Yoel Díaz Gálvez. La partida, 2009
¿Cómo y cuándo te diste cuenta que tu oficio era escribir?
La literatura estuvo en mí desde siempre, desde que tengo conciencia. Ganaba los concursos literarios del colegio y me encargaba de escribir las redacciones de otros compañeros para que me dejasen jugar en el equipo de fútbol -yo era un desastre- pero en esos años en los que uno todavía cree que debe pertenecer a un grupo me era muy necesario ese intercambio. En cualquier caso, y este es el aspecto que más me interesa de la pregunta, siempre me he tomado la poesía como un oficio para escándalo de mis amigos poetas. Aunque sé que en otros colegas se da este “fenómeno”, nunca he concebido la poesía como una “revelación” sino como un proceso. Un proceso que, mediante el conocimiento de una técnica y de un lenguaje -la música y la pintura tienen otro- así como de su desarrollo a través de los siglos, permite unos determinados niveles de comunicación y, sobre todo, de expresión. La comunicación es un hecho secundario, aunque también necesario e imprescindible, dentro de la expresión creativa.
Por decirlo de un modo muy sencillo: a mí no “se me vienen” poemas mientras viajo en autobús, sino que los construyo en mi mesa de trabajo, igual que un cuadro o una partitura, después de mucho escuchar, mucho observar, mucho borrar, mucho repintar. Sólo he escrito un poema de un tirón, es decir, sin más correcciones que las de un día o dos de trabajo, se titula “Los observo reír” y pertenece al libro “Y con esto termino de hablar sobre el amor”.
¿Cuántas horas al día le dedicas  a tu trabajo?
Eso es como las patadas, depende quién te la dé. Si estoy inmerso en un libro, como fue el caso de “Topología de una página en blanco” puedo estar todo el día -incluso la noche, cuando estoy en esos procesos mi cerebro duerme poco- y esto puede durar meses.
Aunque en mí el proceso de construcción de un libro dura en general varios años, la etapa final, la más intensa, que es la de corrección y concreción definitiva -esa en la que el texto no admite más manipulaciones y sólo queda salvarlo o condenarlo al “delete”- me lleva varios meses intensivos.
¿Cómo es el proceso de escritura, hay borrador previo o la obra va mutando a medida que crece?
Vaya, parece que me voy adelantando a las respuestas o que mi “verborragia” tiende al absoluto. Creo haber contestado pero es cierto que de estas cosas nunca se termina de hablar. Mi proceso creativo se parece mucho más al de un narrador que al de un poeta. Necesito un “tema” sobre el que escribir. Como puede observarse con una simple lectura todos mis libros son temáticos, orgánicos, unitarios. Generalmente también escojo personajes a los que poner voz, eso amplía exponencialmente las posibilidades expresivas. Hace años que me aburre la utilización del “yo” confesional e identitario, centrípeto, con pretensiones de absoluto, para expresarlo todo. La poesía no se hace más verdadera por más que intente confundir el “yo” poético con el biográfico.
Por resumir la respuesta diría que parto de un material de trabajo que se va acumulando (cuando hablo de material de trabajo me refiero más al libro que al poema) y sobre el que ejerzo el “oficio” de escritor, moldeando los textos para adaptarlos a lo que considero más adecuado para contar la historia que me he propuesto. Es decir, hay siempre un borrador previo que va mutando a medida que crece por medio de un obsesivo trabajo de corrección.
Peter Rostousky. Epifanía, 2001
¿Cuál es el aliciente que te permite seguir escribiendo?
Responder a esta pregunta tiene cierta complicación porque es entrar de lleno en el plano psicológico que sostiene toda actividad creadora. Sé que hay otros modelos pero en mí caso tiene mucho que ver con la aceptación de mí mismo, de encontrar fuera lo que no puedo ver dentro de mí. Me explico, es el vano intento de tapar o rellenar el agujero negro, de tratar que su vórtice no me engulla, de aprovechar esa inercia que existe en las zonas medias de la succión para seguir girando. Creo que mi único aliciente es encontrar fuera de mí la aceptación suficiente para poder mirar dentro de mí sin despreciarme. He dicho “me explico” y tengo la sensación de haberlo enredado todo.
