Renoir. Les Colettes, Cagnes-sur-Mer

I

RENOIR

 

5.

ESPACIO DE LUZ

 

En los comienzos de su carrera artística, Renoir comparte, como tantos otros artistas, un pequeño taller con Bazille. La necesidad de pintar al aire libre la descubre más tarde, al darse cuenta que la naturaleza puede ser el taller óptimo. “He perdido mucho tiempo -escribe a Durand-Ruel- trabajando en el taller entre cuatro metros cuadrados. Habría ganado diez años de haber hecho lo de Monet”.

Lo que Monet había hecho desde sus inicios fue pintar al aire libre siguiendo los consejos de Boudin. Esto suponía que el artista debía previamente familiarizarse con la región donde iba a pintar y encontrar antes el emplazamiento adecuado. De esta manera, el pintor actuaba de forma parecida a la del ingeniero, capaz de hallar aquello que necesita en el instante oportuno.

El taller de los impresionistas, sea cual sea la forma que adopte, se asemeja a la búsqueda de un manantial. Estos pintores estudiaban las condiciones geográficas y climatológicas de los lugares donde iban a trabajar. “Hemos juzgado Monet y yo que era preferible conocer bien la localidad para volver -escribe Renoir a su marchand- y saber rápidamente donde pararse”.

El taller de los impresionistas se identifica con el paisaje, con la vastedad de los horizontes, ante los cuales -como dice Renoir- no se tiene ninguna idea. Los pintores impresionistas intentan por todos los medios que su taller no sea un centro separado de los acontecimientos de la creación, sino precisamente el centro mismo de la pintura. El taller como reflejo inmediato de los cambios, de cuanto acontece en la creación y espacio que recuerde el tiempo y las sensaciones que se tuvieron durante la ejecución.

El oficio de paisajista -dirá Renoir- es muy penoso para mí, pero estos tres meses en Tamaris-sur-Mer durante 1891 me han hecho avanzar más que un año de taller. La sensación del paisaje no debe sufrir retrasos ni interrupciones. El pintor impresionista desea que la identificación paisaje ojo se haga visible en la tela.

Sin embargo, Renoir sufrió una crisis pictórica por causa del apresamiento de la luz al que se veía sometido. En el exterior se tiene una variedad luminosa mayor que en el estudio, que es un espacio cerrado. Puesto que no estaba interesado más que en la captación de la luz, de sus aspectos cambiantes, apenas sí tenía en cuenta la composición y al no buscar más que los efectos momentáneos de aquella, caía rápidamente en la monotonía.

La solución a este problema fue extremadamente práctica. En 1907, Renoir adquirió en Cagnes la finca de Les Colletes con un estudio de amplias vidrieras. La relación del espacio interior de este taller con el exterior, con la naturaleza, se resolvió en términos de continuidad por medio de esa membrana acristalada, cuya función supuso el amortiguamiento de la luminosidad exterior. Así, la luz del día y la del taller se funden en un mismo acorde. De esta manera, las sensaciones luminosas son más unitarias y el pintor dejará de sentirse esclavo, sin duda, de las variaciones y reflejos cambiantes de la luz. Por tanto, no necesitará de ahora en adelante recurrir al aumento de tonalidades claras, procedimiento que seguía Renoir por miedo a que en el interior la tela pareciese oscura o ennegrecida.

La casa taller de Cagnes tiene aspecto de un cottage. Está circundada por la naturaleza. Su función primordial fue la de establecer entre esta y la pintura una sensación de continuidad, a partir de la cual el pintor no estableciese distinción ninguna entre la dulce pintura y el horizonte sin límites, produciendo allí un bello espacio de luz, una obra luminosa.