Foto de Steve Schapiro
En muchas ocasiones cuando durante una sesión psicológica se le dice al paciente: “eso de lo que hablas tiene que ver con algo infantil”, reaccionan con alerta y habitualmente se autocensuran argumentando que es un error suyo y que deberían haber madurado ya, como si lo infantil fuera algo defectuoso, una faceta que superar, dejar atrás y ocultar para que no se note, casi como una posición de la que avergonzarse. Por otro lado, nos encontramos con un sentimiento de añoranza melancólica hacia una infancia olvidada, abandonada, lejana en el pasado y quizá recordada como paraíso perdido, inalcanzable.
Lo cierto es que señalar algo relacionado con lo infantil, es mencionar su construcción en un periodo inicial y primario del desarrollo de la vida y que por lo tanto estuvo sometido a fuerzas impactantemente salvajes, potentes y fundamentales, pero no de por sí dañinas o peligrosas, son fuerzas vitales generadores de vínculos, acción y afecto, y dependerá de la evolución que tomen y del cauce por el que deriven.
Fundamentalmente nos hemos construido en ese tiempo temprano, moldeando nuestra personalidad de la misma forma que, siguiendo la consabida metáfora de la creación escultórica, se realiza el trabajo de cincelar y pulir un bloque de piedra en el que se va vislumbrando una forma significativa y viva, capaz de trasmitir mensajes variados, según sea la mirada que observa la obra, o según se muevan las manos que palpan y acarician la materia a modelar. Nos construimos con otros, por otros, y para otros y nos perciben otros con su característica visión particularmente dibujada, y nos marcan otros con sus exclusivas huellas dactilares.

Foto de Elliot Erwitt
Pero lo infantil ni es pasado ni debe “superarse”, odiosa palabra utilizada muy comúnmente para expresar el deseo de abandonar angustias y quebraderos de cabeza, pero que no sirve más que para agobiar y sobre exigir, ¡encima!, cuando se está padeciendo.
Lo infantil está dentro de nosotros con una presencia poderosas y vital, si lo escuchamos, si lo atendemos, si lo dejamos estar, si lo abrazamos. Solo tenemos que permitirnos jugar y buscar la aventura en lo cotidiano en el trajín de los días, en donde hay tragedias y alegrías, victorias y derrotas, a fin de cuentas, AVENTURAS, igual que en la turbulenta y apasionante infancia.
Parece que, con el paso del tiempo, según vamos creciendo, el niño desaparece, se diluye en un ensalmo maldito, y en su lugar surge un mastodonte más o menos similar a Cuasimodo, o a Fagin, Iago, Sauron, La Reina Blanca, Lady Macbect, Voldemort, Perico de los Palotes, o Maricastaña.
Dicen que la vida mata y es mentira; mata la muerte, la vida juega.
Ese espécimen tarambana, risueño, gritón, saltimbanqui, asombrado, divertido, llorón y apasionado está dentro de nosotros. Es cosa de cada uno no perderle de vista, no alejarse de su compañía, no soltarle la mano, no extraviar la pista ni un instante.

En la infancia también hay dolor, tragedias, desamparos, y grandes golpes, chichones y descalabros, pero son compatibles con la risa, la fiesta, la curiosidad y el asombro. Por alguna triste razón los adultos, frente a los sinsabores de la vida, solemos rendir el humor y su risa.
Hay palabras que se desechan del vocabulario según avanza la edad: travesura, tontería, gansada, bobada…esas palabras llevan la risa dentro. Explotan. Hay un ademan de hacer el ganso que no sirve para nada más que para reír. Jolgorio es otra niñería, algarabía también, y sobre todo seguir la dirección que señala al despropósito. No hay otra intención más que la de jugar y gozar. No hay mayor utilidad que el alborozo, el descubrimiento y la imaginación. Al explotar la risa se alcanza un clímax que atraviesa la sorpresa y el asombro, en donde el absurdo es la chispa que encandila la mecha de la carcajada.
A pesar de los bruscos cortes de rumbo que va dando la vida sin aviso previo, es imprescindible que no se desvanezca la inocencia, no dejar ir la confianza, y no desatender la curiosidad, porque a pesar de lo que en esos momentos parece evidente; que no hay sentido ni fuerzas, dentro de cada mente siempre hay un almacén de energía que nos va a permitir resurgir. Esa fuerza se alimenta de inocencia, confianza y curiosidad.
Vi a dos niños de cuatro años compartiendo un mini brik de leche mientras uno de ellos miraba tras las lágrimas unas pequeñas heridas en sus experimentadas rodillas, su compañero compartía y le ofrecía la bebida, él la aceptaba consolándose de su dolor con el nutritivo afecto de su amigo. En el siguiente instante apareció el científico haciendo gala de una capacidad de una observación metódica admirable, y dijo: “Tengo tres heridas: una dos, tres” mirando sus rodillas, el compañero confirmó su acuerdo con un conciso y determinado “si”.

Foto de Denis Darzaq
Ya calmado, el herido desvió su mirada hacia sus pies, a la vez que se le iluminaba la cara con una incipiente sonrisa y un chispazo de ocurrencia en los ojos, dirigiéndose a su colega exclamó: – ¡Vamos a tirarnos al revés! La creatividad se hizo presente; Quitándose los zapatos y poniéndoselos en las manos se adentraron en la jungla del tobogán deslizándose a todo trapo boca abajo, con las deportivas en las manos y los pies descalzos, celebrando y descubriendo la ley de la aceleración y el polvo, a golpe de bocanadas de risa en el aire.
Ahí está el misterio, parece bien fácil. Es lo que hay.
Situada muy cerca de mí, me llamo la atención la mirada absorta de una anciana, al seguir la dirección de sus ojos me topé con una babosa que atravesaba la vereda, lenta, cautelosa y parsimoniosamente. Se la veía mover las antenas buscando el césped, en un par de veces equivocó el rumbo, haciéndonos contener el aire a ambas observadoras. ¡Que te equivocas! ¡por ahí no es! Aguantábamos la respiración mientras enderezaba el rumbo y en un final, emocionante e infinito momento, llegó a su verde meta. La mujer y yo nos miramos, conectamos y sonreímos. Afiné la vista y me reconocí en el rostro envejecido en ella, a la vez que vislumbré la emoción infantil en su mirada.
Ahí está el misterio, parece bien fácil. Es lo que hay
Con cierta periodicidad tenemos que dar una vuelta sobre nosotros mismos para encontrarnos con ese mundo infantil que no desaparece jamás.
“Llegó con tres heridas
La del amor
La de la muerte
La de la vida “
(Miguel Hernández)