¿Cuál es tu mejor obra?
Sin la más mínima duda “Topología de una página en blanco”. Ninguna otra vez en mi vida he tenido el convencimiento de que no podría escribir nada mejor. “Topología…” significa una ruptura casi total con mi obra anterior y la cantidad de trabajo que hay en ese libro es inmensa. Condensa todas mis dudas, conocimientos, incertidumbres y reflexiones acerca de la creación poética durante más de treinta años. No digo respuestas. Tengo ahora muchas menos que cuando empecé a escribir.
Es un texto complejo, imbricado, lleno de enlaces que van de unas partes a otras. Es un libro muy conceptual, muy simbólico, muy poco condescendiente con el lector, al que le exige varias lecturas. Eso sí, cuando ya se ha domesticado el texto, creo que se accede a otra dimensión del mismo en el que los horizontes se amplifican.
¿Las veces que tus obras fueron premiadas, te sorprendiste o tenías el presentimiento?
Llevo en esto de la poesía casi cuarenta años y he conocido tiempo mejores. A pesar de la mala fama que tienen los premios actualmente tengo que decir que jamás he pensado que podía ganar ninguno. Deseaba ganarlo, obviamente, pero siempre han podido más las dudas acerca de mí mismo y de mis capacidades que la certeza de que tenía alguna posibilidad. En realidad hay un mucho de lotería en todo esto. Cada libro se maneja de una forma distinta en cada premio y nunca se compite contra los mismos enemigos. Dependes de cada miembro del jurado, de sus gustos  y, sobre todo, de los de la comisión del lectura previa, del nivel de los libros que se hayan presentado… A veces puedes ganar un premio con un libro regular y perderlo con uno estupendo porque hay varios libros magníficos compitiendo con el tuyo.
Aunque parezca lo contrario, aborrezco tener que presentarme a premios literarios. Toda esa liturgia se me hace insoportable. Los demás saben únicamente los premios que he ganado y me dicen que tengo mucha suerte, pero no saben todos los que he perdido hasta llegar ahí. Cada vez que he obtenido un premio me he dicho lo mismo: espero no tener que presentarme nunca más. Pero en España cada día que pasa se hace más difícil editar “convenientemente” en una editorial de cierto prestigio. La de los premios es muchas veces una servidumbre desgraciadamente necesaria para un poeta. Por esa misma razón he publicado electrónicamente “Topología de una página en blanco”, completa y gratuita. Se me hacía intolerable el vía crucis de los premios para verlo publicado. Pero hablar de la decisión de la edición digital requeriría muchísimo más espacio.
¿De qué se trata tu nuevo proyecto literario?
Ahora mismo no estoy escribiendo nada y no tengo pensado hacerlo. “Topología…” me ha dejado exhausto, y no sólo en el aspecto creativo, también en lo que se refiere al “mundillo literario”.
¿Qué tan fácil o qué tan difícil es elegir un titulo a un relato, poesía o libro?
Para mí no ha representado nunca ninguna dificultad, es algo que sale de los propios textos del libro de un modo natural. A diferencia de otros colegas generalmente no manejo más opciones que una para el título. No tengo que elegir, sólo hay uno y acaba siendo -casi siempre- el definitivo. Tal vez el que más títulos ha tenido es “Topología…” y aún así las únicas opciones de cambio que contemplé fueron una sola palabra: Topología, Cartografía, Anatomía, el resto del título nunca cambió.
¿En tantos años de escritura y libros publicados, Alejandro ¿podrías contarnos alguna anécdota graciosa o desagradable?
Hay muchas, pero lo que más me sigue asombrando de todo esto es recibir una carta (antes a través de la editorial, ahora un correo electrónico) de alguien a quien no conoces de nada diciéndote cómo le ha influido tu libro en su vida. El nivel de sinceridad, de acercamiento, de intimidad que hay en esos mensajes me conmueve. Pero yo creo que esto nos ha pasado a todos.
Anécdotas desagradables hay también muchísimas. Este pequeño mundo literario reparte una gran cantidad de miseria. Ya lo dice el refrán: pueblo pequeño infierno grande.
