La poesía es el
lenguaje que el hombre busca utilizar siempre cuando necesita expresar lo
inefable. Los bosques, los pedregales, las mareas, las lunas fértiles que
indican la cosecha, son arrastradas por las palabras que el hombre conquista al
dar cuenta de su existencia en el amor. Frente a la inmensurable belleza que lo
rodea toma cuenta de la imposibilidad de poder describirla.
Ante esta
situación, irremediable por cierto, le ha tocado en suerte encontrarse vivo en
un determinado tiempo, inmerso en costumbres, ritos religiosos, atado a una
realidad cultural a la que debe someterse si no quiere ser desterrado. Frente a
esta indefensión absoluta, el hombre encuentra, sin embargo, en lo común con
los otros, una posibilidad de conocer lo trascendente que lo ha empujado a la
vida y para ello recurre a la poesía, a experimentar por medio de ella aquello
que no encontró en la observación metódica de los ciclos lunares.
De esta necesidad
de protección y de esta conciencia de la pequeñez de sus huesos y de su alma
nace el Salmo, que a la vez es expresión de la liturgia, del oficio religioso,
como así de lo experimentado en la contemplación del misterio, que compartido
con la comunidad se transforma en don, en una búsqueda que muchas veces es un
grito, por hacer palpable lo eterno.
Originariamente
era un canto que se acompañaba con un instrumento de cuerda, preferentemente la
lira. Son composiciones generalmente de índole lírica, si bien, no faltan entre
ellas cantos épicos, composiciones didácticas y aún fragmentos
proféticos. 
Johan Baptist Reiter. Joven leyendo, 1861
El valor de
estas oraciones reside en su sentido colectivo; están hechas para ser
escuchadas por todos los que desean preservar su identidad y perseverar en su
fidelidad al Dios creador, al Buen Pastor, que los guía hacia un futuro
provechoso. De alguna forma, es palabra que escucha el deseo del pueblo. Es una
interpretación moderna y, un poco aventurada, pero se deja entrever un profundo
sentido democrático porque en los versos se reflejan las angustias y las
necesidades espirituales de todos. Es una trenza semántica que permite
vislumbrar y forjar un destino común.
Si bien los
Salmos son recogidos y compuestos en su mayoría por el Rey David (diversos
estudios así lo estiman), constituyen una práctica constante para la
construcción de la paz del pueblo. Es un “tantear pactos de amor” a través de
la experiencia intuitiva del poeta que embelesado por el ritmo del verso
transforma la vida en esperanza. El carácter universal de estos versos es
indudable. 
David es un rey
ungido al servicio de la palabra y por la premura de sostener su gobierno se
aferra aún más a ella, con todo el pueblo a cuestas, con toda su tradición
oral, entendiendo que lo inspirado en los salmos es sólo el rumor de un cántaro
lleno de agua que se rompe para derramarse en sus manos.
“Como una primavera ardiente de noviembre, como un hombre que sube a la
cima de una montaña, el poeta escala el muro de la vida ordinaria para
sumergirse con el cuerpo y el alma en la aventura del conocimiento, en la
espesura del mundo, va buscando el salmista la expresión lograda, lo que Dios
quiere transmitir. Por las noches, a tientas, camina al encuentro y como un
peregrino en oración, empieza a escribir pequeños brotes, pequeñas flores que
acariciadas por el perfume de la lira, crecerán y serán el pan de su herencia
que mañana cenará el pueblo”.


Alfred Stevens. La dama en amarillo, 1863