Claude Monet. Vista de Bordighera

I

 

4.

LAS ESTELAS DEL JARDÍN

 

El jardín posee también para los pintores impresionistas otras cualidades. Es un lugar idóneo para revelar aspectos exóticos. “Quiero pasar un mes en Bordighera -escribe Monet a Durand-Ruel-, uno de los más bellos lugares que hemos visto Renoir y yo en nuestro viaje. Así que le pido que no hable de ello a nadie. No porque quiera hacer un misterio, sino porque quiero hacerlo solo. Tanto me ha sido agradable hacerlo como turista con Renoir, como desagradable sería hacerlo los dos juntos para trabajar, pues siempre he pintado mejor en soledad y sobre mis propias impresiones. Quiero acercarme a las palmeras y a los aspectos un poco exóticos”.

Al enterarse de que hay un tal señor Moreno de Marsella que tiene uno de los más bellos palmerales de Bordighera, solicita al marchand que le envíe una carta de recomendación para aquél. “He recibido -concluye- una excelente carta para M. Moreno, de quien he tenido la mejor acogida; tengo una llave para entrar en su propiedad cuando me parezca. Hay, como pensaba, las cosas más bellas que se puedan ver”.

Como espacio de creación, el jardín nos descubre el sentido del taller impresionista. Al igual que en él, o en la casa, la soledad es originaria. Nos parece lógico que Monet desee trabajar a solas. Los comentarios, el diálogo, a lo que difícilmente se hubiesen sustraído en esta ocasión los dos artistas, hubieran dificultado la labor. La soledad y el silencio tienen la virtud de ensanchar las impresiones. La necesidad de fijar toda la atención sobre el motivo, abandonándose a él, abre el camino a la ensoñación, a la conclusión poética o trascendental, a la que tan proclive fueron estos artistas. El pintor debe descubrir por sí mismo aquello que desea expresar en la representación, y para ello es fundamental que localice el lugar apropiado y que en él trabaje en soledad completa.

El jardín, centro de soledad y de ensoñaciones, universo asimismo en miniatura, cumple claramente la función que previa e imaginariamente se le asignó: la de producir un taller envolvente. El jardín de Giverny o el de Bordighera están abiertos al comercio de una espacialidad poética, que va, en palabras de Gaston Bachelard, de la intimidad profunda a la extensión indefinida.

Ambos jardines están poblados de voces distintas, aunque entre ellos seamos capaces de entrever una semejanza, algo que los aúna: la convicción de que el taller del artista supone que tener la experiencia de una estructura, en palabras de Merleau-Ponty, no es recibirla pasivamente en sí: es vivirla, recogerla, asumirla, encontrar su sentido inmanente.

 

Monet. Villas en Bordighera