Foto policial de Andreu Nin
Las fosas y tumbas que bordean los caminos de la Historia del siglo XX están repletas de cadáveres no encontrados de personas que fueron ejecutadas sumariamente por motivos políticos. Secuestrados, desaparecidos, ejecutados… Entre estos restos nunca hallados está el de un dirigente revolucionario llamado Andreu Nin, asesinado durante la Guerra Civil española por agentes soviéticos que, paradojas de la historia, tenían como misión ayudar las fuerzas republicanas a combatir a los alzados en armas en contra del gobierno, en 1936, y de las que también formaba parte Nin y su partido.
No es un caso único, pues a lo largo del siglo pasado menudean a diestro y siniestro los casos de líderes ejecutados por sus compañeros de viaje. El historiador Fernando Castillo en La extraña retaguardia (Fórcola, 2018), desveló con acierto los pormenores de la muerte de Nin en 1937 a manos de agentes de los entonces servicios secretos soviéticos estalinistas, la NKVD, con la colaboración de policías españoles y otros siniestros personajes de aquel momento. Pero si su muerte lo convirtió en un símbolo de la sinrazón política, la vida de este político catalán (Vendrell, 4 de febrero de 1892-Alcalá de Henares, ¿22 de junio de 1937?) hacen de él un personaje muy atractivo para un historiador.
Y esto es lo que ha hecho Andreu Navarra (Barcelona, 1981) en su biografía “La Revolución imposible. Vida y muerte de Andreu Nin” (Tusquest, 2021). Navarra, autor de distintos ensayos y biografías sobre personajes de la vida catalana y española del siglo XX, como “Vida y ambiciones de Eugenio d´Ors” (Tusquets, 2018) lleva a cabo un amplio e interesante trabajo de unir datos e historias de una vida cuyo denominador común fue el de tantos hombres y mujeres que ardieron en la pira de un idealismo que comenzó con el sueño de una sociedad mejor y terminó en pesadilla.

Andreu Navarra
Así seguimos a Nin desde sus comienzos hasta el final, torturado para que confesara que era un trotskista al servicio del fascismo internacional con burdas pruebas falsas, cuando de todas las equivocaciones de Nin ninguna iba en esa dirección. Pero es el momento que en Moscú se producen las purgas contra la vieja guardia bolchevique, trotskistas y presuntos rivales ordenadas por Stalin que ejerce el terror para afianzarse en el poder.
Navarra, como buen profesor, por cierto muy crítico con el sistema educativo español (léase Prohibido aprender, Anagrama 2021), sabe huir del didactismo y explica bien los contextos. Nin, secretario general del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), uno de los pocos intentos de crear un partido comunista ajeno a la ortodoxia de Moscú, e incluso del trotskismo (aunque en sus orígenes Nin lo fue) lo que deseaba era encender la llama de la revolución mundial desde la óptica del más puro leninismo. Nada más contrario al fascismo. Pero tanto en la prensa de su partido como él mismo criticaba abiertamente a Stalin al que no dudaba en acusarle de tirano y a sus seguidores de contrarrevolucionarios.
Stalin, enfurecido y ansioso de eliminar cualquier atisbo de oposición ideológica, y en especial del trotskismo, decidió la eliminación de Nin y los poumistas. Las autoridades republicanas españolas, necesitadas de la ayuda soviética, se limitaron a mirar para otro lado, mientras que los comunistas colaboraron en la represión, con la coartada de que había primero que ganar la guerra y aparcar la revolución que preconizaban los anarquistas y los militantes del Poum.
Pero mas allá de los hechos históricos, lo que nos interesa de cualquier buena biografía es conocer la vertiente humana del biografiado. Navarra parte de un personaje atractivo, un lúcido analista, un hombre inteligente con afanes culturales y autor de infinidad de textos políticos, históricos y traducciones. Una persona, que como bien afirma el autor del libro, de no haber seguido el camino de la política podía haber sido un literato o un hombre de cultura crítico con su tiempo, un poco al estilo de tantos otros que surgieron hartos de la España de su tiempo, pongo por caso un Baroja por ser uno de los mas conocidos.
La pureza del ideal conduce a Nin al radicalismo y no ver lo que se viene encima creyendo que un juicio justo pondrá las cosas en su sitio cuando los policías españoles al servicio de los agentes del NKVD lo detienen. Trasladado de Barcelona a la localidad madrileña de Alcalá de Henares allí se perderá el rastro de este orador nato, un hombre que pasó por muchas vicisitudes, desde sus primeros compromisos revolucionarios, y que había sido detenido antes en muchas ocasiones como dirigente revolucionario.
De las lecturas de Nietszche y el reformismo catalanista de comienzos de siglo, Nin terminó en el comunismo. El estallido de la revolución rusa fue clave en su caso para entender un mundo que despreciaba desde la óptica marxista. A comienzos del siglo veinte fue enviado por la dirección del sindicato de matiz anarquista del que formaba parte a Moscú, donde vivió una década, primero como una persona privilegiada, con dacha incluida, y el cargo de secretario de la Internacional Sindical Roja. Pero cuando Stalin se fue haciendo con el poder tras la muerte de Lenin en la segunda mitad de los años veinte, acabó siendo marginado por sus simpatías trotskistas. Al final pudo regresar a España en 1930. Fue entonces cuando en alianza con otras organizaciones de la izquierda comunista se creó el POUM.
Iniciada la Guerra Civil, fue Conseller de Justicia de la Generalitat catalana e intentó poner freno a la violencia descontrolada de los primeros meses en contra de quienes eran acusados de contrarrevolucionarios, muchas veces sin motivo. Del partido, que contaba con unos 40.000 afiliados, se alistaron en las aguerridas milicias del partido unos diez mil, entre ellos varios extranjeros, como el escritor británico George Orwell.
¿Y los afectos? De la primera mujer terminó distanciado y tuvo dos hijos, a los que no prestó mucha atención. De la segunda, una rusa exbailarina del Bolshoi que conoció durante su estancia moscovita, tuvo otras dos hijas. Se llamaba Olga y le acompañó hasta el final para terminar exiliada en Nueva York. Navarra no elude su posible romance con la escritora catalana Mercè Rodoreda.
Al final comprendemos al hombre y su tiempo. Entonces podemos decir que hemos cruzado el meridiano biográfico con éxito. Una vida que, si hubiésemos de resumirla en pocas palabras, diríamos que Andreu Nin fue un hombre de acción que en su itinerario vital avistó una estrella que le indicaba el camino a seguir como un rey Mago. En su caso era la roja de la revolución mundial. Demasiada ambición para Nin y las mujeres y hombres que encabezó.
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