Xavier Güell (Barcelona, 1956) tenía ante si un complicado reto que afrontar en su tercera novela Yo, Gaudí (Galaxia Gutemberg, 2019), una biografía novelada del gran arquitecto modernista catalán, que ha sabido resolver con acierto.

A la hora de escribir esta obra de ficción histórica, un terreno en el que se mueve bien como lo demostró en sus dos novelas anteriores, Güell partía con una desventaja. De la vida de Gaudí se conocen las grandes líneas, pero como fue un hombre reservado, encerrado en su obra, criticado por importantes sectores de la sociedad catalana de entonces, dejaba un amplio terreno de investigación e interpretación de su biografía.

A favor suyo, Xavier Güell contaba con su “parentesco” con Gaudí, ya que su antepasado Eusebio Güell, fue el mecenas e impulsor del arquitecto desde que se conocieron en 1875 y con el que forjó una relación tendente a transformar Barcelona y que resultó ser mucho más que un simple mecenazgo.

Xavier Güell se adentra en Gaudí, lo hace suyo, y responde por él en aquellos tramos donde la historia no consiente dar respuestas exactas. Pero Güell ofrece verosimilitud, gracias no solo a una documentación exhaustiva pública y familiar, sino también por desentrañar las grandes preocupaciones estéticas y espirituales de comienzos del siglo XX en Cataluña y España.

No sólo en lo histórico y político, un telón que cuelga a lo largo de la novela y que nos trae conflictos que siguen marcando el presente, como es el caso de las tensiones sociales y el nacionalismo catalán. Somos testigos de las conversaciones de Gaudí con el  poeta Joan Verdaguer, Miguel  de Unamuno, los sucesos de la semana trágica de 1909… Pero sobretodo seguimos la búsqueda de la obra de arte total por parte de Gaudí, acorde a la tradición wagneriana cuyos ideales tuvieron una  gran influencia en la Barcelona de comienzos  del siglo XX y conectaron con los del arquitecto, como lo demuestra que fuese calificado como el Wagner de la arquitectura.

 

Xavier Güell con la estatua de Gaudí

 

Xavier Güell también relaciona las últimas obras de Gaudí (el Parque Güell, la Sagrada Familia…) con Beethoven. Narrativamente, escribe su obra en primera persona y emplea el recurso del manuscrito encontrado en forma de carta, que siempre refuerza la sensación de verdad.

El albacea de Gaudí, tras la muerte de éste a consecuencia  de  un  atropello por un tranvía  en 1926, el doctor Pere Santaló, encuentra en un cajón del despacho de Gaudí en la Sagrada Familia 21 cartas escritas durante los dos meses de 1911 que el arquitecto pasó convaleciente de unas  fiebres de Malta en Puigcerdà. La correspondencia iba dirigida a su joven amigo Alfonso Trías, hijo del abogado Martín Trias, y con quien tenía una estrecha relación desde que era niño, un poco al estilo del diálogo entre Platón y Sócrates, Fedro, y en el que se busca la sabiduría. Y a los que se podrían añadir las cuatro obras que el autor reconoce que le han acompañado durante la redacción de esta novela: Epístolas morales a Lucilio, de Séneca, De profundis de Oscar Wilde, Muerte en Venecia de  Thomas Mann y Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.

Como escribe Güell en su libro, y pone en boca de Santaló, no es  casualidad que sean  21 cartas. “A Gaudí siempre le gustó el mundo secreto de los números, su simbología y su significado. El 21 es el signo de la totalidad, del encuentro entre el hombre, el  universo y Dios. En la Biblia es símbolo de perfección”.

Las cartas están divididas  en tres apartados diferenciados: El cuerpo, el alma y el espíritu. A través de  ellas, se narra la vida, pensamiento y mística de Gaudí. Xavier Güell nos cuenta de forma amena cosas que sirven para alumbrar mejor la vida de este hombre, como su relación con la masonería, la vida amorosa, los excesos de su juventud y una madurez entregada a una obra que lo haría inmortal.