Libros religiosos

 

Las nuevas generaciones, básicamente occidentales, nos aseguran que se han librado de la dura carga de la religión. Suelen ser los cristianos, justamente, los que fueron enseñados además de a seguir una doctrina a poder discrepar de ella sin ser lapidados. Siempre me han parecido ociosos todos aquellos ateos que en realidad, aman a su país por encima de la religión de sus ancestros, cuando no directamente amaban a algo que ni siquiera era –al menos aún– un país. Pero la religión también ha sido un tema espectacular para que algunos libros que se han basado en ella hayan pasado a la historia como auténticos milagros literarios. Quiero comenzar con La edad de la nada, de Peter Watson, editado en España por Crítica, como un libro que trata la religión, el agnosticismo y el ateísmo de manera sublime. Todo comenzó en un funeral donde los allí presentes no eran religiosos así como el fallecido había proclamado durante toda su vida su ateísmo. Aquella farsa se perpetró, además, en una iglesia sin la presencia de ningún cura.

 

 

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Impenitente. Una defensa emocional de la fe, editado por Taurus y escrito por Francis Spufford, es otro libro de categoría que te deja, con tus creencias cogidas por dos alfileres. Por qué no soy cristiano, del escritor-orquesta Bertrand Russell, es una buena coz contra todo aquel que emite intereses religiosos, atendiendo a que la crítica no se aloja en las creencias orientales. Herman Hesse, sin embargo, se inventó una obra para elevar a los cielos al hinduismo. La misma, que no tuvo mucho recorrido en Occidente, sí que la tuvo en el mundo oriental. Siddhartha, aún así, en los últimos años, y apoyada en los cambios generacionales occidentales, comienza a ser un libro de interés para la vieja Europa.

 

 

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Otro libro muy seguido llegado no sólo desde la lejana Oriente, sino hasta de regiones que se elevan por encima de los ocho mil metros sobre el nivel del mar, es el Libro tibetano de los muertos, supuestamente escrito por Palma Sambhava, en el cual uno se prepara sin ningún tipo de superstición para el más allá. Debo reconocer que leí, por recomendación, o sea con máximo interés, el libro de Chesterton ¿Por qué soy católico?, y me quedé a medias. Pero sea como fuere, prácticamente todo de lo que somos –nombres, almanaques, losas mentales, valores…– tienen que ver con las religiones que desde tiempos inmemoriales acompañan al hombre en su seguir siendo.

 

Libros en catalán

 

 

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Como escribiendo estos párrafos me hallaba en tierras catalanas, debo ofrecerles la posibilidad de que conozcan a algunos de sus mejores escritores, prácticamente todos traducidos al español e incluso a otras lenguas extranjeras. Bajo mi minúsculo punto de vista, ya que he leído a menos del 1% de autores en catalán, Jose Pla, con su espectacular Cuaderno gris, fue uno de los que, sin ningún género de dudas me dejó anonadado por su saber escribir y profusa autenticidad. Debo recalcar que en esta entrada no hablo de escritores catalanes, sino de aquellos que ejercían su literatura en lengua catalana, y no sólo en la lengua castellana. Joanot Martorell, que era valenciano y escribía en eso, valenciano, lo cual no deja de ser una variante prima-hermana del catalán, escribió su mastodóntico Quijote levantino llamado Tirant lo blanch (Tiirante El Blanco), obra que se empezó a reconocer muy a posteriori. En poesía, mi recuerdo a Joan Salvat–Papasseit, representante del futurismo, poeta de vanguardia, anarquista y socialista. Tristemente murió con sólo 30 años, por lo que no sabemos hasta dónde podría haber llegado su propulsión poética, adaptada el pasado siglo dentro de la Nova Canço catalana.

Y aunque sólo fuera porque el título de todos sus poemas eran calles barcelonesas escritas en catalán, debemos recordar al milagro absoluto José María Fonollosa y su inigualable Ciudad del hombre. Y aquí les dejo su sublime Ronda de Sant Pere: “No es cierto que transiten por las calles/sólo seres frustrados, transportando,/cansados, su cadáver insepulto./A veces también pasan muchos jóvenes/llevando al hombro sueños y pancartas. /Y ellos no están frustrados. Todavía». 

 

Escritores argentinos 

 

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Aprovecho mi estancia temporal en Argentina, tras haber pateado España, para señalar a los autores y obras que han ayudado a convertir al país austral en uno asociado a la literatura universal. Podríamos hablar de los clásicos representantes, Cortázar, con su Rayuela, o Borges, con su El Aleph, pero siendo justos, deseo contaros qué otros autores argentinos me conmovieron, o al menos, llamaron la atención. Por ejemplo, no dejen de leer, si es que no lo han hecho ya, Sobre héroes y tumbas y El túnel, ambas escritas por Ernesto Sábato, el cual demuestra su exquisita manera de conquistarnos a través de las letras. Los siete locos, de Roberto Arlt es, bajo mi punto de vista, una de las mejores obras que he leído. 

 

 

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El hambre, de Martín Caparrós, también es otro librazo, donde además de contarse las miserias humanas, se nos enseña esa parte del mundo tan desconocida. Y aunque no lo haya leído –aún–, muchas personas me recomiendan la lectura de Martín Fierro, de José Hernández, obra cumbre del género gauchesco que en la Argentina es considerada obra de culto. Y sí, Argentina también posee una enorme cantidad de grandes poetas, donde, asumiendo que la medalla de plata sería para el grandísimo Juan Gelman, y la de bronce para Alfonsina Storni, Oliverio Girondo, al que en España Trampa Ediciones le publicó su poesía completa, tan necesaria, se subiría a lo alto de mi cajón particular para colgarse la presea de oro. Mientras escribo estas líneas preparo mi visita a la librería porteña El Ateneo, de belleza sublime, la cual ocupa el espacio de un antiguo teatro, que según me aseguran, después fue cine. Aunque tampoco deberían dejar de visitar la también sobresaliente librería Hernández, en Corrientes con Uruguay. 

 

Librería El Ateneo de Buenos Aires