
Detalle de la portada de País portátil
La industria editorial funciona al socaire de las modas que ella misma potencia, cuando no crea. Pero para que ello posea cierto aire de efectividad es casi condición ineludible que esa moda o tendencia se convierta en un elemento que contenga sustantividad. Si damos un somero repaso a la cantidad de libros escritos por venezolanos publicados en España en los últimos cuarenta años constataremos que, en relación con mexicanos, argentinos, colombianos o peruanos, o chilenos, y todo ello porque esas nacionalidades se asociaban más al boom, los escritores venezolanos apenas eran incluso nombrados, salvo en caso de Salvador Garmendia o Adriano González León que aportaron lo suyo en aquellos años, dándose el caso de que País Pórtatil, de González León se convirtió en un libro de culto que daba cuenta del espectro revolucionario de la ideología castrista en aquellos años, amén de que fue el último Premio Biblioteca Breve, lo que otorgó al libro un aura legendaria que ya forma parte de los anales literarios del boom y sus consecuencias.
Lejos quedaban ya los tiempos en que Rómulo Gallegos reinaba indiscutible, todo hay que decirlo, junto al eterno Uslar Pietri, que tuvo la desgracia de convertirse en la apariencia de un clásico en su muy dilatada vida (no hay cosa peor que le conviertan a uno en un clásico mientras viva), lo que ha llevado, es casi ley, que nadie hoy día le lea, salvo los incondicionales de la arqueología literaria, en la que son duchos, y están obligados por oficio, los profesores que rescatan autores olvidados, realizan ensayos sobre su vida y obra y, con un poco de suerte, encuentran que esas obras vuelven a editarse gracias a ello y, etc, etc…
https://www.lahuertagrande.com/publicacion/los-cielos-de-curumo/
Pero llegó Chávez y luego Maduro y Venezuela estaba de continuo en boca de los comentadores de los noticieros políticos de medio mundo y ello ha dado lugar en que de un tiempo a esta parte los autores venezolanos, algunos de ellos como Juan Carlos Méndez Guedez o Juan Carlos Chirinos viven incluso desde hace muchos años en España y editado antes de la llamada “revolución chavista”, se publiquen con cierta asiduidad hasta el punto de que hoy día, y hay que recalcar lo de hoy día en su significado más literal, compiten ya de igual a igual con mexicanos y argentinos, y todo ello por razones que poco o nada tienen que ver con los logros literarios. De hecho Venezuela cuenta desde siempre, pongamos los tiempos de Andrés Bello, con una nómina de escritores de primera fila que nada tiene que envidiar a la de otros paises. Y sin embargo…
Digo. De un tiempo a esta parte. En realidad ha sido cosa de pocas semanas. La publicación de Cuentos salvajes, de Ednodio Quintero, en hermosa edición de Atalanta, ha servido para que el lector español conozca en su totalidad, de hecho de Ednodio Quintero se habían publicado varios libros de él en España, amén de sus traducciones de Yanuchiro Tanizaki, la obra cuentística de uno de los grandes hacedores de relatos de la actual literatura en español, lo que es mucho decir.
https://www.edicionesatalanta.com/libro.php?id=145
Pero junto a Quintero, que es escritor de reconocido prestigio asentado, se han editado libros de una generación más joven que nos da cuenta de que existe una literatura venezolana viva y de una carga literaria que es muy crítica con la situación desesperada en que se encuentra el país. De hecho estos escritores intentan expresar, mediante uso de géneros muy dispares, qué sea ese espacio que se llama Venezuela, cuyo nombre es metáfora de riqueza, y de qué modo ese lugar ha dado paso a una tierra baldía.
Esa transformación crea metáforas y espacios simbólicos de muy diversa índole, desde la magnífica novela de Juan Carlos Chirinos (Valera, Trujillo, Venezuela, 1957), Los cielos de curumo, que acaba de publicar entre nosotros la editorial La Huerta Grande, donde mediante la descripción de las historias cruzadas de cinco amigas se da cuenta de la llegada de un apocalipsis que barre la ciudad de Caracas desde las laderas sepultándola en lodo, y todo ello descrito en segunda y primera persona por un curumo, llamado zopilote en México o gallinazo en el Perú, que sobrevuela la ciudad y que es personificación justiciera de la naturaleza cuando el hombre se despista de aquello que ineludiblemente tiene que hacer. Ni que decir tiene que esta estupenda novela es descripción de un país asolado por la corrupción y el cinismo, lo que era de prever en un escritor que ha publicado ya obras de calidad probada, como el libro de relatos La manzana de Nietszche, la novela Noche bosque o el ensayo publicado el pasado año, Venezuela, biografía de un suicidio, un ensayo breve y lúcido sobre las causas que han llevado a su país a la situación actual. La conclusión es terrible: los venezolanos son un pueblo acostumbrado a convivir con los populismos más redentores desde su origen como nación…
Aparte de la obra de Antonio López Ortega, de la que se han publicado algunos libros, como La sombra inmóvil, han aparecido recientemente obras de autores mucho más jóvenes como Alberto Barreda Tyszka, de quien se ha publicado Mujeres que matan; Karina Sainz Borgo, que se ha estrenado con La hija de la española; Moisés Naím, con una magnífica novela de género negro, que es género que cuadra muy bien en la Venezuela actual, Dos espías en Caracas; también Ana Teresa Torres o el antes citado Juan Carlos Méndez Guedez, autor de Los maletines, entre otras, novela de una calidad sobresaliente.
Comentario aparte merece El muro de Mandesltahm, de Igor Barreto, por su enorme intención simbólica, lo que no es de extrañar tratándose de un libro de poesía, un libro prácticamente inexistente, había una edición casi testimonial en su pais de origen de 150 ejemplares, y que ahora está considerado como una de las grandes novedades de este año en la producción poética en español al ser publicado en una edición española con la incorporación de dos poemas inéditos, un libro que trata la pobreza, el límite como experiencia vital, lo que el autor llama “las zonas intermedias de la realidad”, es decir, los intersticios de amor, ternura y solidaridad que se cuelan en un mundo opaco y violento, el mestizaje de géneros literarios y la muerte, en una especie de paralelismo entre el destino del poeta ruso en una tierra, la suya, que le fue ajena y la del escritor venezolano, al que le quiere suceder lo mismo en una suerte de correlato fingido pero que sirve como telón de fondo para dar cuenta de la suerte y destino de su país.
Una literatura para un país en crisis… por otra parte una magnífica literatura. No siempre ha sido así.