Entre las anécdotas no sé si decir desagradables, hoy ni siquiera me importaría, de las que uno aprende, está la de una entrevista que me hicieron gracias al Premio Hiperión. Mientras hablaba con el periodista dije, en un comentario colateral y al hilo de la sempiterna pregunta de si se puede vivir de la escritura -yo escribía letras de canciones para algunos cantantes conocidos- que, tristemente, al final lo que a uno le saca de pobre es escribir letras para La Pantoja. Era obviamente un ejemplo extremo utilizado para amplificar la contradicción. Pues bien, en el suplemento literario de un periódico se publicó a doble página el siguiente titular con letras enormes: “Yo lo que quiero es escribir letras de canciones para La Pantoja”. No faltó quien se regocijó con mi ridículo. Pero, en fin, sin comentarios, uno aprende que los periodistas con las negritas son más peligrosos que un mono con un revólver y que no hay que pasar malos ratos por eso. Es inevitable, seguirá ocurriendo.
Entre lo que recuerdo con mayor importancia, quizá porque era mi bautismo poético, fue que Ángel González viniera a España desde EE.UU. para entregarme el premio que llevaba su nombre. Eso cambió la dirección de mi vida. Compartir con él cena en Oviedo, las copas en la Plaza del Paraguas, estar hablando con alguien que para mí -tan joven- era un mito, fue extraordinario.
¿Por qué escribes?
Porque he quemado todas las demás naves que podían sacarme de mí mismo. Ahora el teatro, la música y mucho menos la pintura sólo las vivo como sujeto pasivo. El único territorio en el que encuentro algo de redención activa es la poesía. Más allá está una realidad que no me gusta, que desprecio. Incluso en el territorio de la poesía está, también a veces esa misma realidad. Quizá debiera deducir que todo eso no está fuera sino dentro. Que yo soy eso. Hay una frase de mi querida Chantal que lo define de la mejor manera: “Escribo para que el agua envenenada pueda beberse”.
¿Alguna experiencia que haya marcado tu carrera?
Dos. Una, como ya he dicho, recibir el Premio Ángel González. La otra recibir el Hiperión. Ambas, cada una a su manera, me colocaron de lleno en este mundo y con ello me ofrecieron la posibilidad de elegir estar o no. Para otros muchos, desafortunadamente, la única posibilidad está en el no, por más que empujen una puerta cerrada. Pero para casi todos, la mayoría de las veces, este mundo poético es muy parecido a viajar en el interior de una puerta giratoria.
¿Qué libro estás leyendo ahora?
Varios, generalmente superpongo lecturas y voy pasando de una a otra. “Bélgica” de Chantal Maillard, “Cirlot, el no mundo y la poesía imaginal” de Clara Janés, “El ojo en la mitología, su simbolismo” de Juan-Eduardo Cirlot, y releo A Mallarmé y a Elliot.
¿Cómo ves  la literatura en España, y como vez la literatura de otros países?
Mi visión de la literatura se circunscribe estrictamente a lo poético. Hace años que dejé de leer narrativa. En cuanto a la poesía, encuentro más que nunca una enorme variedad de propuestas estéticas y de generaciones o grupos. Pero también observo, más que nunca, el escaso intercambio de esa diversidad que se mueve en espacios muy endógenos y muy poco proclives al mutuo enriquecimiento.
De la poesía ya establecida ni siquiera merece la pena hablar. Es por todos conocida y ha dejado una estela tan amplia que es mejor ir dejando que sus ondas se mueran en la orilla. En cuanto a la nueva poesía, la escrita por la gente más joven, que es mucha, creo que ha dado un vuelco a los modelos con los que se identifica. Si bien en España durante décadas hemos bebido de nuestra propia tradición, ahora los jóvenes poetas han cambiado su foco de atención hacia otras lenguas y conocen mejor la poesía de otros países que la nuestra. Eso ha multiplicado las opciones estéticas y el deseo de experimentar con el lenguaje. La implantación de internet en esta última década también ha contribuido a cierta proliferación de lo poético en un estado un poco asilvestrado que potencia la inmediatez de la comunicación, a veces para mal. Los jóvenes parecen sentir cada vez con más ímpetu que la corrección y el distanciamiento del texto tienen menor valor literario que lo instantáneo.
