8. CÉZANNE

 

SIGNOS VACANTES

Si comparamos la ilustración El taller de Courbet de Prevost, publicada en “Le Monde Illustré” el 15 de marzo de 1862, con la fotografía en la que vemos a Cézanne pintando en Aix-en-Provence en 1906, justo el año de su muerte, distinguiremos inmediatamente algunas de las características que diferencian ambas concepciones del taller. En el taller de Courbet, los discípulos del maestro pintan un toro sostenido por un campesino. El tema ha sido traído de la naturaleza al taller. Cézanne, por influencia del impresionismo, obra de modo inverso. Es él quien se acerca al motivo, y es ahí precisamente donde le vemos instalado con los utensilios de pintor.

En el taller de Courbet hay un numeroso grupo de personas. Suponemos un barullo incesante. Cézanne trabaja a solas. Si exceptuamos el murmullo propio de la naturaleza, oímos sus pinceladas sobre la tela. Nada, ni nadie, que no sea el rumor del viento sobre los árboles o el canto accidental de los pájaros altera el laboreo del pintor. La realización de su petite sensation es el único comentario al texto de la soledad de Cézanne. Con él la labor pictórica posee, cobra, otra respiración.

Los numerosos objetos que vemos en el taller del primero, nos parecen ajenos al motivo que se está pintando, aunque propios, no cabe duda, de este tipo de taller. En el taller de Cézanne ninguno de los objetos nos parece accesorio ni perturba la idea de la pintura: sombrero para protegerse del sol, pincel y paleta, caballete y tela. La fotografía nos muestra al artista en el instante en que pinta o, si queremos ser más exactos, justo unos segundos antes de dar una pincelada. Si imaginamos la acción que se desarrolla ante nuestros ojos, es probable que acertemos a participar en el tema que Cézanne está pintando, aunque este se nos hurte casi por entero.

En el taller de Courbet nos sentimos fuera del tema. El abigarramiento de cosas nos distrae y logra que olvidemos lo principal. En cambio, el taller de Cézanne se nos representa por el momento de mayor tensión; sabemos que cuando su cabeza gire, el pincel que ahora está quieto depositará sobre la tela su huella. Esa acción representa el taller cezanniano. En el taller de Courbet el tiempo se dilata, y el espacio se diluye en la aglomeración de objetos y personas. Sin embargo, en el taller de Cézanne todo se somete a la acción que acontece. Tiempo y espacio están fundidos en una unidad imprescindible. El taller de este artista es una imagen vacante.

 

METONIMIA

El Jas de Bouffan -lugar del viento- fue la casa paterna de Cézanne. También un tema frecuente en su obra, pero sobre todo el centro de donde irradió su topografía pictórica. No se encontraba bien -nos dice Frank Elgar- más que en su taller de Jas de Bouffan, por los senderos que rodean Montbriand y Gardanne. Influido por los impresionistas, sobre todo por Pisarro, con quien compartió algunos momentos de su andadura artística y de quien recibió el saludable consejo de pintar al aire libre y analizar más pausadamente los tonos, Cézanne hizo de trabajar sur le motif una de sus necesidades básicas.

La ciudad y sus ruidos le irritaban profundamente. Buscaba lugares apartados y caminos vecinales para pintar. La elaboración de sus cuadros y la realización de su petite sensation dependían de una gran concentración sobre el motivo. También de una sabia elección del lugar. Nos es grato imaginar que Cézanne llevaría una contabilidad secreta de esos alrededores y de los motivos más bellos. “Respiro la virginidad del mundo. Me invade una percepción aguda de los matices. Me siento coloreado por todos los tonos… me identifico con mi cuadro. Somos un caos irisiado. Me instalo ante el tema y me pierdo en él. Sueño, divago. El sol me penetra sordamente, como un amigo lejano que calienta mi pereza y la fecunda”, confiesa Cézanne.

La relación del taller cezanniano con el tema llega a extremos de absoluta identidad. Renoir cuenta en una ocasión a Vollard que se había traído de un viaje a L´Estaque una acuarela de las Bañistas abandonada por Cézanne en los peñascos. La identificación de un tema como este con la coloración del lugar y de su realización con el espacio donde habitualmente solía pintar el artista, nos aclara, mejor que otro cualquier signo, su mentalidad realista: sus búsquedas metonímicas. Para Cézanne la imagen supone marca de similitud. La obra debe actuar como una semilla, por así decir. Su abandono en el motivo, en el cálido y natural espacio del taller, supone la idea de germinación. El fruto dado y obtenido, permítasenos la imagen, será el espacio vacante del taller.

El interior del estudio de Aix-en-Provence muestra la psicología de un artista que gusta de las cosas esenciales. Sobre una repisa en la pared, aparecen una serie de objetos. Son los mismos que el artista utiliza para componer sus naturalezas muertas. Cézanne ha cuidado de que su disposición sobre la repisa sea ordenada y clara, resaltando con ello las cualidades de cada uno. Para el artista cada uno de estos objetos es un individuo. Este friso de objetos es una imagen de esencialidades. La de sus formas está en consonancia con el orden que el artista ha establecido en ellos y con el que creará en los cuadros. Las formas mismas son esenciales: botellas, tazones, jarras. Cézanne gusta de estas formas como de su disposición ordenada. Ninguno de los otros elementos que vemos, la escalera o los muebles, distrae la esencia de ese orden. Esta imagen nos relaciona con la apariencia de cierto vacío.

En su taller, nos cuenta Vollard, no se veían cuadros raros ni muebles preciosos. Únicamente colgaba en las paredes grabados baratos o reproducciones fotográficas de las obras de sus artistas preferidos.

En el Jas de Bouffan, Cézanne posee un vasto taller. Pero sueña continuamente con un taller propio. Se hará realidad un día de 1901, cuando descubre en el camino de Lauves, donde morirá, un viejo olivo que parece esperarle allí desde hace muchos años. La naturaleza responde de esta manera al sueño del pintor. La semilla, por continuar con la imagen, ha germinado. Gasquet cuenta que el viejo y solitario Cézanne hablaba con el olivo, le acariciaba y cuando se iba, a veces, le besaba.

El taller es un espacio vital y largamente vivido: su pequeña sensación habitará para siempre la imagen elemental del olivo. Allí se hizo construir, tras comprar el terreno, el taller de sus sueños. Necesita dimensiones lo suficientemente amplias como para emprender grandes lienzos. En este taller terminará Las Grandes Bañistas, síntesis de sus búsquedas pictóricas, el fundamento original, en sentido etimológico, del taller ideal y materialmente vivido.

 

Taller de Paul Cézanne. Foto de Sophie Spiteri