Roma es una ciudad donde el pasado y el presente permiten un crucigrama de distintas visiones muy distintas entre sí. El fotógrafo, guía y escritor español Julio Ocampo nos enseña su visión en Roma indómita y canalla, ilustrado por Martí Viladomat Llorens (Trapiés, 2024).

 

 

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Texto y fotos de Julio Ocampo 

Esto no es el capítulo de un libro-guía

«Una vez, tratando de escurrir la angustia, acudí a Via della Conciliazione. Parecía un forajido que trataba de fotografiar el decorado espectral para hacer un paralelismo con el estado de ánimo. Ya en la dichosa calle, con el Jubileo en efervescencia, descubrí una especie de ángulo muerto que te llevaba a la terminal de buses de San Pedro. Recuerdo que se llamaba Terminal Gianicolo, y que te aseguraba maravillosas vistas si alcanzabas el ático. Se vería el cupolone y el núcleo duro de Trastevere. Acabé atrapado en el primer piso, porque los otros dos llevaban diez años cerrados. Ahí, en una especie de semi sótano elevado veinte metros por encima del nivel del suelo… Sumergido en el único bar que había… Separado de los conductores de buses por un enorme cristal obtuso y manoseado… Justo ahí, me tomé un bocadillo de bresaola con rúcola y lo sumergí en agua con gas. Entonces pensé que no, que esto no era el capítulo de Roma indómita y canalla (Editorial Traspies), la no guía de Roma. Cuando supe eso, pensé que las vistas eran maravillosas, sobre todo las que había dejado atrás. Parecía que todo habría cobrado sentido. No el esperado, pero siempre un sentido. Pedí un café en vaso de cristal ardiendo para abrazar el vaso de cristal, lógicamente.

Lo que vino después podría ser el inicio o el final de una historia. O ninguna de ellas. Porque Roma es una estación abandonada, unas obras eternas y un cubo de basura a rebosar. Juzgar eso como negativo es como divinizar el amor, algo que trae serias repercusiones. La erosión, por ejemplo. Roma es una belleza interrumpida, y no quiere ser súbdita de su espacio. Porque no tiene espacio ni camino predefinido. No tiene trama. Es una no ciudad, un no capítulo, una no guía. María Zambrano lo habría explicado mejor: 

«Yo soy la piedra en que tropiezas, 

la que lanzas con furia, 

la que olvidas en el camino.

Soy la que permanece

cuando todo ha pasado,

la que guarda silencio 

y observa.»