David Bowie en su último video Lázarus

Como en el microrrelato de Monterroso, pero al revés: Cuando desperté el dinosaurio ya no estaba allí. Se había muerto David Bowie. (…)

Es curioso pero la
muerte del Duque Blanco plasmó la paradoja: al morir la persona de carne y
hueso, se inmortalizó su obra. Quizás por eso algunas religiones se empecinan
en acotar a unos pocos iluminados el privilegio de la eternidad. En tanto que
para la mayoría de nosotros aquélla se reduce a dos o tres generaciones como
máximo, solo un puñado de artistas podrán trascender el tiempo y el espacio
gracias al legado de su obra. Eso sí, mientras exista un curador o un experto
que sean capaces  de ponerla en valor y rescatarla de la oquedad sin fondo
del olvido.

Bowie sabía que se
estaba muriendo y puede que haya querido cauterizar su miedo más profundo
exponiéndolo a la audiencia en un videoclip. Lazarus es el testamento
público del hombre que, en tanto ser vivo, ha llegado al final de su vida y
espera la muerte en la cama de un hospital. Pero ese ser decrépito de cabello
gris  que tiene los ojos vendados y la piel de color vela que articula los
versos como quien tiene la certeza de estar declamando su propio réquiem,
no es solo un anciano moribundo. Ese paciente aterrorizado es también su alter
ego
que, como un mimo o un pierrot oscuro y glamoroso, conjura el
final definitivo con pasos de baile mientras delinea, entre risas, el
testamento del artista.

El hombre viejo se
aferra a las sábanas blancas con ojos ciegos como quien sabe que perdió la
batalla  y quiere impedir a toda costa la partida sin retorno mientras la
cámara se va alejando hacia arriba. En la habitación hospitalaria, el
misterioso pierrot sacude su cadera como una mueca y ensaya algunos pasos
de baile. Lo mismo que el maestro Don Juan cuando desafía a su aprendiz a
danzar por última vez con la sombra de su aliado, Lazarus es el último
baile de David Bowie, la penumbra antes de la oscuridad o la luz definitiva. No
lo sabemos. Y en el momento en que el artista lo filmó tampoco lo sabía.
A partir de ahora,
cada vez que miremos el video de Lazarus, Bowie retornará a la vida, a
la misma cama de hospital simulada y volverá, una y otra vez a ensayar los
últimos pasos de baile como quien intenta ganarle la partida a la muerte. Y
nosotros, su público devoto, volveremos a tomar conciencia de nuestra propia
finitud en manos de la asepsia intrahospitalaria e intentaremos esquivar el
destino de paciente entubado en la trama de un negocio multimillonario ensayando
una coreografía  despareja como aquel viejo Ziggy Stardust alucinado que
se ríe de su propia muerte como quien lanza un escupitajo al entrecejo de la
parca.
Y quién sabe, en ese
momento, no nos caguemos -literalmente- de risa.

David Bowie en su última salida pública el 9 de diciembre 2015 en Nueva York. Foto AKM-GSI/ Splash

Verónica Meo Laos es licenciada en Ciencias Sociales y Humanidades, periodista y docente. Escribe reseñas para Los Lunes de El Imparcial de Madrid; es corresponsal de la revista HABITAT de Arquitectura y Patrimonio y colaboradora de La Capital de Mar del Plata. Premio Ensayo Fondo Nacional de las Artes 2007