Steven Runciman en Cambridge en 1925,  fotografiado por Cecil Beaton

 

Javier Marías en su epílogo a La caída de Constantinopla 1453 de Steve Runciman, publicado en 2006 por su editorial “Reino de Redonda”, afirma que el historiador inglés hace en el libro una creación literaria extraordinaria. Marías publicó tres años después Las vísperas sicilianas, y lo más seguro es que hubiese hecho lo mismo con las memorias de Runciman, El Alfabeto del viajero recién publicadas en italiano por la exquisita editorial Edizioni Settecolori.

Steven Runciman (1903-2000) fue una figura única en la historiografía británica del siglo XX. No fue sólo un historiador, sino también un excelente narrador que supo contar para un público amplio la historia del Mediterráneo medieval. Su gran obra fue la trilogía Historia de las Cruzadas (1951-1954), y su interés histórico primordial el Imperio Bizantino, ya que le ofrecía una perspectiva exótica a su erudición y que eran escasos los historiadores interesados en esa época.

En El alfabeto del viajero, publicadas en 1991, Runciman organiza sus memorias en torno a una estructura alfabética, en la que cada letra corresponde a una persona, lugar o concepto que desempeñó un papel importante en su vida. Algunas entradas son humorísticas, pero todas son el reflejo de la compleja personalidad de Runciman y de su ingenio. A través de esta estructura, Runciman nos habla de sus relaciones con intelectuales, miembros de la realeza y personajes de todo pelaje, así como su profundo aprecio por el arte, la arquitectura y las culturas antiguas.

 

 

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Este formato ofrece también una visión selectiva de sus viajes, en un tiempo donde la globalización era inexistente y, por lo tanto, la experiencia de vivir en cada lugar distinta, desde China hasta Vancouver. Además, Runciman viajaba hasta los sitios que estudiaba, ya fueran iglesias bizantinas, castillos cruzados o ruinas otomanas. Sus anotaciones sobre lugares como el Monte Athos o Estambul revelan su interés académico y profunda admiración por los paisajes históricos que visitaba. Este enfoque de la historia, como experiencia vivida y búsqueda académica, fue otra de sus características.

Los episodios de la vida de Runciman incluyeron variados oficios, como astrólogo real de la corte griega, derviche, o asuntos más prácticos como mecenas  de  la Biblioteca de Londres, de la que hizo amplio uso y a la que donó un ascensor.

A los seis años ya sabía latín y griego. Hijo de políticos liberales que fueron el primer matrimonio en ocupar un escaño en el Parlamento británico, leyó innumerables libros de historia y adoptó la pose del esteta en el Trinity College de Cambridge donde su amigo Cecil Beaton le retrató. Tuvo a Guy Burgess como alumno, coleccionó personas y lugares. Frecuentó las casas reales de Bulgaria, Rumanía, Tailandia y España. En 1934 visitó Bulgaria, donde se encontró con el escritor Patrick Leigh Fermor, que iba hacia Estambul, y en 1937, de regreso del Monte Athos (Grecia), ayudó a dar a luz a un bebé. Contó que fue «un espectáculo que ningún soltero inocente debería ver».

 

Runciman en los años cincuenta

 

En Tailandia vio un fantasma que desapareció ante sus ojos. Durante la ceremonia del Fuego Sagrado en Jerusalén en la Pascua de 1931, él y la princesa Alicia, que estaban sentados en una galería, se divirtieron dejando caer cera fundida de sus velas sobre la calva del impopular comandante de la guarnición; el iracundo soldado y futuro mariscal de campo Montgomery. Parte de la Segunda Guerra Mundial la pasó en Turquía lo que le fue muy útil en sus investigaciones históricas. 

Las obras de Runciman se caracterizan por un estilo narrativo que difumina la línea que separa la historia de la literatura. A diferencia de algunos de sus contemporáneos, que preferían un enfoque más analítico o basado en datos, Runciman era un narrador de corazón. Describía su trabajo como un intento de «recrear la historia como literatura», lo que a veces le acarreó críticas desde el punto de vista académico. No obstante, su enfoque hizo que sus libros fueran accesibles y atractivos para un público amplio.

Le gustaba plantear los acontecimientos y personajes históricos en términos de drama moral y existencial, explorando las motivaciones y dilemas personales de los individuos atrapados en grandes conflictos. Esto resulta evidente también en El Alfabeto del viajero, donde se refleja la capacidad de Runciman para captar las dimensiones emocionales. Al historiador no sólo le interesaba lo que ocurrió, sino por qué la gente actuó como lo hizo: las creencias, los miedos y las aspiraciones que le impulsaron. Una vida legendaria que daría para muchos alfabetos viajeros.  El último viaje lo realizó con 97 años al Monte Athos para asistir a la bendición de la iglesia del Protos o presidente de la comunidad monástica.

 

Monasterio del Monte Athos