«Desliza la soga, / deshaz el nudo que te ata, / suelta viva a la presa», así el inicio de uno de los poemas clave de Pensar / Mentir. Tras su cuaderno Delta, publicado como Hungría (Ártese quien pueda, 2014), es este el segundo poemario de Moritz Fritz. Se recoge en sus escritos ahora conformados como libro una parte del contenido de su cuaderno islandés π, concretamente la sección así titulada, la única completa y que da cuenta de un proyecto inconcluso que contenía otras secciones fallidas, como Creer / Crear o Morar / Morir. Eso se nos cuenta en la solapa del libro, publicado por RIL Ediciones en el último trimestre de 2018. Y cabe entonces empezar a preguntarse cuánta ficción contiene un poemario, cuánta una autoría.
Moritz Fritz nació en 1887 en Jena, estudió Arqueología Clásica en la universidad de esa ciudad. Dedicó gran parte de su juventud a la antigua ciudad de Delos, adonde se desplazó con tan solo diecisiete años para colaborar —bajo la dirección de M. Holleaux— en las excavaciones realizadas entre 1904 y 1914. Durante su estancia en Grecia visitó todos los templos y oráculos de los que tuvo noticia. En su apartamento del número 6 de Wildstraße se hallaron diversos cuadernos, como este que ahora leemos. El 12 de noviembre de 1925 se perdió su rastro en Selva Negra. Pero es posible encontrar su figura hoy, muy cerca de nosotros.
¿Cuál es la soga a la que se refiere, cómo se forma su nudo y qué logra aquí escapar a su balanceo? Quizá es, parece, el lenguaje del que somos presa, telón de fondo que determina (wittgensteinianamente) todo lo que pensamos, lo que podemos y lo que en ese proceso mentimos. En la propuesta total de Pensar / Mentir Moritz Fritz deja caer a la presa del pensamiento lingüístico —y esto es, por supuesto, un pleonasmo—, que articula su identidad irremediablemente en torno al desarrollo y configuración del lenguaje. Y lo hace a través de la desarticulación de esa lengua en un doble juego que muestra su código de manera descarnada, algebraica.
Pensar / Mentir se impone sobre todo como un lance en el que nos involucramos y que no parte de certezas sino de aproximaciones cuya sospecha termina por resultarnos, al cabo, irrefutable. La primera parte del poemario es un ejercicio brillante —brillante de veras— en el que Moritz Fritz arroja un nuevo lazo, codificado esta vez para atrapar al lector en su desvelamiento, a través de premisas expresadas en progresiva complejidad. Partimos así de un primero poema —o texto, o fórmula—:
(pens1) [pensar]
(ment3) [mentir]
para llegar a otros realmente complejos, como
[((ment3)3)-ENTE[(pens1)-R (ment3)1] (pens1)3] [mi pensamiento piensa]
y propuestas firmes y fundacionales:
[(s2)1) [(pens1)-R (ment3)1]] [soy pensamiento]
[(s2)1) [(ment3)A]] [soy mentira]
(pod3)1 [puedo]
(pens1)1 [pienso]
(ment3)1 [miento]
¬(s2)1 [no soy]
Solo cuando el lector se adentra en el código en principio críptico de todo cuaderno, como en las anotaciones al margen de los libros prestados, y descubre un sistema de fórmula —que no resolveremos en estas líneas, porque es la mejor parte del viaje por el libro— y de pensamiento, comienza una segunda en la que los poemas ya aparecen en su máxima amplitud semántica: «Puedo pensar / y ajusto el calibre de las palabras, / su curvatura, / hasta matar el nervio». Cada una de estas piezas responde a una de las fórmulas ensayadas en la primera parte, confirmando la correspondencia interna del libro. Llega entonces incluso a los límites de lo que el autor, la autora, ha denominado las «posibilidades fallidas»: «Al escarmentar, escarmiento. / Al lamentar, lamiento. / Al atormentar, atormiento».
Se presenta en Pensar / Mentir una nueva y original forma de organización, y recordamos a Georges Perec y su Pensar / Clasificar. Pero comparece también Ortega y Gasset con un pensamiento ensayado en su libro Ideas y creencias: las ideas se tienen y en las creencias se está. Es el lenguaje entonces, según Moritz Fritz y siguiendo esta dicotómica organización de estar en el mundo, nuestra creencia más arraigada, raíz de todas las demás. Y desde la lectura, se cruza con fortuna el puente tendido cuyas tablillas dejan ver un fondo casi siempre turbio: ser es como pensar como escribir como actuar como mentir. Y así nos agarramos a las cuerdas y llegamos al otro lado, a un lugar en el que el poema está en el lenguaje, de manera tan pura.