Foto de Paul Cupido
Hace unos días que en el periódico han salido unas noticias que cuando las he visto la expresión “caérseme el alma a los pies” ha sido literal e instantánea.
Toparse con los acontecimientos mundiales diarios siempre es un ejercicio de asimilación de malos sucesos, pero hay veces en que, a pesar de estar más que acostumbrados, el golpe traspasa limites inimaginables.
Esta sección se llama “Los malos son más felices”, evidentemente es un guiño para epatar al curioso lector, pero como todo chiste tiene su fondo de verdad. El título hace referencia a aquellas características de personalidad en las que predominan un narcisismo hiriente una falta de empatía total, que facilitan pasar por encima de cualquier principio o sujeto, caiga quien caiga, para lograr sus deseos, sin pestañear ni mirar atrás, sin pararse a ver el reguero de daños que quedan tras su paso.
Es reflejo de parte de nuestro mundo cotidiano, señalando a aquel que hace la puñeta y obtiene ventaja, al que es desconsiderado y no se avergüenza, que minimiza los logros y cualidades de los otros para que no haya posibilidad de ensombrecer su engreída valía. Esos que sufren con el éxito de los demás y que se siente agredidos si das alguna señal de falta de atención a su excelsa persona. Cuentan con la ventaja de la insensibilidad y eso les permite un rango de goce muy amplio y un espectro de sensibilidad ante el mal ajeno raquítico.

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La sensibilidad duele.
Pero los hechos a los que me refiero llegan a niveles difícilmente compresibles de la naturaleza humana, hablo de las noticias que denuncian “Los safaris humanos en Sarajevo”. No hay límites, parece que no hubiera palabras, pero puedo nombrarlo, claro que sí: sadismo megalomaníaco que alimenta el placer de unos multimillonarios que, a pesar de creer tener de todo, y seguramente por eso, buscan una reafirmación de su poder con una voracidad atroz que le lleva a robar hasta la vida ajena por divertimento, jugando a ser dios y el diablo.
La mitología griega, el Psicoanálisis y las religiones tiene nombre para una entidad destructiva e inmoral: Hybris, Thanatos, Demonio, Iblis, Belcebú, Satán. Etc. Lo pensamos fuera de nuestra naturaleza, como una posesión, que nos absorbe y enloquece cegando cualquier viso de compasión, y poniendo en marcha la rueda de la crueldad inmisericorde. Un espanto.
Pero no está fuera, esa posibilidad de maldad, pienso que tienen las mismas características que el lenguaje descritas por Chomsky; Competencia y actuación, a saber: Todos nacemos con la capacidad del habla llamada Competencia, pero hace falta unas características madurativas determinadas y un entorno apropiado para que se de la Actuación. Pues con la maldad idem, eadem, idem.

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Lo analiza magistralmente en la novela “Vida y Destino” Vasil Grossman (1959) al describir como el que accionaba el interruptor de la cámara de gas era un individuo tan normal y corriente como la mujer que era empujada con su hijo a colocarse bajo las duchas de la muerte.
En otro capítulo relata un interrogatorio/conversación entre un oficial nazi detenido por otro oficial ruso, en donde nos lleva a la conclusión de que son almas gemelas.
No ha dejado de haber micro y macro holocaustos, si es que puede ponerse medida al espanto, y tenemos variadas muestras del mal desatado en este redondo mundo.

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Pero este orbe no es perfectamente esférico, tiene la apariencia de una deforme patata. Es patatoide, y volcánico. De tal manera que gran parte de todo lo que lleva a la agresión es como la lava, sale de dentro y forma parte de la propia naturaleza.
Estamos dando una importancia relativa y casi anecdótica a sucesos que están inscritos en el horror. Como lo de la rana que no se entera de que la van a cocer viva si se va subiendo poco a poco la temperatura. Vivimos entre atrocidades que nos llegan a resultar lamentablemente cotidianas, no se si paralizados por la incapacidad de asimilación, por cobardía, o por impotencia.
Quizá sin darnos demasiada cuenta, seguimos el impulso de querer ser mas felices y vamos construyéndonos, dejando pasar en nosotros mismos, violencias propias y ajenas que normalizamos con justificaciones pseudologicas, basadas en el estatus, la apariencia, el arraigo, en las ideas, sin saber que todo eso que decimos odiar lo llevamos dentro y no se puede expulsar ni a tiros.
Como todo en esta vida se empieza de a poquitos, y no damos importancia a temeridades propias y ajenas, pero cada vez que pasamos por alto una brutalidad es una forma de alimentar el descontrol, y vamos subiendo un grado la temperatura de la tolerancia a la barbarie, anestesiándonos, corriendo el peligro de acabar todos fritos.

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