PICASSO
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ESPACIOS COMUNICANTES
La villa La Californie -donde Picasso se retiró a vivir en 1955- es -según cuenta Roland Penrose- un edificio grande, sin gracia, con los signos de la ostentación burguesa que le sitúan en los prósperos años de comienzos de este siglo. A pesar de su apariencia -nos dice Penrose- La Californie se acomodaba extraordinariamente bien a las necesidades de Picasso. Estaba suficientemente cerca de Vallauris para poder continuar las frecuentes visitas a sus talleres de cerámica. Las espaciosas y claras habitaciones podían servir sin más como estudios.
La casa estaba rodeada de un jardín que le protegía de la mirada de los indiscretos. Este ambiente, como señala el crítico, le invita a Picasso a la actividad. La anterior propiedad, La Galloise, no podía soportar por más tiempo la turbulenta expansión de sus actividades.
La Californie se convirtió en estudio, taller, vivienda y almacén combinados. Lo que Picasso necesitaba -termina Penrose- era el espacio, los altos techos y la luz que por los grandes ventanales llegaba a todos los rincones.
La necesidad de espacio se da acompañada de una búsqueda instintiva de soledad. En este taller amalgamado que es La Californie, Picasso cerrará doblemente sus puertas al mundo y buscará en la soledad la clave de sí mismo como artista y, lógicamente, de su obra.
Es significativo que en este taller pinte la serie de las Meninas. Mucho más significativo es que, para pintar esta serie de cuadros, se hiciese construir en el segundo piso un taller, en el que no permite, a excepción de su perro y de los palomos que tiene en las jaulas abiertas del jardín, que nadie entre.
Según Sabartés, Picasso necesitaba aislarse completamente para realizar sus Meninas. Por este motivo abandonó el taller que tenía situado en la planta baja, donde habitualmente pintaba, y se hizo construir otro, como hemos dicho antes, en el segundo piso vacío. La escalera que lleva hasta allí y la llave con que Picasso cierra la puerta del taller, hacen prácticamente infranqueable este espacio, este nuevo taller.
El encierro duró cuatro meses, durante los cuales Picasso pintó cincuenta y ocho telas, cuarenta y cinco de las cuales están dedicadas exclusivamente a las Meninas.
¿Qué se expresa bajo esta forma (doble) de aislamiento? Sabemos que el artista es consciente de que la soledad es el espacio y el tiempo fundamental para establecer el diálogo consigo mismo y con la obra, y que únicamente en este doble espacio -tiempo y taller-, se materializa el diálogo con la pintura y con la tradición.
Bajo esta forma de aislamiento, Picasso expresará (una vez más) la virtual secreta sabiduría que encierra siempre el acto de la creación de una obra.
No es casual que Picasso haya escogido Las Meninas de Velázquez para establecer ese diálogo con la pintura: su diálogo.
Está profundamente interesado en dialogar con la obra del pintor sevillano. Sabe que Las Meninas son uno de los paradigmas de la tradición pictórica universal y que representan un hito en la historia de la pintura, al que todo artista, consciente de sus deseos como tal, tiene necesidad de referirse en algún momento de su carrera.
El acto de Picasso guarda además otra similitud con el de Velázquez, cuyo sentido es el que nos interesa destacar aquí. El hecho de hacerse construir un taller, en el que poder trabajar aislado, sin molestias y sin interrupciones de ninguna clase, no es aleatorio, ni capricho de un artista que cuenta con grandes medios materiales para permitirse ese lujo. Tiene su raíz en una necesidad más profunda.
Como sabemos, Las Meninas de Velázquez representan el momento y el lugar en el que el artista está pintando: el momento y el espacio de la creación, por así decir. Preocupado por expresar de una manera simbólica su función de artista, Velázquez ha representado una serie de elementos de su realidad concreta, como son sus útiles de trabajo, los personajes que acuden allí a verle pintar y, además, el espacio donde todo esto ocurre: el taller.
La obra de arte, nos dice con ello Velázquez, no es el producto del encerramiento de uno sobre sí mismo, sino el fruto del diálogo sincero de uno mismo con la realidad que acontece.
Como indica Sabartés, Picasso nunca perdió durante el encierro en su taller, como tampoco el pintor sevillano, el contacto con el mundo exterior. Su vida íntima -dice Sabartés-, la realidad casera por dentro y por fuera no se le escapan. El perrito que vemos en el estudio de Las Meninas -escribe- no es el pintado por Velázquez, sino el suyo, el que Picasso ve de continuo, el único compañero que tendría derecho a entrar en el taller.
El taller donde Picasso ha pintado la serie de Las Meninas recibe la luz de un balcón situado sobre el jardín. Próximo a él, está el palomar. Las palomas salen y entran cuando quieren. A menudo -comenta Sabartés- se ven en fila sobre el pasamanos de la baranda; a veces se atreven a meterse en lo que acaba de convertirse en taller.
Desde el instante en que Picasso fija sus ojos en Las Meninas y se encierra en el taller para trabajar sobre ellas, afirma un deseo. A su manera ha captado la enseñanza de Velázquez. De lo contrario no correría el riesgo, aunque él sea Picasso, de parangonar una obra de tanta importancia. Dado que siente la lección velazqueña, es inevitable, y hasta cierto punto lógico, que los signos de realidad que afectaron al artista sevillano hagan acto de presencia una vez más.
