Tocando lejos, el libro con que acaba de debutar Inma Villanueva, es una novela realista y barojiana. Hay en ella un narrador omnisciente, una descripción precisa de personas, paisajes y cosas, una peripecia central y breves reflexiones que enriquecen el relato sin entorpecer jamás el curso de la narración. El resultado es ampliamente satisfactorio. Uno se sumerge con facilidad en la obra y al poco siente la impresión de hallarse en la intimidad de una mujer que, mirándose en el espejo de la nostalgia, cuenta confidencialmente una aventura amorosa que la obligó a revisar su existencia anterior.
Aunque se trata ciertamente de una historia de amor, la historia de alguien que no acaba de entender por qué se deja de amar a los que más se ha amado -el amor, dice la narradora y protagonista, “se desgasta como la punta de un lápiz de carboncillo”-, la novela es también un libro de viajes y una suerte de confesión, algo que no sorprenderá a los aficionados a la literatura, pues el viaje de verdad siempre acaba convirtiéndose en viaje interior.
El escenario es Cuba, la Cuba de Fidel Castro, magnífica y cochambrosa como su capital, una ciudad donde las palabras “liquidación de existencias” en un gran cartel no pueden leerse sin sobresalto. Frente al decorado cartón piedra preparado para los turistas, se va abriendo al lector de Tocando lejos la Cuba verdadera, mezcla dolorosa de ansias de vivir y resignación encarnada en la figura del protagonista de la historia, un cantante septuagenario capaz todavía de enamorar a las mujeres.
“¿Qué es lo que se perdió en Cuba?”, preguntaba en España de niña la protagonista a su abuelo. Ahora, bajo la fascinación de un amor inesperado y extraño hacia un hombre que podría tener la misma edad que él entonces, lo que comienza a bullir en su interior es la pregunta por lo que ha perdido ella misma. El recuerdo, a ratos melancólico, a ratos desabrido, de los lugares de su infancia, de sus experiencias juveniles, de sus fracasos amorosos, completa un rico tapiz por el que acaba asomando la figura completa de la narradora, una mujer temerosa de naufragar que, sin embargo, siempre flota.
El mayor logro del libro -un libro que es ameno de principio a fin- es haber logrado que los hechos repercutan en la calidad de la narración. Si al principio la narradora mira las cosas como una simple turista más o menos sofisticada, a partir del momento en que el amor lo cambia todo, su escritura se estiliza, se vuelve más tensa, más precisa y penetrante. El efecto no se sabe si es fruto de la deliberación o de la fuerza misma de los acontecimientos y su impacto en la persona que los enuncia. El lector, que al principio tiene la impresión de estar escuchando a alguien que se limita a describir lo que ve, de pronto cae en la cuenta de que la voz que oye es la de alguien que ha cerrado los ojos. Pero la historia no se reduce al amor entre los protagonistas. Junto a ellos aparecen otros personajes interesantes que enriquecen y sirven de contrapunto a los sucesos principales, entre ellos algunas conocidas figuras cubanas, como el mítico cantante Beny Moré o la recientemente fallecida Carmencita Iznaga, pianista del palacio del Valle, la villa construida por Alfredo Colli en Cienfuegos. Su presencia es crucial en un libro en el que el viaje, como metáfora de la vida, juega el decisivo papel que hemos dicho. El contraste entre los lugares de la infancia de la narradora y los lugares de la Cuba que va conociendo es un reflejo líricamente sublimado del contraste entre su presente y su pasado. Probablemente no sea casual que la página más brillante del libro sea la descripción de los olores de una tienda de antigüedades de la calle Desengaños de Trinidad de Cuba.
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Inma Villanueva Ayala (Arriate, 1966) estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Málaga y tras su licenciatura en la especialidad de Filosofía, se trasladó a Alemania, donde trabajó como profesora de español en la Universidad de Constanza (Baden-Württemberg) hasta su vuelta a España en 1995. Desde entonces reside en Ronda y regenta un encantador hotel en el centro histórico, en el cual acoge numerosas actividades culturales que lo han convertido en un referente de la ciudad. Es, además de escritora, una viajera incansable. Precisamente el enriquecimiento en experiencias vitales que le han procurado sus viajes es lo que marca su obra literaria, conformada por los cuentos y relatos que no ha dejado de escribir y de publicar en diversos medios y por esta admirable y delicada primera novela.