Barbara Morgan, Valerie Bettis Desperate Heart
Pues no sé. No tengo ni idea.
Estas pueden ser las frases más reales y verdaderas que puedo decir con absoluta seguridad. Con todas sus variantes y parientes: ¡Vaya usted a saber!, no tengo ni la más remota idea, y la increíblemente castiza y casi onomatopéyica: ¡Ni puta idea!
Reconozco que me entretiene el juego de buscar conceptos, seguir la lógica, los datos, el rastreo de lo que nos parece la realidad, y que a veces creemos encontrar la cuadratura del círculo. Me pasma, me maravilla y me asustan las personas que están muy seguras de las cosas, de sus ideas, ideales o creencias.
Me da igual de donde venga. Ya puestos, ni en la ciencia me parece del todo legítimo, va contra sus principios. Dudar es lo mas certero y es el motor de la investigación. Sabemos cosas chiquititas, chiquipequeñas, que decía, graciosamente, una risueña gallega en una mercería mientras buscaba botones de ese diminuto tamaño. Bastante nos da de sí. Avanzamos minúsculos escalones para creer que nos enteramos de algo y bien que nos cunde para alargar la vida y asomarnos al universo.

Foto de Anatol Saderman
Saber que la higiene no se formalizó como práctica de salud publica hasta el siglo XIX, es para nota, y es una muestra del nivel de la gran estulticia que ha dominado a la humanidad por goleada durante la mayoría de su historia. Poco nos pasa.
Es enternecedoramente comprensible que nos busquemos recursos de certeza, que fantásticamente proveen de relativa tranquilidad en esta desconcertante existencia, pero en el fondo es una distracción para no asumir la inconmensurable ignorancia en que nadamos. También es estremecedoramente aterrador ver y pensar los efectos de los actos que, en nombre de la Verdad, llevamos padeciendo y creando.
Estaría mejor que nos quedáramos calladitos, pasmados y asombrados, solo activos ante la belleza y las preguntas. Sería fantástico andar como una especie zombi que vaga por la naturaleza disfrutando el paisaje y jugando como los niños que descubren fascinados lo que se van topando en la vida, en el camino, en el mundo y en el encuentro con los otros.
¿En qué hora se nos ocurrió pensar que sabíamos algo de verdad, completo?
Sinceramente no tengo ni idea.
No veo que pase nada malo por sabernos ignorantes y asustados, y discretamente pasar por la existencia disfrutándola, sintiéndola y viviéndola sin tener que entrar en polémicas ni peleas. Pero junto con nuestra desconcierto hay una terrible debilidad de poder y esa es la madre de todas la batallas.
Ahora que venimos de tiempos de fe y misterios, se ve el arrebato de emociones que se desbordan en perfecto orden, por toda la cristiandad y por todas las ciudades y aldeas de nuestro creyente país. Ese éxtasis de saberse todos juntos enfocados en un mismo deseo, en una misma esperanza alimentada y creada por el misterio, al ritmo de tambores y trompetas, conmueve hasta las mitocondrias de nuestras células que, seguro que entran en una vibración cuántica determinada, ahora que esta tan de moda dicha ciencia sin que casi nadie tenga mucha idea de lo que significa, se ha convertido en algo así como el inconsciente, en algo mágico que da respuesta a todo: al mas allá, al mas acá.
Esta necesidad de certeza nos aleja de la comprensión y la empatía. Escuchar al otro, entender es un acto de asombro ante la posibilidad de que nos cuentes noticias nuevas y sorprendentes de los particulares mundos que habita cada cual. Ciertamente, en multitud de ocasiones nos quedamos, literalmente, pasmados de asombro de las ocurrencias que nos trasmite aquellos poseedores de verdades. La violencia que desencadena la duda hacia dichas supuestas verdades muestra que, es directamente proporcional a la inseguridad y el miedo a no hacer pie. En el fondo creer, en lo que sea, es estar a la defensiva de no perderse, hacerse con un mapa, un decálogo, un guion para paliar la angustia de la ignorancia. Pero, tampoco sirve. Por qué una cantidad de angustia viene de fábrica y no nos abandona nunca. Eso si la podemos llevar con deportividad, ingenio e imaginación.
¡SOLO LOCO! ¡SOLO POETA!
Con el desvanecerse de la luz,
cuando ya el consuelo del rocío
se filtra en la tierra,
invisible, inaudible
—pues delicado calzado lleva
el consolador rocío, como todo dulce consuelo—
entonces recuerdas, tú recuerdas, ardiente corazón
cuan sediento estuviste
de lágrimas celestes y gotas de rocío,
abrasado, cansado, sediento,
mientras en sendas de amarilla greda
miradas malignas del sol crepuscular
a través de la negra arboladura en torno a ti corrían,
deslumbrantes, maliciosas, abrasadoras miradas del sol.
«¿Tú el pretendiente de la verdad?» —así se burlaban—.
«¡No! ¡Sólo un poeta!
un animal astuto, saqueador, rastrero,
que ha de mentir,
que premeditadamente, intencionadamente
ha de mentir,
multicolor enmascarado,
máscara para sí mismo,
presa de sí mismo,
¿es eso el pretendiente de la verdad?…
¡Solamente loco! ¡Solamente poeta!
solamente un multicolor hablar,
hablar polícromo de enmascarado bufón,
que trepa por mendaces puentes de palabras,
sobre un arcoíris de mentiras
entre falsos cielos
deslizándose y divagando.
¡Solamente loco! ¡Solamente poeta!…
Poemas. Friedrich Nietzsche.

Foto de Arthur Trees