Óleo de Pieter Brueghel el Viejo de 1562. El triunfo de la muerte. Museo del Prado.
En «El mundo que forjó la peste» (Desperta Ferro, 2025), el historiador neozelandés James Belich presenta una tesis audaz: que la Peste Negra (1347–1351) no fue simplemente una tragedia demográfica, sino el auténtico punto de partida del ascenso europeo hacia la hegemonía global entre 1350 y 1800. Lejos de ser un fenómeno destructivo sin más, la peste se revela aquí como el catalizador de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales que moldearon el mundo moderno.
El libro nace de una pregunta desconcertante para el lector que desconoce el tema: ¿por qué Europa? ¿Qué llevó a un continente pequeño y relativamente atrasado, en comparación con China o la India, a dominar el mundo en los siglos posteriores a 1400? Belich argumenta que la clave está en las consecuencias de la Peste Negra, que diezmó la población europea pero liberó recursos, multiplicó la riqueza per cápita y obligo a las sociedades a innovar.
Una de las ideas centrales del libro es que al reducir a la mitad la población de Eurasia occidental, la peste duplicó o triplicó la disponibilidad de bienes y tierras para los supervivientes. Esto generó una nueva clase consumidora y activó mercados que antes eran marginales. El impacto no fue homogéneo: mientras que dentro de Europa los países compitieron entre sí, globalmente ganaron ventaja sobre regiones que no habían sufrido un trauma similar, como muchas áreas de África o Asia antes del siglo XVII.
El libro está dividido en varias partes. La primera se enfoca en el origen de la peste y su devastador efecto en la demografía. La segunda parte explora la paradoja de que, tras semejante tragedia, Europa vivió una “edad de oro” entre 1350 y 1500, en la que florecieron el comercio, la especialización regional y el desarrollo tecnológico. Esta bonanza se explica porque la reducción de la población empujó a buscar alternativas que ahorraran mano de obra: armas de fuego, galeones que no necesitaban remeros, altos hornos, molinos de viento y la imprenta.
Belich también explora el impacto cultural y social de la peste. La escasez de escribas impulsó la alfabetización, la educación y la invención de tecnologías que alargaban la vida laboral, como las gafas o las ventanas de vidrio. Todo esto fortaleció a los Estados, que pudieron construir burocracias más eficientes y contar con contribuyentes más numerosos y solventes. La peste, por tanto, no solo mató a millones de personas, sino que reconfiguró la relación entre ciudadanos, técnica y poder.
Una de las contribuciones más interesantes del libro es la idea de la “cultura de la tripulación”. Tras la peste, muchas regiones pobres en agricultura reorientaron su economía hacia el mar. Los hombres sin tierras ni empleo migraron en cuadrillas, como marineros, mercenarios, cazadores de pieles o traficantes. Así nació una subcultura transnacional, masculina y violenta, que fue el motor humano de la expansión europea. Al mismo tiempo, sus lugares de origen –con un marcado déficit de hombres– vieron surgir a mujeres más independientes, activas y económicamente decisivas como sucedió en Galicia y el País Vasco, y donde estas dinámicas dejaron una huella duradera.

La plaga. Arnold Böcklin, 1827–1901 (Kunstmuseum, Basel, Switzerland)
Otra cuestión que el libro trata es el renacimiento de la esclavitud. En la Europa medieval, la esclavitud estaba en retroceso, pero la falta de mano de obra tras la peste invirtió la tendencia. Cristianos y musulmanes se resistían a esclavizar a sus correligionarios, lo que los llevó a buscar esclavos en África. De ahí nació la trata atlántica, con las consecuencias que todos conocemos. Belich lo presenta como una consecuencia directa –y brutal– del nuevo orden económico que emergió tras la plaga.
El capítulo final analiza la consolidación del imperio británico a finales del siglo XVIII. Gracias a su dominio naval, los británicos no solo construyeron su propio imperio, sino que también absorbieron otros –como el mogol en la India– y controlaron el comercio global, tanto legal como ilegalmente. Interesante es la idea de que el éxito británico se debió, en parte, a su capacidad de “copiar las mejores prácticas” de otras regiones (como los textiles indios) y reproducirlas en su propio territorio, por ejemplo en Lancashire.
Frente a la visión tradicional de que Europa triunfó por una supuesta superioridad cultural o religiosa, Belich plantea una historia mucho más contingente, materialista y empírica. Europa no tenía ventaja en 1350; al contrario, estaba rezagada. Pero la peste generó una serie de desequilibrios –económicos, demográficos y tecnológicos– que las sociedades europeas supieron aprovechar de manera más eficaz que otras.

James Belich nació en Wellington en 1956 y se licenció en Historia en la Universidad Victoria (Nueva Zelanda). En 1981 obtuvo el doctorado en Oxford gracias a una beca Rhodes y ha impartido clases en la Universidad de Auckland y en la Universidad Victoria de Wellington. Foto de Desperta Ferro
Para saber más sobre este libro: https://www.despertaferro-ediciones.com/wp-content/uploads/2025/02/DdP-El-mundo-que-forjo-la-peste.pdf