Lo de dentro fuera (Sexto Piso, 2021) es la tercera novela de Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971), un ejercicio de extrospección intimista, una exhibición de lo invisible.
De alguna manera la forma algo amorfa y grotesca de la litografía de Jean Arp que aparece en la cubierta nos advierte de la naturaleza del libro: si Arp trabajaba sobre el concepto de una obra biomórfica, donde lo orgánico representa el principio formativo de la realidad, esta novela pone en preguntas todo lo de dentro, todo lo de fuera. ¿Dónde se establecen los límites del cuerpo con el mundo? ¿Cuánto de mundo es cuerpo? ¿Cuánto de cuerpo es timidez de fuera? ¿Qué cantidad de vergüenza modifica lo exterior?
La novela la protagoniza una estudiante de arte dramático, que mediante fotogramas de su vida nos cuenta su universo, sus dudas, sus intimidades. Aparecen otros personajes: la madre, el padre, un hermano, amantes, el profesor -el tipo-, el afuera, la máscara, el diálogo interno, la memoria. Podríamos decir que hay esbozos de todos estos participantes a escena, pero no hay uno solo sobre el escenario. El escenario no es tal. La novela es la máscara, la máscara tras la máscara, la palabra persona, la construcción de esa máscara frente a otras, ahí fuera, con todo lo que debe de ocultar. «El vacío siempre es por fuera».
El libro está organizado en retazos, como fotogramas donde algo sucede y la protagonista, en paralelo, dialoga consigo misma, se confiesa. A veces se responde, a veces se ignora, a veces dictamina. Estamos por capítulos en una infancia dulce, por momentos en la clase del tipo, volviendo a casa con la camiseta manchada de semen, sentados en el escenario intentado ser únicamente afuera, tomando un café, en la página de un diario, en el rumor de una clase adolescente, en la historia de máscaras y espejos de la Iglesia Católica, en el reproche de una madre preocupada, en la asfixia del cuello que alguien le aprieta. El libro dialoga dentro de sí, dialoga hacia nosotros, nos presenta como ojeadores de intimidad mientras nos levanta la intimidad propia mediante la interrogación.

Mariano Peyrou
El concepto del cuerpo y de la autoconcepción vertebran la historia, que en un constante diálogo de la protagonista nos convoca al síntoma de estar expuestos sin saber qué somos, para qué somos.
El cuerpo en el pudor, en la exposición, sintomático. Un cuerpo que la protagonista narra casi como un parque infantil: hecho de toboganes, de túneles, de canales, intentando mantener una infancia que no es tal. En sus páginas resuena la dicotomía occidental de la separación cuerpo-mente, con el diálogo interno y el vómito como compuerta entre ambos mundos. Lo de fuera como aquello que nos autoriza: «Soy cuando me miran».
De alguna forma, pese a que la historia introduce varias personas, los personajes son otros: son todos los de dentro de ella que se convocan en la acumulación de páginas. Hay voces que son más personajes que la historia en que se sostienen las preguntas: porque si algo es este libro, es un libro que provoca la interrogación.
Por una parte, está la voz que observa y acude, la que narra o está presente de una forma más física, algo así como la voz-cuerpo.
Por otra parte, la voz que duda (la voz de dentro, esa que resuena cuando pensamos y nos pensamos), algo así como una voz-eco o voz-piel, con la que establece un diálogo ácido, dañino, inocente.

Jean Arp. Constelación con cinco formas blancas y dos negras
Ambas entran en conflicto con la memoria, que sería algo así como el escenario donde sucede la historia, pero una memoria que, de nuevo, sucede bifurcada: está su memoria de infancia, de momentos donde ella ha ido construyéndose y está -como personaje para mí más interesante- la memoria de presente: la memoria que sucede cuando te ves en los sitios, desdoblada, entendiendo que estás ahí, analizándote, atendiendo a los otros, modificándote por y para los otros. Algo así como la memoria-sonrojo.
De manera necesaria ella estudia arte dramático, se piensa en el exterior, entre el grito y el silencio, entre vaciarse y llenar. «Vomitar es echar fuego por la boca».
El vómito actúa como cuarta pared de la protagonista, primero como acción realizada, luego como deseo interno, como lugar al que irse. El vómito como presente y cuerpo, como identidad. «Vomitar es un pequeño suicidio». «Me pregunto si el vómito cambia o es siempre el mismo”. «Miraba el vómito y ahí era yo, ahí estaba yo, el vómito era un espejo». El vómito es la parte visible del pudor, del dentro: contiene en sí mismo a los otros tres personajes (la voz-cuerpo, la voz-eco, las memorias).
El libro está edificado sobre la paradoja: por una parte, existe una voz inocente, narrativa, que observa, y por otra, una voz irónica que le contesta sin endulzar desde una absoluta madurez. Lo verídico o lo lógico no están llamados a participar, no importa si es real porque es verdad. «Lo que más temo del mundo es lo de dentro: que todo lo de ahí salga y se convierta en hechos».
Estar vacío para estar, para poder estar.
Juega a ser novela y a ser mucho más: una sucesión de relatos, un diario, un libro de aforismos, un poema, una obra de teatro, también. Con un lenguaje sencillo, sin ornamentos o fuegos artificiales, ágil y detenida, completa la historia a base de blancos, de imprecisión, de sugerencia, exigiendo al lector rellenar los huecos, ejercer sospechas, aceptar la incógnita.
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