Convertir en protagonista de una novela a un personaje tan volcánico como fue el cineasta Orson Welles (1915-1985) no es tarea fácil. Por eso el primer acierto de la novela Quijote Welles (Fórcola, 2020) del escritor e historiador del arte Agustín Sánchez Vidal es hablarnos de él a través de una periodista, Barbara Galway, que desea escribir una biografía sobre el director, actor y productor.

Tras varios intentos fracasados de hablar con Welles, al final él le propone un libro en forma de entrevistas a fondo que ponga el acento en Quijote,  la película que empezó a rodar en 1955 y que en el año que cita a Galway, 1985, sigue inacabada. Carece de guión y Welles se deja llevar por la improvisación. Entonces piensa que un libro de este tipo puede ayudarle a encontrar financiación para acabarla. Sin ir más lejos, Steven Spielberg le dio una fiesta sorpresa con motivo de su setenta cumpleaños. Spielberg ha comprado el trineo que aparecía en la mítica película de Welles, Ciudadano Kane, y le cuenta que había homenajeado esta película en el final de En busca del arca perdida.

La biógrafa debe aceptar las condiciones del cineasta que también le invita también a entrevistar a otras personas porque así el libro tendrá mayor credibilidad. Y le sugiere que viaje a España “para comprobar como ha cambiado el país de Cervantes”.

 

Agustín Sánchez Vidal

 

 

Con estos cimientos narrativos, Sánchez Vidal construye una novela que hace acopio de distintos materiales pero que juega con éxito con dos elementos importantes: los personajes, que proceden del mundo del cine y aledaños y son de por sí bastante novelescos, y los diálogos. Entre unos y otros se mueve en círculo Barbara Galway cuyo epicentro es siempre Welles y la película inacabada. Como telón de fondo contamos con protagonistas como John Houston, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Peter Viertel, Sergio Leone… en distintas geografías y cuyas muchas historias dotan a la novela de un aire cervantino.

Buen conocedor del mundo que describe, Sánchez Vidal mezcla realidad y ficción con maestría, en un juego que le permite ensanchar a sus protagonistas desde una verdad histórica y artística. A través del Quijote, de la que el director de cine español Jesús Franco hizo una versión con varios añadidos, la novela nos habla también de un hombre al que la definición de quijotesco lo viste con exactitud. Pero también a una persona que fue un admirador de la mitología de lo español, toros incluidos.  

Orson Welles perteneció a los norteamericanos fascinados por España, una marca de éxito a comienzos del siglo XX en Estados Unidos, la denominada locura española. Para muchos de ellos la Guerra Civil supuso el punto álgido del antifascismo entendido como una cuestión moral o una lucha del bien contra el mal. Algo que también hizo Ernest Hemingway, entre otros. Por invitación de este último Welles locutó el documental Tierra de España de Joris Ivens.

 

 

Escena del Quijote de Orson Welles

 

 

Paradojas de la historia, tanto Hemingway como Welles regresaron a España en los años cincuenta e incluso, como en el caso de Welles que tuvo casa en Aravaca (Madrid), vivieron largas temporadas en la España franquista. Welles llegó para rodar Míster Arkadin en 1954 y allí surgió el proyecto del Quijote.  Pero la memoria de Welles había idealizado la España anterior a la Guerra Civil que conocía por haberla visitado. La de los años cincuenta y, sobretodo, sesenta, los años del desarrollismo económico y la consiguiente americanización, y que cambiarán radicalmente el país que conoció. De algún modo, la historia de la película es también la de un Quijote desnortado cuyas lances sirven de poco como le ocurre a Welles en los años finales de su vida.

Entonces seguimos otras andanzas de la mano de Barbara y ese hombre excesivo al que los estudios de Hollywood exiliaron en 1957 tras rodar Sed de Mal.  Un hombre que estuvo casado con Rita Hayworth (1943–1948), hija de un bailarín sevillano y cuya triste vida asoma en estas páginas, y que sucedió a la mexicana Dolores del Río (1938–1941) como pareja de Welles.  Un hombre que falleció en Los Ángeles y cuyas cenizas trajo a España una de sus hijas y que están enterradas en la finca en Ronda de su amigo, el torero Antonio Ordoñez.

Agustín Sánchez Vidal resuelve con maestría su tour de force sobre este artesano al que le gustaba controlar todos los detalles de sus películas y que no quiso adaptarse a la industria, lo que le costó caro. Pero también en lo personal, su independencia y vitalidad, sus contradicciones y tendencias autodestructivas hicieron de su vida una calle sin salida en la que no quiso dar marcha atrás. La novela de Sánchez Vidal nos habla de todo esto y mucho más.

 

 

 

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