Cuando Damon Albarn vino a la Argentina en noviembre del 1999, tocó con su banda Blur en el Luna Park. La entrada costaba $25 pesos argentinos o 25 dólares, era el uno a uno. Los afiches de Blur empapelaban toda la ciudad. Y cuando volvía a mi casa caminando por la calle Entre Ríos, los integrantes de la banda nos miraban pasar. Era tan inmensa la admiración que sentíamos que, cada vez que pasábamos por el lugar, intentábamos arrancar un afiche para llevarlo y colgarlo en la cabecera de la cama. Estaban tan bien pegados, que se rompían. Pero durante varios días mi amiga María y yo seguimos insistiendo con el único consuelo de llevarnos un pedazo de papel. Blur vendría y nosotras no íbamos a ir a verlos. Una noche sacamos un afiche entero que me llevé a mi casa, el que luego perdí en una mudanza. En aquel entonces, 25 pesos era demasiado para dos que apenas sobrevivíamos de trabajos temporarios, 25 pesos que equivalían a: catorce choripanes, cinco o seis pizzas Ugis o tres días de hospedaje en una pensión de malamuerte por Brasil y Garay.
Veintidós años después Gorillaz confirma show en el Quilmes Rock y logro comprar una entrada, claramente mi economía es otra y mi situación laboral también. Hace cuatro años que no veo a María, mi amiga de la adolescencia. El día anterior nos habíamos mandado mensaje de que nos encontraríamos en Las Heras y Coronel Díaz. Llegué allí caminado, estaba fresco y algo nublado, pero cuando las nubes se corrían estaba impecable. Caminé alrededor de siete largas cuadras, disfruté de sus edificios y locales, sus aromas a cafés de bares, rosas y peonias de los puestos de flores de las esquinas, y perfuminas con las que rocían las ropas de etiquetas. Buenos Aires tiene ese “no sé qué” que me atrapa y siempre me enamora, me llena de nostalgia y me dan ganas de volver.
Me olvidé del mundo, mientras veía pasar la gente trotando y en bikes, y gente joven paseando a sus perritos recién bañados y salidos del salón de belleza. Cuando quise darme cuenta, una chica de cabello colorado agitaba su mano desde el otro lado de la avenida. Me crucé con alegría. Nos abrazamos. Enseguida tomamos el colectivo que nos dejaría en la puerta de Tecnópolis. Sabíamos que estaríamos todo el día ahí, y planeamos comprar algunos sándwiches y algo de tomar. Pasamos por una estación de servicio y compramos. Nos equivocamos de entrada, por lo que tuvimos que llegar en un Uber. Cuando llegamos eran once cuadras de gente haciendo la fila para entrar. Me encontré a Lorena, una fans de LP con la que hablábamos seguido por WhatsApp. Cuando entramos al predio, nos palparon para que no tuviéramos elementos cortopunzantes o armas, etc. Nos tiraron los sándwiches y las botellas de agua a la basura. Luego nos colocaron unas pulseras. El predio era demasiado grande. Había una horda de fanes roqueros que se dirigían hacia el mismo lado. Éramos toda gente con espíritu alocado y contento.
A las 16:00 horas, más o menos, nos fuimos hacia el campo fans, enseguida empezaron a tocar las primeras bandas. A esa hora éramos contados con los dedos de la mano, mi amiga y yo.
Había dos escenarios frente a nosotros. Mientras preparaban un escenario, la otra banda tocaba, de manera que empezaba un show tras otro. Y a medida que pasaban las horas, llegaba más gente, la mayoría de entre 15 y 26 años con una energía envidiable. Donde estábamos nosotras, había un lomo de burro que, si te empujaban, te ibas arriba o te quedabas abajo. O con un pie en la subida y el otro en desnivel, que hacía doler la cintura. Había que hacer fuerza con los pies para que con los empujones no nos quitaran el lugar, así que estuvimos todo el tiempo haciendo fuerza con todo el cuerpo para que no nos movieran. Tocaron muchas bandas, en las que nos adherimos a los pogos, porque uno se adhiere o lo pechan como tropilla de caballos. Solo hay que estar atentos para qué lado va la ola y saltar, saltar, saltar, saltar hasta que se calman y arrancan otra vez. Fue muy divertido, era pura adrenalina.
