Foto de Julia Fullerton-Batten
Nos resulta muy molesto toparnos con contradicciones, tanto que las rechazamos de plano. Son elementos para aborrecer o a justificar avergonzadamente. Pero, aunque lo llevemos fatal estamos hechos de purititia paradoja. Diría que nuestra materia prima es la contradicción, nuestra naturaleza es una cosa y su contraria y ninguna de las dos y todas juntas.
También es curioso que nuestra materia cerebral sea gris, ni blanca ni negra, una metáfora que la biología nos regala. Hay ejemplos del infinito y denso mundo de nuestras evidentes, cotidianas, internas y fundamentales paradojas.
Por ejemplo; todas las personas que aparentemente son muy muy seguras de sí mismas, las que se aferran a dogmas inamovibles y férreos principios en el fondo de su alma y también en la superficie, pero camuflada con armadura rígidas, no soportan la incertidumbre, ni la ambigüedad. El secreto que más interés tienen en guardar, bajo todo ese aparatoso soporte es que lo que guía sus vidas es un profundo temor: esos individuos son muestras vivas de una inseguridad patológica que les carcome las entrañas y buscan desesperadamente verdades inamovibles y argumentos absolutos, para calmar su miedo.
El otro día me tope con una caseta de propaganda, de venta de ideas y soluciones, y tenía un emblema que adornaba su stand con la siguiente frase: “sin miedo a nada ni a nadie”. Se me escapó la risa y paso por mi cabeza la pregunta: ¿a quién quieren engañar? La respuesta fue rápida: a ellos mismos, los primeros. Ya, ya sé que parece una butade, pero así somo de torpes defendiéndonos de las angustias constantes de la vida: ser muy vulnerables, destinados a morir y tener -3 de control sobre nada. Esta manera de andar compensando de que pie cojeamos, esta expresada en el conocido proverbio: “Dime de que presumes y te diré de lo que careces”. Sostengo que el refranero español es un compendio de psicología fundamental sin el lenguaje klingon* de la epistemología.
*(idioma alienígena del universo de la serie televisiva Star Trek )

Imagen promocional de la serie Star Trek Discovery
Otra característica paradójica sorprendente es que, muy dentro de nuestra cabeza, allá en el trastero, el tiempo no existe, siempre estamos en modo eternidad. Los segundos, los minutos son sustituidos por anhelos, colores, sustos, caricias, abandonos, satisfacciones, placeres…, enjaezados con imágenes, olores, sensaciones, que se revuelven entre sí jugando con el cuerpo y el recuerdo.
Te puedes llevar una sobresalto morrocotudo por un estornudo y resultar que de pronto te invade el recuerdo de tu tía Merche: tiesa donde la hubiera, vasca ella y reseca de petardeo al sol, que encaramada en lo alto de la vetusta escalera de su casa, por un momento fue poseída por una cadena de achises que provocó que se le escapara de la boca, huyendo de su mala baba, la dentadura postiza que terminó rodando escaleras abajo, mientras ella, con cara de enajenación, no podía contener ni los estornudos ni los ademanes para retener la ortopedia dental quedándose, colgada, allá arriba, en una especie de baile esperpéntico, aspeando los brazos y centelleando el espanto en sus ojos intentando mantener un amenazado equilibrio inestable. Mientras, mi hermana y yo buscábamos refugio para esconder el ataque de risa que después del desconcierto nos produjo toda la secuencia. Hoy apareció en mi cabeza rememorándola a cámara lenta. Todavía siento cosquillas en el estómago y se me estiran los labios por una sonrisa burlona pensando en las venganzas poéticas de la vida. El tiempo en el inconsciente no existe, un estornudo me trajo a la actualidad a mi antipática tía Merche. No recordaba que la aborreciera tanto.

Mom & Dad, 2011 © Terry Richardson, Mörel Books
Otra broma de la mente que nos asusta bastante es que podemos amar y odiar a la vez tranquilamente. No lo hacemos con sosiego porque al percibirlo saltan las alarmas y los juicios contra nosotros mismos, por tamaña contradicción, salen a tropel como si de una perversión indecente se tratara. Pero caben perfectamente en nuestro cabeza si los aprendemos a tolerar con cierta simpatía. ¿Qué padre/madre no ha querido tirar por la ventana al bebé a la tercera noche de desvelo? ¿Qué hijo o hija adolescente no ha pensado: ¡Ojalá te mueras!, en un farragoso encuentro intergeneracional? Pero si en ese momento, el progenitor se desvanece, o la madre no siente la suave y rítmica respiración del bebe, quien perece bajo un rayo de horror y culpa es el autor/a de dichas ráfagas de enfado.
Es un poder que tenemos, dar cabida a un sentimiento y a su contrario.
Las paradojas tienen bastante mala prensa, sin embargo, representan un festín de posibilidades. Un vasto lugar multidimensional que encierra un mundo de sorpresas y sobre todo que nos habla de la inmensidad de desconocimiento acumulado que contiene millares de respuestas que hoy por hoy no nos caben en la cabeza. Las paradojas son una broma que nos deja en evidencia el inmenso mar de ignorancia que tenemos.
«Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”
(Leonard Cohen)
«HochDaq QIH tu’lu’. wov ghoS.»
(en lenguaje Klingon. Traducción de IA)

Foto de Julia Fullerton-Batten

