José Watanabe

 

Literatos del Perú

 

El otro día en mi canal de YouTube, https://www.youtube.com/@joaquincampos-escritor declamaba poemas de José Watanabe, uno de mis poetas favoritos. Recuerdo lo que me costó conseguir su poesía completa, editada por Pre-Textos, que llegó a estar descatalogada aunque, afortunadamente, sus editores en España tomaron la sabia decisión de volverla a imprimir. Watanabe, de ascendencia, claro está, nipona, escribe como es imposible que lo pueda hacer, para bien o para mal, otro autor en lengua española que no tenga tal influencia japonesa. Mi familia no tiene médico; ni sacerdote ni visitas decía en uno de sus poemas, recordando su procedencia campesina, pobre, qué digo, paupérrima. Pero de la misma forma que don José Watanabe me abrió la puerta del Perú y sus escritores, han sido otros los que, incluso, han llevado más lejos el nombre de una nación sudamericana, más conocida hoy día, por su excelente cocina. En primer lugar y, claro está, tenemos a Mario Vargas Llosa, que aunque falleciera el pasado abril manejando varias nacionalidades –la peruana, la española por residir en Madrid la mayoría del tiempo y, finalmente, la dominicana–, era un escritor, además de peruano de nacimiento, internacionalmente conocido ya antes de que en 2010 fuese el, por ahora, el último escritor en lengua española en el que recayó el galardón por antonomasia: el Premio Nobel de Literatura, allá por 2010. Otros escritores peruanos mundialmente conocidos son: César Vallejo, poeta inmenso que aún debería ser más conocido, y del que recomiendo encarecidamente leer sus versos, insondables; Alfredo Bryce Echenique; y Ciro Alegría. Pero ya les digo algo: Perú, sólo por Watanabe y Vallejo, ya ha ofrecido a la historia de la poesía mucho más que algunos continentes.

 

 

 

Escritores andorranos

 

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Andorra es un país, como todo sabemos, que aunque alejado de todo poder geoplolítico, posee los suficientes habitantes y nivel cultural como para que entre ellos asomen literatos que, siempre en lengua catalana, dan empaque a tan pirenaica nación. Y desde su legendaria librería La Puça han ido saliendo autores que incluso han representado a Andorra en la tan internacionalmente conocida Feria del Libro de Frankfurt. Entre los más interesantes sobresalen Antoni Morell, Albert Salvadó, Albert Villaró y Teresa Colom. En poesía, sin duda, es Josep Enrique Dallerès su máximo exponente. Sea como fuere, Andorra se merecía estar en esta bitácora, demostración palpable de que el número de habitantes es menos esencial para poseer escritores que su porcentaje poblacional lector –de los mayores de Europa– y su eficiente sistema educativo, alejado de las constantes paranoias del de sus vecinos del sur: España.

 

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Leer en los medios de locomoción

 

 

No sé si os pasa, pero los que viajamos a menudo detectamos que durante esos trayectos, tantas veces inmensos atravesando estepas a lomos de trenes alejados –afortunadamente– de la alta velocidad, se nos pasa por la cabeza que ese, y justamente ese, es el momento idóneo para desconectar de todo y ponerse a leer. En los trenes, mi cabeza se muestra concreta a la hora de consumir párrafos, de masticarlos, de rumiarlos. En los aviones me ocurre algo parecido, con la salvedad del amasijo de humanos encerrados en tan cortos espacios, pegados los unos con los otros, dentro de un armatoste sin salida, lo cual me descuida, y no pocas veces, mis niveles de concentración. Pero es en el autobús, ya sea de larga distancia o barrial, el que me genera imposibilidades para poder leer sin marearme. En el coche, justamente, me ocurre lo mismo. Si se dan cuenta, la lectura comienza a desprenderse de la acción humana, donde cada vez hay menos estantes con libros –y ya no digamos librerías completas de siete baldas; a la antigua–, y sin embargo, sí existen más salones atornillados con piezas del Ikea donde un jarrón chino fabricado en serie o un collage de fotografías tan similares a las del resto donde siempre se sonríe, ocupan los espacios donde antes se almacenaban las enciclopedias más completas, las obras de filósofos contrastados, además de novelas que nos harían saltar por los aires con más efectividad que cuando caminando desnortado un cristal te atraviesa la chancla, y por ende, se te clava en la planta del pie. Yo, mientras escribo estas líneas de apoyo constante a la literatura en casi cualquiera de sus formas, contrario a que la inmensa mayoría de los salones –y resto de estancias en los hogares– de Occidente hayan sido comprados, sin piedad, en Ikea, quiero recordar el momento placentero que sentí en un tren que partió hace unos días desde Bangkok con destino Chiang Mai, donde en mi litera, parte de arriba –tren nocturno, aclaro– estuve leyendo el Yo y tú de Martin Buber, libro que me recomendó el gran Víctor Telúrico. Porque recomendar lectura es otro de los hábitos de los que, tristemente, nos vamos desprendiendo.

 

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