En un momento Sol y Leticia, mi hija y su amiga, se acercaron y me dieron un vaso para que se los guardara. Lo tuve en la mano todo el pogo, nunca lo solté.
A cierta hora éramos miles y miles y cada vez más apretados. Las edades ya eran más parejas, los nuevos fans más los viejos fans de Blur y seguramente muchos estaban ahí por primera vez, muchos de ellos eran los que en el 99 no pudieron venir. Así que esta era la revancha, como decía María.
Después que cantó Las pelotas, Gorillaz apareció entre efecto de humo y luces. Los pude ver desde muy cerca. El bonito de Damon vestía un pantalón y una camisa de color rosa bebé. ¡Me emocioné tanto! ¡Tuve que esperar dos décadas para estar ahí! Los que estaban a mi alrededor fumaban marihuana, no podía escapar de eso. Durante todo el recital, pasábamos los vasos vacíos y desde adelante nos daban agua. El vaso pasaba de mano en mano. Por ahí llegaba medio vacío si el que recibía el vaso también estaba sediento iban todos tomando de a sorbito. Y otras veces venía el vaso bien cargado. Había un chico alto que me abanicaba porque me veía ahí chiquita, ahogada y falta de aire entre tanto calor humano. De no haber sido por él, me hubiese asfixiado entre la multitud.
Gorillaz dio un show impresionante, después invitó a Trueno, el rapero del momento.
Cuando terminó el show, se apagaron las luces. Nos quedamos todos en los lugares, pensando que Damon volvería; pero se fue y se fue.
Enseguida una voz en los altoparlante decía, “la salida hacia la derecha, caminen, no corran, no se empujen” y no sé cuánta indicación para que saliéramos todos ilesos de ahí. Todos encendimos los celulares para ver dónde pisábamos. Eran miles de personas intentando salir hacia la misma dirección. En el pogo perdí a María. Sol también perdió a Leticia. Me quedé en mi lugar intentando agarrar señal de wifi, fue caótico. Revisé mi celular y María decía que me esperaba afuera. Leticia, en la zona de hidratación. No podía caminar, se me desarmaba la cadera. Después de un rato que salió la primera horda de roqueros, empecé a caminar, me caí de costado al piso, una chica me extendió su mano para que pudiera levantarme. ¿Estás bien? Me duele todo, le respondí. Cuando salí a la calle asfaltada, seguí buscando a mi amiga. Estaba sedienta como nunca antes. Me volví para atrás porque vi que venían muchos chicos con botellas de agua. Me vi a mí misma como un zombi pidiendo un poco de agua. Después pasé por unos bebederos y pude beber hasta que me sentí mejor. No me iba a ir de ahí sola. Así que cuando tuve señal recibí un mensaje que decía, “estoy en el robot”. Y ahí no acabó la historia. Las dos estábamos doloridas, pero nos reíamos de lo que acabábamos de vivir.
Intentamos acoplarnos al viaje con otras personas pero nos ignoraron, deseábamos salir de ahí. No tuvimos suerte.
Fue caótico intentar agarrar internet para pedir un auto. Todos estábamos en la misma, el 4G no funcionaba. Pensamos que quizás estaría bueno ir hasta la otra estación de servicio que se veía a los lejos, cruzamos el puente como nos indicó un policía, pero cuando llegamos ahí tampoco había señal. De repente paró una combi a cargar gasoil y me acerqué corriendo a preguntar hacia dónde se dirigían, “Hasta el obelisco”, me dice el chofer.
“Espérame” le dije, y corrí para avisarle a mi amiga y nos subimos al minibús. Nos bajamos en el Obelisco. Ahí mismo había un Mc Donals. Mi amiga pidió café, yo tenía las tripas revueltas, no quería nada.