Confío en que, como a todos nos ha pasado, la madurez se convierta en un método de selección natural. Aprender que lo verdaderamente importante sólo ocurre después de un gran esfuerzo cuando el talento ayuda. En cualquier caso en la abundancia se puede escoger mejor que en la miseria. Estoy seguro de que habrá en las dos orillas de este océano una buena cosecha.
Alejandro Céspedes
 ¿Los personajes de tus historias tienen algo, mucho o nada  de Alejandro Céspedes?
Antes de responder debería saber quién es Alejandro Céspedes. Es decir, cuál de todos los que soy, si es que pueden separarse, es el que escribe. El nombre, el personaje, el escritor que es el personaje… todos están construidos con material biográfico. Pero lo biológico y lo literario se expresan en idiomas distintos. El Alejandro Céspedes que va a comprar el pan no es el mismo que se sienta ante el ordenador. Pero aquel va recogiendo materiales que el otro utiliza, y éste, a su vez, los recompone en el momento mismo en que los usa, los refunda, crea otras realidades. Digo siempre que todo en la vida de cada uno de nosotros es autobiográfico. Los sueños, las lecturas, los deseos, el odio y el amor, todo ese ingente material intangible que nunca ha sucedido nos sucede. Hay dos textos de “Topología de una página en blanco” en donde quizá explique mejor esto:
“Todo permanece inconcluso entre el sujeto que actúa de sujeto
y el personaje que actúa de testigo
en la figuración de lo real somos inconstatables
a veces lo que no es y lo que es decide confundirse
nos confunde
pero tampoco en la confusión habrá cobijo”
¿Te gustan los cortometrajes? ¿Cuales de tus obras podrías imaginarte en la pantalla grande?  ¿Por qué?
Sí, me gustan los cortometrajes por lo que tiene de condensación de un lenguaje, que es lo mismo que le ocurre a la poesía. La única de mis obras que podría llevarse al cine (ya lo he hecho en el teatro) es “Los círculos concéntricos”. Es una historia completa, contada en secuencias cortas y condensadas que van construyendo un discurso total, una percepción personal de un mundo fragmentado. Un relato que nunca pasa de moda: los abusos sexuales de un adulto con una menor.
¿Con qué escritor se siente más identificado? ¿Qué hay en común entre ambos?
Es difícil responder porque sin cada uno de los escritores que han pasado por mí yo no sería quien soy. Y sé que a quien hoy admiro acabaré superándolo -me refiero a superar en el sentido de incorporar a mí mismo su enseñanza literaria y, por consiguiente, convertirla en materia vital- como he superado a tantos ya. Si en su momento escarbé en Rosalía de Castro, San Juan de la Cruz, el Siglo de Oro español, las vanguardias, Girondo, Stevens, Elliot, Valery, Mallarmé, Neruda, César Vallejo, Borges, Kavafis, Cernuda, Claudio Rodriguez, Francisco Brines, y una innumerable nómina de grandes poetas que ya me han dado todo cuanto podían ofrecerme -aunque siga releyéndolos- hoy escarbo en los últimos libros de Chantal Maillard. Me ofrecen una visión de su universo que me resulta particularmente interesante. Su reflexión acerca de la reflexión y su expresión poética me estimula. La capacidad de una conciencia que opera sobre la propia conciencia del que escribe y sabe que está haciéndolo me parece fascinante. Tal vez lo único, y no es poco, que haya de común entre nosotros se encuentre en el tándem “Hilos-Cual” y mi “Topología de una página en blanco”.
¿Pensaste alguna vez escribir un libro con otro colega? ¿Con quién seria, por qué?
No, jamás. Me resultaría excesivamente incómodo y perturbador. Soy muy obsesivo en mi método de trabajo y no tengo el más mínimo interés en compartimentar mi territorio. Soy, además, una persona extraordinariamente asocial. Sólo encuentro serenidad dentro de mi soledad, en la que es la primera acepción del diccionario: carencia voluntaria de compañía. Únicamente ahí soy capaz de ir recomponiéndome.
 
Foto de Alexander Straulino