A principios de los años setenta “vivir otra vida” ya era la aspiración de muchos jóvenes. Que los tiempos estaban cambiando empezaba a ser una evidencia. En España se vivía una dictadura que estaba en fase terminal, como la misma vida del dictador, mientras la sociedad entraba en el consumo de masas, una liberalización de las costumbres, un relajamiento de la censura…un fenómeno general pero más manifiesto en ciertas zonas como Cataluña, más específicamente Barcelona donde buena parte de la sociedad civil, y en particular la juventud, vivía a su propio ritmo. Un militante de un grupo anarquista de entonces, el MIL, Jordi Soler explicaría su implicación en el activismo armado con una fórmula sencilla: “como el que se hizo hippy nosotros nos hicimos revolucionarios”. Del mismo humus social donde nació el Movimiento Ibérico de Liberación, una clase media catalana más acomodada que menos, surgió la iniciativa que dio origen a la revista Ajoblanco.

 

”Jóvenes, gamberros, cultos y de buen ver “ definirá Pepe Ribas al núcleo que inició Ajoblanco, de orígenes sociales semejantes a los miembros del MIL, vecinos de los mismos barrios, escépticos frente a las militancias en los partidos de la izquierda autoritaria,  desconfiando de los partidos políticos en sí mismos como vías para cambiar la sociedad, simpatizantes de las utopías anarquistas y antiautoritarios en la práctica, frecuentando la sala de conciertos barcelonesa Zeleste… En principio unos y otros tenía más elementos en común que diferencias.

La experiencia de la revista Ajoblanco, el primer Ajoblanco, es el tema del libro de Pepe Ribas, protagonista en primera persona de la aventura, pero más que una historia de Ajoblanco, Ribas plantea la experiencia de la revista a través de su reflejo social, y en relación con el poder existente. Pepe Ribas es un “analizador”, un elemento actuante, no forzosamente coherente ni fundado en la racionalidad personificada ni el sentido común, y que se enfrenta a las instituciones y determinados valores sociales, al tiempo que explica  las contradicciones de la gente que formaba la revista como colectivo, las cuales a menudo son las mismas que las del sistema social donde actúa.

 

Pepe Ribas y la portada del libro

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Protagonista directo de la aventura, Pepe Ribas, desde su propia subjetividad, nos cuenta al mismo tiempo de una manera entretenida su tarea en el colectivo que es Ajoblanco y sus propias transformaciones y contradicciones. De este modo, el analizador es analizado en su misma práctica. El Pepe Ribas que comienza siendo un joven “de convicciones libertarias, una sexualidad confundida, una imaginación desbordante y una culpabilidad en fase de extinción” se relacionó con mundos ajenos lo que le permitió decir lo que pensaba y sentía, y seguir el camino hacia la desorganización de los convencionalismos de la propia clase social.

Ajoblanco probablemente solo era posible en Cataluña en ese momento. Su supervivencia estuvo varias veces en el filo de la navaja, pero pudo sostenerse gracias a diversos factores, como la habilidad y el descaro de sus promotores jugando con las contradicciones de la Administración, en una coyuntura donde esta última era incapaz de actuar con la firmeza represiva del pasado y se enfrentaba a un futuro dudoso, primero entre las posiciones aperturistas y continuistas del franquismo, luego entre la reforma controlada y una democracia inevitable en un momento de eclosión cultural donde proliferan las publicaciones periódicas que encuentran un público deseoso de información y puntos de vista innovadores.

 Ajoblanco traspasa los límites de Cataluña, evita la limitación que hubiera implicado su publicación en lengua catalana y sortea los condicionamientos que habría significado su politización concreta al servicio de algunas facciones políticas. También amplía su difusión no solo por la audacia de su sistema de distribución, sino sobre todo por los contenidos próximos a las inquietudes de los sectores juveniles, una eclosión de subjetividades anteriormente constreñidas por un sistema legal y unos modelos familiares represivos.

 

 

Dentro de un espíritu libertario y antiautoritario, sin caer en el doctrinarismo del anarquismo histórico, la revista conecta con nuevas inquietudes con la sección “Cloaca”, un espacio de encuentro y conexión entre individuos y colectivos que juega un papel de generador de redes de espíritu y prácticas alternativas, el “organizador colectivo” que decía Lenin refiriéndose al papel de su publicación “Iskra”, pero sin el objetivo de crear un partido sino a través de la difusión de asuntos mas cercanos a los problemas de la vida cotidiana como la sexualidad  y las drogas,  vistas en su dimensión más lúdica, afrodisiaca  o sacramental, o la apertura a cuestiones como las nuevas espiritualidades, lo festivo, las nuevas experiencias del teatro, las comunas como alternativa a la familia tradicional o la ecología en un momento en que la militancia política empezaba a decaer y el desencanto se extendía entre los jóvenes. En definitiva, un público susceptible de pasar de la Joven Guardia Roja a vivir en una comuna en lo más agreste de los Pirineos.

A través del libro de Pepe Ribas, vemos un medio cultural  en un país cambiante. Al hilo de sus desplazamientos por España encontramos lugares, espacios y personajes. En Zaragoza los núcleos que se mueven en toro a Andalán, el grupo de teatro independiente El Grifo o los posteriores creadores de El pollo Urbano.  Su visión de un Madrid funcionarial  frente a una Barcelona más articulada en la economía productiva, Barcelona «más amable, permisiva, burguesa y avanzada” que contrasta con un Madrid duro donde los Guerrilleros de Cristo Rey son un fantasma omnipresente en el imaginario de los frikis, hippies y progres varios y donde existen pequeños núcleos contraculturales como el que se mueve en torno a un puesto del Rastro de Ceesepe. Pepe Ribas conoce el ambiente del bar La Bobia, trata con El Hortelano, Ivan Zulueta y Felix Rotaeta, frecuenta La Vaquería de Emilio Sola, donde el fantasma de los Guerrilleros se concreta en un bombazo que destruye el local, o el Oliver, este lugar más en la línea de la progresía  artística madrileña que deseaba ser “gauche divine”. Sevilla, donde el underground local  estaba de bajada tras su eclosión  entre 1966 y 1972 . Cádiz  con el teatro popular Quimera los porros en la plaza de Mina o la librería Mignon…

La afirmación de Pepe Ribas que 1976 fue el año de la libertad, es un acierto y una gran verdad. Un momento en que el pasado se desmoronaba y el futuro aún no se había instalado, lo que en términos políticos se entiende como una estructura de oportunidad revolucionaria. En julio de 1977 se celebraron en Barcelona las Jornadas Libertarias, el cenit y el ocaso de la ilusión antiautoritaria.

 

 

 

La política de los partidos, la lucha por el control de las instituciones fueron dejando al margen las ilusiones juveniles de una vida distinta. El encarecimiento de la vida, el aumento del paro pusieron de manifiesto el carácter ilusorio de una vida diferente. La heroina se convirtió en la salida de muchas ilusiones frustradas y buscarse la vida sustituyó  al cambiar la vida.

 La primera fase de Ajoblanco aun perdurará  hasta 1980, al igual que Star, la otra publicación del underground también editada en Barcelona, esta mas definida por la influencia anglosajona y que ya prefigura el nihilismo del punk, una actitud más propia de los tiempos que llegaban. La Sociedad-Mercado había ganado la partida.