latido, el ritmo de la tierra y de sus habitantes”. Afirma Costantino

Y húmedo en tu raíz, quiero ser fruto

que late en tu savia hasta estallar

y besar en cada lluvia de llanto ancestral

semilla latente, alimento germinal.

“La poesía es un instante y al fin y al cabo qué es la vida sino un compendio infinito de instantes”. Insiste. “Está en todo, sólo que a veces no la vemos, o somos incapaces de construir las palabras que la nombren, la palabra sagrada”.

La vocación empuja el corazón hacia afuera a medida que avanza la poesía por el alma hasta la voz. “El rol del escritor siempre fue muy fuerte, al plasmar tus ideas en la palabra escrita abandonamos el nomadismo intelectual. Al escribir plantas una bandera”.

Miguel Costantino está en Chilecito, la Rioja, “la perla del oeste” hoy ya muy lejos de los largos inviernos patagónicos. Es la segunda ciudad de la norte provincia argentina, donde brinda clases y según describe con calores muy sofocantes durante el verano.  “Una ciudad con fuertes raíces religiosas, se celebra patronales y los carnavales son muy coloridos”.

¿Y quién dice que no puedo ser un cóndor? ¿No ven mis alas extenderse, no ven este aspecto de ángel gris?¿Y quién dice que sí soy un cóndor?¿Puede alguien negar que vuelo?¿¡No lo ven, acaso están ciegos!? Y si soy un cóndor ¿quién puede negar mi ternura?

 

 

En su trabajo docente, genera maravillosos encuentros entre los lectores (alumnos) y los autores acompañado siempre por equipos muy comprometidos y apasionados con la tarea, construyendo sólidos puentes de motivación y pensamiento crítico. En una oportunidad, invitó a Matías Stiep, reconocido escritor cipoleño, quien se prestó amablemente a responder todas las preguntas.

“Hoy en día el avance tecnológico nos atraviesa, negarse a eso es como cuando en la edad media se pretendía restringir el acceso a los libros. Cambia el soporte, el contenido lo agrega cada uno. Existen hermosos cuentos en youtube. Sin ir más lejos yo tengo muchos escritos en diversos blogs. Ahora juego a la poesía compaginando imágenes y sonidos o música, intento transmitir lo que sentí o viví al momento de captar esas imágenes”.