Hugo Simberg: El ángel herido, 1903. Museo de Arte Ateneu, Helsinki. © Foto: Hannu Aaltonen.

 

Si pensabas que los artistas modernos solo querían romper las reglas y escandalizar a sus coetáneos, la exposición itinerante «Gótico Moderno» te hará cambiar de idea. Esta exposición ha viajado desde el Museo Ateneum de Helsinki al Museo Nacional de Arte de Oslo para terminar en el Museo Albertina de Viena donde estará hasta el 11 de enero de 2025. Pero también se puede ver  a través de las páginas web de estos museos y sus recorridos virtuales, las imágenes que ofrecen y el catálogo.

Lo primero que llama la atención es que el modernismo no consistió solo en romper con el pasado, sino en limpiarle el polvo y descubrir que, en el fondo, los dramas medievales, los esqueletos, los santos y las vírgenes dolientes tienen mucho que decir sobre el amor, la muerte y las rarezas del ser humano.

La exposición de Helsinki, inaugurada en el 2024, se llamó Gothic Modern – From Darkness to Light (Gótico moderno. De la oscuridad a la luz). Bajo la mirada de las comisarias Anna-Maria von Bonsdorff y la profesora Juliet Simpson, la exposición parece llevarte de paseo desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, cuando los artistas buscaban un sentido a la vida en un mundo que cambiaba demasiado rápido. Fue entonces cuando volvieron la mirada hacia la Edad Media, una época llena de plagas, miserias y penitencias, pero que al menos se tomaba las emociones en serio.

 

Akseli Gallen-Kallela: La madre de Lemminkäinen’s 1897 Ateneum Art Museum, Antell Collections, Helsinki

 

A la primera parte de la exposición la llamaron Peregrinos, pero no iba de gente caminando hacia Tierra Santa o el Camino de Santiago, sino de artistas en busca de inspiración espiritual. Muchos se retrataron como monjes o profetas: caras serias, túnicas, miradas al infinito. Me imagino que estaban intentando entender el caos de sus vidas y la de sus alrededores.

Luego venían las Devociones eróticas, donde el amor y el sufrimiento bailan el mismo movimiento de siempre. Max Beckmann, con su Adán y Eva (1917), inspirado en el de Lucas Cranach el Viejo, demuestra que el pecado original nunca pasa de moda, solo cambia de estilo. En La danza de la muerte, los esqueletos medievales reaparecen con entusiasmo: Böcklin, por ejemplo, se pinta a sí mismo en 1872 acompañado de la Muerte tocando el violín, como si la parca fuera su mejor música de fondo.

 

Arnold Böcklin | Autorretrato con la muerte como violinista, 1872

 

En las Fuerzas de la naturaleza se nos recuerda que, desde las pestes medievales hasta los virus modernos, llevamos siglos enfrentándonos al mismo enemigo: el caos. La única diferencia es que ahora lo publicamos en las redes sociales para contribuir a difundirlo por todas las esquinas con un toque narcisista.

Ver desde lejos el catálogo de la exposición de Helsinki deja una sensación curiosa: melancolía y esperanza. Una especie de recordatorio de que mirar a la oscuridad del pasado puede servir para encontrar un poco de luz en el presente. Algo es algo.

 

Edvard Munch. Gólgota, 1900

 

Oslo

La exposición estuvo luego en el Museo Nacional de Oslo hasta el 25 de junio de este año, y los noruegos, tierra de Munch y de cielos dramáticos y tenebrosos, adoptaron el lado más teatral y escalofriante de este asunto.

En esta versión, el protagonismo lo tienen obras que juegan con lo inquietante: Muerte y mujer (1910) de Käthe Kollwitz o Cenizas (1895) de Edvard Munch se codean con grabados de Holbein y Durero. La muerte es un personaje con el que hay que hablar, aunque sea con cierto sarcasmo.

 

Hans Baldung Grien: Las tres edades del hombre y la muerte, ca. 1509/1510

 

Oslo también reivindicó los oficios antiguos: el grabado, los tapices, las vidrieras. Todo lo que la Revolución Industrial quiso arrinconar, aquí volvía con fuerza. Las vidrieras de Emanuel Vigeland, creadas en 1923, iluminan la sala con un resplandor casi divino, demostrando que siempre es de agradecer un buen diseño.

Pero lo mejor de Oslo es que la exposición no se regodea en la tragedia, sino que la mira con una sonrisa torcida. Los esqueletos posan, los santos suspiran y los fantasmas parecen disfrutar de su protagonismo. Ya lo sabemos: la vida es breve, la muerte inevitable… pero siempre se puede pintar un buen cuadro.

 

 

Egon Schiele: hombre desnudo, 1912

 

Viena

El último tramo del viaje nos lleva a Viena, al Museo Albertina, donde está expuesta ahora. Aquí la fiesta se vuelve más refinada, más intelectual. En la ciudad de Freud, Klimt y Schiele, el drama se mezcla con el psicoanálisis. Aquí se  titula Gothic Modern (Gótico moderno), y enseña cómo los artistas entre 1875 y 1925 no miraban el pasado por nostalgia, sino para encontrar en él un espejo.

Las obras medievales y modernas se enfrentan cara a cara: una Virgen de Durero junto a un autorretrato de Schiele, los grabados de Holbein dialogando con los soldados rotos de Otto Dix. Lo que cambia no son los temas —el amor, la fe, la duda, la muerte—, sino los colores y las neurosis.

Viena también recuerda que a comienzos del siglo XX esta ciudad era el punto de encuentro de medio mundo artístico. Munch, Kollwitz y Gallen-Kallela pasaron por aquí, compartiendo ideas con Klimt y Schiele en la Secesión Vienesa. El Museo Albertina celebra esa mezcla de influencias como si fuera una fiesta donde los artistas, vivos o muertos, se saludan con una copa en la mano.

 

Vincent van Gogh: Calavera de un esqueleto con cigarrillo encendido, 1886

 

El cartel de la exposición —el famoso Esqueleto con cigarrillo de Van Gogh— resume el conjunto: se habla de la muerte, pero con un toque de ironía y mucho porte. El catálogo, de casi 300 páginas, está lleno de ensayos eruditos, pero sales de sus páginas pensando que lo gótico era más moderno de lo que parecía. Su dramatismo, espiritualidad y crudeza sirvieron a los artistas de 1900 para poner palabras —y colores— a sus propias crisis existenciales. En el fondo, la Edad Media fue su espejo, y a través de él se miraron para entender un mundo que se estaba desmoronando.

Nosotros también vivimos tiempos inciertos, tecnológicos y un poco excesivos. También buscamos la belleza en el caos y consuelo en el arte. Quizá por eso lo gótico nos sigue interesando y no sólo a esos  jóvenes que en los años ochenta y noventa del siglo pasado iban disfrazados de «góticos» con ropajes y maquillajes que les asociaba a estos personajes. No querían borrar el pasado, deseaban conversar con él desde los clubs nocturnos, como ahora lo hacen con los memes, para atisbar los rincones más oscuros del alma.

Por eso, cuando se contempla un cuadro un baile de esqueletos o un mendigo  pedir limosna a la puerta de una catedral no conviene olvidar que el arte es una conversación entre vivos y muertos como enseña esta exposición itinerante.

 

Marianne Stokes: Melisande, ca. 1895

 

Más información:  https://www.albertina.at/en/exhibitions/gothic-modern/