Cuadro de Gustave Caillebotte «Joven en la ventana» (1875) citado al comienzo del libro
No hace mucho tiempo atrás, la mujer que paseaba sola por la calle, y más si era de noche, y se detenía o parecía que no hacía nada, podía dar lugar a una situación equívoca o directamente tomada por una prostituta. El paseante por placer y sin meta definida, el flânneur que se estableció como personaje en el siglo XIX de la mano de Charles Baudelaire tuvo un correspondiente femenino que nunca fue aceptado.
Ello se debió a que la mujer en el siglo XIX es parte de lo que se mira y no alguien que observa como se pone de relieve en La revolución de las flâneuses (Wunderkammer, 2019) de Anna María Iglesia. Una presencia fantasmal que no deja huella pese a que tampoco hacen falta condiciones especiales para serlo. Louis Huart señaló en 1841 las que debía tener el flânneur: «Buenas piernas, buenos oídos y buenos ojos (…)”. Pero añadió: “Estas son las condiciones físicas que necesita un hombre francés para entrar en el club de flâneurs». Lo dicho. Cuestión de género.
Anna María Iglesia (1986) se doctoró en la Universidad de Barcelona con la tesis «La narrativa del espacio urbano y de sus prácticas. El París del XIX y la flânerie», luego es un asunto que conoce de antiguo. Periodista cultural, colabora con distintos medios sobre literatura y el mundo editorial e incluso lo hizo en esta página web, un par de años atrás.
Por eso ha escrito con conocimiento de causa sobre las flâneuses femeninas y de paso, tratado una cuestión de sumo interés para nosotras, mujeres, como es el derecho a ir solas por las calles sin ser molestadas, algo que todavía en muchas partes del mundo es imposible. Y por supuesto no ser tomadas por “mujeres de la calle” si nos detenemos en una esquina de noche.
Esta es la razón por la que también la prostitución tiene su espacio en este ensayo, y con la que la autora se muestra crítica, ya que la mujer que lo ejerce no suele ser libre ni tampoco lucha contra los prejuicios y convenciones, según la autora.

Anna M. Iglesia
Otras mujeres que transgredieron estas normas fueron las obreras o trabajadoras. Claro está por una cuestión de oficio. Mientras la mujer rica debía limitarse a un espacio urbano limitado, así como a ciertas horas, (el parque era uno de los lugares donde podía pasear sola) las mujeres trabajadores disponían de mayor libertad de movimientos, aunque nada tenían que ver con la categoría de paseantes por placer.
Con la apertura de los grandes almacenes a comienzos del siglo XX se produjo la siguiente oleada de mujeres paseantes, pero en este caso impulsadas por el necesario consumo. No se trataba de merodear por donde y como una quería, o caminar lentamente e incluso pararse, no necesariamente en un escaparate.
Frente a estos arquetipos, Iglesia nos descubre que también existieron las mujeres flàneurs aunque fueron ignoradas. Mujeres que con su empeño enseñaron el derecho a ocupar la calle y mirar sin verse expuestas como lo que no eran. Muchas de ellas fueron escritoras o pensadoras que hicieron de ello un acto de rebeldía.
No faltan las españolas como Emilia Pardo Bazán, (de la que recomiendo la biografía publicada por Isabel Burdiel publicada en Turner este año), Carmen de Burgos y Luis Carnés, entre otras.

Virginia Woolf
En el amplio listado de nombres y cuestiones relativas a las flâneuses, la primera mujer que puede ser entendida en su exacta acepción del término fue la escritora inglesa Virginia Woolf. Ella misma reconoció que hay una forma de caminar que no busca llegar a ningún sitio, sino descubrir. Una curiosidad que le llevaba incluso a mirar por las puertas y ventanas dentro de las casas. De este modo se imaginaba otras vidas y dejaba de ser ella misma para soñar convertirse en otra persona. De sus paseos por los barrios londinenses sacó escenas, diálogos y personajes para sus novelas y artículos.
Antecesoras de todas ellas fueron la peruana Flora Tristán o George Sand, aunque para poder ir tranquila por la calle se vestía de hombre, lo que criticó la primera. Pero le permitió decir que cuando caminaba por París, durante la revolución de 1830, nadie la conocía, ni miraba, ni tenía nada que reprocharla. “Era un átomo perdido en aquella inmensa multitud».
La revolución de las flâneuses es un ensayo donde se habla de muchas cosas para reforzar un argumento expuesto con brillantez expositiva e interés narrativo, y que reivindica lo que debería ser algo normal, como es el derecho de la mujer a la ocupación del espacio público.
https://www.wunderkammer.es/es/coleccion-cahiers/la-revolucion-de-las-flaneuses-anna-mª-iglesia/