El escritor chino Liu Xiaobo (1955-2017)
Escritores y periodistas encarcelados
Si creas arte, y sobre todo escribes lo que sientes, la represión, la censura y hasta la muerte podrían ser tus nuevos marchamos vitales. Ejemplo de actualidad que nadie comenta, por lo que y mucho menos abre abre telediarios o genera ríos de opinión es China, ese supuesto gigante asiático donde son ya 107 los escritores y opinadores –columnistas, creadores de opinión en internet– que han dado con sus huesos en la cárcel sin que la sociedad mundial –siquiera la periodística– haya puesto el grito en el cielo. Debemos recordar que el último Nobel de la Paz que no pudo recoger su premio –estaba en la cárcel donde años después falleció– fue el poeta, escritor y crítico literario chino Liu Xiaobo. Aquella silla vacía en la entrega de premios no facultó a nadie –escritores, periodistas, políticos, supuestos ejes de luchas revolucionarias, todos ellos residentes en la vieja Europa– para haber, al menos, lanzado proclamas contra las embajadas chinas que siguen haciendo negocios en tantísimos países democráticos. Pero China, que encabeza esta fatídica clasificación, no es el único país donde la censura llega a dictaminar si debes residir por el resto de tus días en prisión. En Israel, supuesta democracia ahora tan de moda por guerrear contra todos sus vecinos –Palestina, Irán, Líbano– también se cierran los grifos de las prosas libres colocándoles grilletes a sus provocadores. Allí, como en Rusia, son una docena de escritores y periodistas los que dependen del funcionario de prisiones para poder salir adelante. Aunque Irán, que tras China es donde más se encarcela por no escribir lo que gusta al poder –curaste y nueve encarcelados–, tiene el récord de detenciones en el último año con trece escritores y periodistas. Arabia Saudí y Vietnam, con veinte, se reparten el triste tercer premio. Si se dan cuenta, en todas esas naciones el poder suele ser despótico aunque existan elecciones (Israel). Pero sobresalen la cantidad de dictadores a los que la libertad de expresión les parece otro error del blandengue Occidente. Incluso el inmenso poeta ruso Vladimir Maiakovski, pasó varias veces por penosos penales de la época de la revolución soviética, que tan bien explicó en su brutal Archipiélago Gulag el proscrito Alexandar Solzhenitsyn. Nazim Hikmet, otro poeta sobrenatural, en este caso nacido bajo el Imperio Otomano, salió corriendo de la actual Turquía represaliado. En la actualidad, hasta una poeta ugandesa llamada Stella Nyanzi ha dado ya dos veces con sus huesos en la cárcel por haber escrito un poema crítico, como no podía ser de otra forma, con el presidente de su país, el muy corrupto Yoweri Museveni. Aunque leyendo esto piensen que en Europa, y por extensión en España, estemos lejos de esta locura, quítense la venda de los ojos porque por un tuit o unos versos hay personas que han sido sentenciadas a pagar importantes sumas de dinero tras decisiones judiciales complejas de entender basadas en leyes insultantes. Y si quieren ver hasta dónde se permite la libertad en la cuna de civilización, hoy agujero infecto y descontrolado, traten de decir en YouTube lo que les parezca o de escribirlo en Instagram: automáticamente sus canales serán clausurados en otra forma de censura violenta donde, aunque nos permitan seguir viviendo lejos de las prisiones, nos controlan qué debemos decir y qué no.

Tamara Falcó
Famosos y sus libros
Desde que escribo, he ido descubriendo algo que ya no me genera sorpresa: por muy pocos libros que vendas, o incluso, si tu prosa es muy mejorable, hay gente –y además, bastante– a la que le duele que seas escritor. Gente que no siempre lee. Es como si en medio de este lodazal cultural que es 2024 aún se respete al escritor por el mero hecho de serlo. Y esa debe ser la razón para que famosos –casi siempre personajes televisivos– hayan decidido ponerse a escribir –a veces se los encargan a portentosos negros–. Por ejemplo, Tamara Falcó con sus Las recetas de casa de mi madre, ha tratado de hilvanar la historia de su vida a través de sus padres y las recetas de cocina. Pero para libro escrito por un personaje famoso que ha demostrado haber tenido un buen éxito, sobresale el de la archiconocida Belén Esteban, que con su Ambiciones y reflexiones, nos cuenta, imagino, lo mismo que ha venido explicando por los platós en las últimas décadas cuando el prólogo se lo hizo otro que tal baila: Boris Izaguirre. No debemos engañarnos, ya que este tipo de proyectos generan mucho beneficio a las editoriales, que ven cómo un famoso –o famosa– vende diez veces más que un escritor tan profesional como esforzado. Alguien me contó hace años la propuesta que le hicieron a un reconocidísimo futbolista a nivel mundial. El proyecto era claro y conciso: escribes un libro de tu vida, te lo lanzamos en nueve idiomas, y vendemos millones de ejemplares. El problema es que el futbolista elegido no sólo es que no fuera habilidoso escribiendo, sino que al expresarse por medio de la conversación ya se le detectaba que a lo mejor sólo podía manejar en su día a día alrededor de cuarenta palabras. Qué pena que esos archimillonarios no sean lectores, porque la literatura sería un mejor negocio. Lo triste es que sea Maserati la que genere más que dos mil librerías.
Sobre Birmania
Cuando esta columna literaria salga a la luz yo habré cruzado la frontera tailandesa para colarme en Birmania. Estaré en Tachileik, la ciudad vecina de la siamesa Mae Sai. La intención, simplemente, es enterarme de cosas que en la prensa tradicional ya no disponen de espacio. En el Estado de Shan están en guerra, China ha cerrado las fronteras aunque siga dirigiendo el cotarro de drogas sintéticas que finalizan en los Estados Unidos, y el Triángulo Dorado tampoco desmerece, con Laos en la otra orilla del Mekong, una profunda visita. Porque dejar de hablar de Pedro Sánchez y la oposición, de vez en cuando, es altamente saludable. Cuando el periodismo era periodismo estas historias copaban parte de las secciones de internacional. Hoy sólo se habla de Trump, Kamala Harris y el supuesto milagro económico chino, ya estancado. Pero claro, en lo que hoy es Myanmar que hasta hace poco llamábamos Birmania –yo, como podrán comprobar, sigo haciéndolo–, la literatura ha sido internacionalmente conocida. Como máximo exponente de lo expuesto, el gran George Orwell envió a su editor la novela basada en hechos reales Los días de Birmania. Además, Salamandra vende en España otra exquisita novela, en este caso de Daniel Mason, titulada El afinador de pianos, la cual recomiendo encarecidamente. Otro libro interesante y firmado por Norman Lewis es El expreso de Rangún, genocidio y otros relatos, que acercan de manera concreta a la realidad de un país golpeado desde tiempos inmemoriales por el colonialismo y la guerra. Claro que si el tsunami fuera turístico, a lo mejor, lo que hoy llaman Myanmar no sería más que otro parque de atracciones sin otro interés que recorrer monumentos y tomarse fotos para subirlas a las redes sociales.

Puesto fronterizo entre Tailandia y Myanmar (Birmania) en Mae Sai