Harvey Weinstein y Lindsay Lohan. Foto de Franck Robichon
En su novela corta Harvey, bien traducida por Inga Pellisa, la escritora Emma Cline cuenta las últimas veinticuatro horas de libertad de un productor cinematográfico que se parece bastante a Harvey Weinstein, antes de que se dicte sentencia en el juicio que se ha celebrado en contra suya por agresiones sexuales, acoso y violación a diversas mujeres. El verdadero Weinstein (Nueva York, 1952) fue declarado culpable el 24 de febrero de 2020, y sentenciado a 23 años de prisión.
Emma Cline escribió años atrás la novela Las chicas, que también reseñamos https://wp.me/p9fWSA-sL y que miraba a las chicas de la factoría Manson, el autor intelectual del asesinato de siete personas en Los Ángeles de 1969. Entre medias de estos dos libros, publicó uno de relatos, titulado Papi.
Harvey apareció originalmente en la revista New Yorker en junio de 2020. De Weinstein ya no se habla. Nos queda en la memoria imágenes de su detención y juicio, o mientras llegaba a la sede del tribunal con un andador, lo que le proporcionaba una apariencia de debilidad. Tampoco sé si la sentencia fue equilibrada o sirvió de escarmiento. Con el auge de la pandemia y el final del juicio, no se volvió a saber de Weinstein aunque todavía debe afrontar otro proceso penal en Los Ángeles por delitos sexuales. Volveremos a saber de él.

Emma Cline
En el fondo tampoco importa demasiado. Weinstein cumplió con un cometido, desencadenar una reacción poderosa frente a los abusos sexuales en el mundo del trabajo, algo que él debió considerar un simple intercambio de favores: Te doy este papel de protagonista en esta película y tú, a cambio, me das esto otro. Cambalache de bienes materiales por carnales. Con su caída se averió definitivamente el ascensor profesional por vía horizontal no consentido.
En la novela, Harvey no es el monstruo violador que dio origen al movimiento “Me too” ni el que ocupó los titulares de la prensa durante meses. Es un hombre que intenta convencerse a sí mismo de su inocencia y que cree que no ha hecho nada malo. Un hombre que lo tenía casi todo y lo va a perder. Un tipo con una tobillera que indica sus pasos a la policía por la casa de campo de un amigo que le sirve de residencia, cerca de Nueva York.
Harvey no se ha enterado de que los tiempos han cambiado. Se dice a sí mismo que eran las actrices las que se mostraban agradecidas por su generosidad y su desvelos por sus carreras profesionales. Hasta le abrazaban y querían, incluso estaban las que le acosaban y deseaban follar con el gran Harvey. Todo un honor. Bastaba ver las fotos que adornaban su despacho, cualquier imagen ponía en evidencia que eran ellas ls que le besaban y abrazaban. Él, como mucho, adelantaba la mejilla. ¿Y con las más atrevidas? Bueno, uno no es de piedra.
El Harvey de Cline espera el veredicto y según avanzan las horas dice que hizo lo que todos hacen, o incluso menos. Basta acordarse de Polanski que violó a una menor de edad, él nunca lo intentó con menores. No es un pederasta. Encima se cree que el vecino es el escritor Don DeLillo y empieza a soñar con su próxima producción, llevar al cine una novela suya, “Ruido de Fondo”, que nunca se puso adaptar a la pantalla. Hará otra obra maestra que le devolverá al ruedo. Quizá sea una forma de mostrar su desconcierto, pensar qué puede seguir haciendo planes para el futuro, porque todavía cree que tiene mucho tiempo por delante como hombre libre. En el fondo, a Harvey, más que esas actrices que le acusan de historias que no son ciertas, lo que le interesa es el ejercicio del poder. Su desesperación no es por una sentencia que él cree que será razonable, sino porque este caso le impide producir películas. Esa película que tiene en la cabeza con la novela de Don de Lillo. Se imagina el guión, los nombres de los actores y actrices…
Pero al llegar la noche, después de comer bien, con la mesa repleta de dulces y sorbetes de todos los sabores que ha traído consigo la visita de su hija con su nieta, y tras la placentera infusión de ketamina para el dolor de espalda… Empieza a amanecer, y se siente cada vez más inseguro. Tiene miedo. De pronto empieza a llorar. Está asustado y solo. Nadie se compadece de él. Se acuerda de algunas escenas de su vida pasada, y mira en Google lo que se cuenta de él, quien se aprovecha de su debilidad para saldar viejas cuentas, quien se atreve a defenderle. Desde luego, no es su mujer que nunca le quiso.
En poco más o menos de noventa páginas, Cline nos enseña las fragilidades y mezquindades de un acosador perdido. Emma Cline ofrece el punto de vista del depredador, para entender lo que esa persona piensa de sí misma. No pretende justificarlo y deja que sea el lector quien emita su veredicto.