Le va a meter tres tiros en la frente. Si tiene puntería. Quizás sea uno en la frente y otro en el ojo y otro en el cuello. Pero tres, mínimo. Esa certeza no era otra cosa que descaro. ¿Cómo podía asegurar lo que aseguraba? Si ni él sabía. Si nadie sabía. Ya le había dicho, “es todo, le voy a meter tres tiros”.
— ¿Es Antoine o Antonio?
— Es Antoine. Mi mamá era francesa.
— Correcto. ¿Está bien dicho Flament?
— Dígalo como quiera.
— Dígame usted. Nombre y apellido.
— Antoine Flament. Sin segundo nombre.
— Pero aquí parece que hay una inicial. Tal vez una T o una I.
— Ya le dije que es una mancha en el papel. No tengo segundo nombre.
— Con todo respeto, señor, en veinte años de oficina yo he visto muchos manchas en papeles y ninguna, jamás, se pareció a una T o a una I. Se parecen a torres de ajedrez, a la Virgen María o a unos bigotes, pero no a una T o a una I.
— Pero yo le digo que no tengo segundo nombre.
— Le voy a ser sincero, señor. Yo no creo que usted sea quien dice ser. Aquí claramente este tal Antoine tiene segundo nombre, un nombre que empieza con T o con I, que usted no conoce porque no es Antoine. Para realizar este trámite tiene que venir el titular de la documentación.
Era cerca de las tres de la tarde cuando Antoine agarró las carpetas del escritorio y desapareció por la puerta giratoria. El susurro último del empleado lo acompañó al menos hasta la cafetería de la esquina, cuando se sentó a tomar un té y a leer el diario: “usted no tiene cara de Antoine”.
— ¿Usted no me conoce, verdad?
— No.
— Mire el obituario, ¿lo ve?
— Sí.
— Observe esta foto. Estoy tapando el nombre con mi dedo. Este hombre se murió ayer. Trabajaba en una farmacia. Dos hijos. Viudo. Le gustaba jugar al golf. ¿Cómo diría que se llama?
— Norberto.
— ¿Y esta mujer? Sus compañeros de oficina la recuerdan a diez años de su fallecimiento. Linda sonrisa, dientes de visitar al dentista cada seis meses, nariz con orificios grandes.
— Gloria.
— ¿Está seguro que usted no es mago? ¿Adivino?
— Sólo soy el mozo.
— Dos de dos. A ver este: murió en un accidente de tránsito hace un año. Manejaba un taxi. Pelado, un camión lo embistió de madrugada. Seguro pasó un semáforo en rojo. ¿Para usted es un Jorge, un Daniel, un Raúl?
— Un Felipe David.
— Tres de tres. Si yo me muero ahora mismo, aquí, sobre esta mesa, si caigo sobre este pocillo de té, ¿qué nombre diría usted que aparecería mañana en los obituarios?
— Tiene voz de Juan Manuel, pero camina como un Fermín. Diría que es un Victorino, pero es diestro. Para ser Lisandro es muy bajo y para ser Morrison es algo desconfiado. Yo diría que usted es un Simón.
— Soy Antoine.
— Imposible. Antoine es aquel de aquella mesa. Refinado, cruzado de piernas, novia con mascota. Usted con mucho esfuerzo puede ser un Aníbal.
Antoine abrió la carpeta con la documentación. Fecha de nacimiento, tal. Lugar de nacimiento, tal. Localidad y dirección, tal y tal. Nombre completo… ¿Y si tenía segundo nombre? ¿Y si su madre olvidó decírselo? ¿Y si fuera sólo una inicial, sin significado? ¿Y si los documentos fueran de otra persona? ¿Y si él fuera de otro documento?
— Pero anoche dormí aquí. Habitación 112.
— La habitación 112 está ocupada por un señor desde hace tres días.
— Ese señor soy yo.
— Es la primera vez que lo veo en mi vida.
— Fíjese en el registro: Antoine Flament. Tengo mis cosas allí adentro.
— El señor Flament pidió que no se lo molestara.
— Hoy tomé el desayuno en la mesa junto a la ventana y luego, al salir, usted me dijo que llevara paraguas.
— Si quiere una habitación, la 104 está desocupada.
Antoine recordaba que su mamá le había contado que su abuelo había sido boxeador: “Antoine, l’animal majestueux”. También había sido un mal apostador: “Antoine, le stupide”. Y un digno maestro de escuela: “Antoine, l’enseignant exceptionnel”. Y que antes de morir le dijo que a su primer hijo lo llamara Antoine. Y Antoine no recordaba de él mismo más que su nombre. Abrió la carpeta con la documentación. Fecha de nacimiento, tal. Lugar de nacimiento, tal. Localidad y dirección, tal y tal. Nombre completo… “Antoine, Antoine, Antoine, Antoine”. Antoine lo repetía hasta que el nombre perdía significado, hasta que el sentido desaparecía completamente. “Antoine, Antoine, Antoine, Antoine.” Nombre completo. Nombre completo. Y un papel más pequeño, con otra dirección.
— Señor Antoine, lo estaba esperando.
— Yo no lo conozco.
— Hablamos por teléfono hace una semana.
— ¿Usted es Antoine?
— Sí.
— ¿Usted me dio esta dirección?
— Así fue.
— Pero yo no soy Antoine.
— Claramente usted es Antoine. Cabello castaño, ojos negros, un metro sesenta, camisa celeste, zapatos azules, sombrero fedora. Ya entiendo. Así no quedarán dudas: “¿alguna vez le han dado una paliza por creerse valiente?”
— “Ser valiente es siempre más fácil que ser hombre”.
— Ve, usted es Antoine.
— Pero todo el mundo dice que no lo soy.
— No haga caso. La gente quiere confundir.
— ¿Usted tiene algo para mí?
— Sí. Lo manda el jefe.
— ¿Qué jefe?
— Antoine.
— ¿Antoine?
— Sí, Antoine, el jefe. Tome.
— Es un sobre cerrado… El remitente dice “Antoine” y el destinatario dice “Antoine”. ¿Cómo sabe que no es para usted?
— Es para usted.
— Aquí dice que lo tengo que matar.
— Déjeme ver. “Su misión es matar a Antoine T”. O “I”. No se refiere a mí, mi segundo nombre empieza con D. ¿Usted no es Antoine T o I?
— Eso no es una T o una I, es una mancha. Y si así fuera, yo sólo soy Antoine, sin segundo nombre. Tal vez ni siquiera sea Antoine. Es usted. Mi misión es matarlo a usted. Usted es Antoine T o I.
— Déjeme decirle, antes de que apriete ese gatillo, que usted tiene cara de Antoine.
— Antoine era mi abuelo. No insista. Antoine es usted.
— Haga lo que tenga que hacer, pero no se deje engañar, usted es Antoine.
Alguien pidió un café con leche y unas medialunas. Afuera caía una lluvia impiadosa. El hombre había dejado el paraguas en el hotel pese a la advertencia del recepcionista. Leía el diario hasta que llegó el mozo.
— Mire el obituario.
— Ese juego me lo hicieron ayer.
— Este hombre murió anoche. Tres tiros. Barba bermeja, manos de tenaza, reloj de oro, dinero en los bolsillos, no le robaron nada. ¿Cómo dice que se llama?
— Antoine.
— Una de una. ¿Y yo?