Como todo gran artista, Picasso no hace distingos entre la realidad externa y la realidad interior, entre el adentro y el afuera, podríamos decir. Su mirada es indiferenciada, por eso es un gran artista. Desea, mediante la pintura, a través de la obra, apropiarse de la realidad por entero.
Los cuadros de palomas, de palmeras o el retrato de Jacqueline que aparecen en la serie de pinturas dedicada al estudio de Las Meninas, son la referencia inmediata a esa apropiación por entero de la realidad. Sin duda representan el diálogo al que nos hemos referido. Son los verdaderos exponentes de la lección adquirida, hecha suya, por Picasso.
El espacio del taller también participa de estos aspectos. Su función es evidentemente simbólica. El taller que Picasso abrió en el segundo piso de La Californie para pintar Las Meninas evidencia claramente en este sentido el trasvase que siempre se opera en la creación de toda verdadera obra: la comunicación entre el ejercicio siempre inconmensurable de la pintura y la huella ineludible, insoslayable, de la realidad.
El taller afirma el acto de la creación, es su portavoz, y lo representa bajo la forma de una condensación visual repentina, capaz de significar, como en Las Meninas, su realidad indivisible; la maravillosa, instantánea y permanente unión del tiempo y el espacio, que únicamente la pintura puede alcanzar con satisfacción y justeza.
Las semejanzas entre Las Meninas de Velázquez y las de Picasso pueden parecernos estructurales. De hecho, lo son. Detalles como, por ejemplo, el retrato de Jacqueline, con el que rubrica la serie de cuadros, o el estudio afanoso y voraz que Picasso efectúa sobre el lenguaje pictórico velazqueño -la siempre hiriente capacidad de Velázquez- apuntan en esa dirección.
Sin embargo, nos parece más significativo señalar que estas semejanzas se deben antes a un espíritu o idea común sobre qué sea una obra de arte y la función que el artista desempeña en su creación, que a elementos estructurales. Y es precisamente el taller en cuanto espacio de creación, el elemento que nos sirve para identificar esa idea o sentido común del que hablamos.
Como ya hemos apuntado, las dos obras representan el acto mismo de pintar, aunque como es natural bajo formas distintas. El objeto de la pintura no es, paradójicamente, la representación de los personajes, su retrato, o su recreación, sino la capacidad de absorción que el artista tiene en el momento de pintar. La idea de Velázquez es fundamentalmente esta. El interés del artista ha de centrarse sobre aquello que acontece en el acto mismo de la creación, pues su finalidad es convertir en imperecedero la fragilidad de cada instante.
Picasso, podemos afirmarlo, ha captado, ha hecho suya, esa idea en toda su amplitud. ¿Cómo explicar, si no, el carácter indivisible de la realidad que se muestra en sus Meninas.
En Velázquez, el sentimiento del instante está representado por la sorpresa que le produce la aparición repentina de unos personajes, que han entrado en su taller o para verle pintar o por casualidad. El artista fija esa aparición y convierte ese instante en el objeto mismo de la pintura. Ha enunciado su ley y la ha aplicado.
De haber copiado únicamente Las Meninas, Picasso no hubiese expresado fielmente el espíritu que sabe que existe en la obra del pintor sevillano. De haber sido así, su gesto hubiese sido puramente imitativo. Sin embargo, Las Meninas de Picasso es una obra autónoma, no una versión. Y es una obra propia e independiente porque Picasso vuelve a formular con toda intensidad la idea de Velázquez, aunque de manera original y personal.
Para Picasso, la idea (o la sensación) de que el artista debe absorber cuánto acontece en el instante mismo en que está creando su obra, está ejemplificada por la mini serie de cuadros de palomas. La fragilidad del instante o el ensueño de lo repentino al que antes aludimos, está expresado en estos cuadros. Las nueve obras de palomas remiten imaginariamente a la esencia de Las Meninas de Velázquez. Son, podemos ya decirlo, las verdaderas Meninas de Picasso.
La creación de Las Meninas por Picasso, no es asunto de obstinación como afirma Sabartés, sino acto de posesión de una verdad que hiere al artista. Su sentimiento herido está representado en sus cuadros por la presencia inesperada de la naturaleza. Los dos artistas han hecho, en momentos muy distintos, hincapié en aquello que la pintura muestra siempre cuando alcanza su verdad: la presencia de lo que vertiginosamente se torna ausente para nunca volver.
Los nueve cuadros de palomas, también los de las palmeras, son el sujeto significante del conjunto, el elemento que confiere sentido a la totalidad de la serie.
Gracias a que cuanto acontece en el taller puede ser convertido en momento imperecedero (en espacio de creación), Picasso (re)formula con nuevo vigor la idea de que el taller del artista es, puede a veces serlo, la verdadera obra de arte. El taller del artista representa entonces frente a cualquier otro espacio artístico -llámese museo, galería o historiografía artística- el verdadero espacio del arte.

Villa California. Cuadro de Damián Elwes