Fotos de Vincent Peters en la galeria Camera Works de Berlín, 2018
«El color y la herida» de Rebeca García Nieto (De Conatus, 2025) presenta una meditación sobre la memoria, el trauma, la culpa y el poder redentor, aunque evasivo, del arte. Ambientada en un Berlín contemporáneo atrapado entre el pasado y el presente, la novela sigue a Rüdiger Keller, un pintor envejecido y deshonrado que se enfrenta a las sombras históricas y personales que se niegan a desaparecer.
La novela comienza con el regreso de Keller a Neukölln tras la muerte de su hermana Erika, cuya vida ha estado marcada por secretos relacionados con el final de la Segunda Guerra Mundial y la división de Alemania. Keller está preparando una retrospectiva, quizá la última de su vida, y a través de la pintura intenta reconstruir la historia que Erika había estado contando con su cuerpo durante décadas. La narración es fragmentada, compleja e intencionadamente opaca, muy parecida a la propia memoria.
Nieto explora no solo el trauma colectivo nacional, sino también las fracturas internas de las familias y los individuos. Keller es retratado como un voyeur por excelencia, un retratista que ve sin enfrentarse a su propio reflejo. Su distanciamiento emocional se presenta como su maldición y su mecanismo de defensa. La dinámica con su hermana, dos mitades de un todo dividido, encarna el tema central de la dualidad, que se refleja en motivos como el Muro de Berlín, el Este y el Oeste, la culpa y la vergüenza, el arte y la interpretación.
Los ecos de Gaddis, Pynchon y Nabokov resuenan en su estructura digresiva y su tono metaficcional, mientras que los diálogos psicoanalíticos y las sutiles alusiones evocan el fantasma de Freud. Sin embargo, «El color y la herida» sigue arraigada en suelo europeo, con una conciencia única de la carga histórica de Alemania, transmitida con precisión lírica y peso filosófico.
El arte, especialmente la pintura, no es un mero telón de fondo, sino un vehículo de indagación sobre la historia, la identidad y la verdad. A través de perspectivas cambiantes, motivos de vigilancia y una estructura no lineal, Nieto desafía al lector a convertirse en un intérprete activo, negándose a ofrecer respuestas fijas. La imagen final, un enigmático cuadro cuyo significado sigue siendo esquivo, sirve como una poderosa metáfora de la tesis de la novela: no hay una única verdad, solo interpretaciones superpuestas moldeadas por el tiempo y la mirada.
En esta novela, Rebeca García Nieto logra una hazaña poco común: una novela ambiciosa y erudita que sigue latiendo con intensidad emocional. Es un libro sobre lo que heredamos, lo que ocultamos y cómo, si es que alguna vez lo hacemos, podemos empezar a dar sentido a las heridas que llevamos dentro.

Rebeca Garcia Nieto