Una escena de «La tumba de Antígona» de María Zambrano, representada en el Teatro Bellas Artes de Madrid en 2023
A veces los hechos vividos se entrelazan formando un nudo de sentido cuyo significado no acertamos a determinar, pero sospechamos que su concurrencia no es fruto de un mero azar y con una audacia descarada la atribuimos al destino. Carl Jung llamó “sincronicidades” a estas supuestas coincidencias y descubrió que constituyen hondas experiencias para la psique, perpleja ante el hallazgo de una oculta interacción entre el inconsciente y los acontecimientos que nos suceden. Algo así me ocurrió en las últimas semanas.
Efectivamente, a principios del mes de mayo participé en el V Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía, celebrado en Gáldar, una ciudad de Gran Canaria, donde, entre otras actividades, di una conferencia sobre María Zambrano, que titulé “Poesía y filosofía en tiempos de miseria”, en la que mostré cómo la malagueña usa categorías femeninas para elaborar su concepto de razón poética, tales como descendimiento, acogida o escucha. La estancia en Gáldar fue muy agradable, no sólo por su gente y los eventos organizados, sino porque a mí me encanta aprender y tuve la suerte de que nos enseñaran la historia del lugar a través de sus realizaciones culturales en un viaje hacia atrás, que partió de los cuadros del gran pintor Antonio Padrón, pasando por los monumentos urbanos, hasta llegar a los vestigios prehispánicos, como la Cueva pintada o el yacimiento de La Guancha. Así, supe que Gáldar fue la antigua capital de uno de los dos guanartematos canarios, donde existía un gobierno jerárquico, asesorado por un consejo, cuya jefatura se sustentaba por línea matrilineal, de modo que la sucesión del poder político recaía en los hijos de la hermana del rey. En definitiva, todos los gobernantes aborígenes eran parientes de las princesas guayarminas, las valientes mujeres que se resistieron a la conquista española de las islas y finalmente fueron entregadas en matrimonio a los peninsulares para sellar el pacto de rendición y sometimiento a la nueva soberanía, comenzando por Arminda, rebautizada como Catalina de Guzmán. Aparentemente, el contenido de la conferencia y este último hecho no parecían tener conexión alguna.
Por otra parte, en el fin de semana del 9 al 11 de mayo fui por la mañana al Auditorio Nacional de Música en Madrid, donde se representó un ciclo sinfónico. Ese día pude escuchar tres piezas a través de las cuales se desarrolla el tema de la heroicidad. La primera, Tasso, lamento y triunfo, S. 96, de Franz Liszt, se refiere a un poeta débil y melancólico, quien consigue remontar el constante acoso de la locura y alcanzar el éxito con su poesía. La segunda, La tumba de Antígona (para orquesta y coro femenino) de Pilar Jurado, estreno absoluto de una composición realizada por encargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España, inspirada en la obra homónima de María Zambrano, presenta a la heroína que, habiendo realizado sus designios, es castigada a ser enterrada viva. Y la tercera, Rinaldo, op. 50 (para tenor, coro masculino y orquesta), es una cantata de Johannes Brahms, donde el héroe de las Cruzadas aparece en situación de vulnerabilidad, resistiéndose a abandonar las islas Afortunadas (que en la geografía mítica se equiparan a las Canarias), porque permanece preso de la hechicera pagana Armida, hasta que sus compañeros lo obligan a volver a su patria para retomar sus deberes. Nuevamente aparecía la coincidencia entre el pensamiento de Zambrano y una guayarmina, sólo que ahora se presentaba a la aborigen como la bruja que con malas artes disuade al héroe de su responsabilidad, de una forma parecida a como la ninfa Calipso retiene a Ulises durante casi 20 años en su isla confundiéndolo con ilusiones, engaños o placeres. Y de este modo parecía ocultarse la verdadera historia, la de que las guayarminas aceptaron abnegadamente casarse con los castellanos para salvar a su pueblo de la aniquilación total. La sincronicidad me estaba ayudando a comprender que lo heroico consiste en sacrificar el interés personal y mezquino en aras de un suceso mayor que afecta a todo un grupo. Es esa entrega incondicional a los demás, tan propia de la mujer y, sobre todo, de la madre, lo que eleva al ser humano dándole una dimensión divina y concediéndole la fama, aunque a la vista del caso del cruzado Rinaldo, el sacrificio femenino resulta más endeble y termina diluyéndose subordinado a la justificación del éxito de los varones.
De las tres piezas seleccionadas para este ciclo, La tumba de Antígona era la más relevante por tratarse de un estreno mundial, de ahí que se presentase al final de la primera parte del programa, arropada por las otras dos composiciones a modo de abrazo. El tono trágico de la creación se percibe desde el principio con el ingreso de un coro femenino íntegramente vestido de negro, igual que ocurre en un solemne rito fúnebre, además del ritmo grave de un poderoso timbal que parece anunciar la marcha de un condenado al patíbulo. Realmente conmovedora, la obra expresa en este contexto la exigencia que la sociedad hace del sacrificio femenino cuando pretende acceder a una nueva etapa, de ahí que la heroína manifieste su temor ante un futuro oscuro que no acierta a determinar. Pero también apunta hacia los olvidados en ese trance, cuya fama depende del reconocimiento que les otorgue desde el porvenir quien ha salido victorioso.
Como es sabido, Antígona es uno de los mitos femeninos clásicos más operantes en la historia de la civilización occidental, transmitido a través de una tragedia de Sófocles perteneciente a la trilogía de Edipo, estrenada en Atenas en el año 441 a. C. A lo largo de sus casi 2500 años de existencia, el drama sofocleo ha servido de inspiración para cuatro óperas y otras versiones musicales, además de traducciones y adaptaciones, siendo las más famosas las de Hölderlin y de Anouilh respectivamente. María Zambrano da forma a su personaje a través de un ensayo publicado en 1948 y de una obra teatral titulada La tumba de Antígona, escrita en 1967. La crítica española ha insistido en que esta última constituye una alegoría de la Guerra Civil, donde se recalca la obligación moral de honrar a los vencidos y defender la libertad ante la tiranía, pero también ha señalado que en ella se expresa la experiencia personal de soledad y desarraigo que supuso para la malagueña su largo exilio. Efectivamente, tanto la obra de Zambrano como la tragedia griega tienen como trasfondo el enfrentamiento entre dos hermanos de la protagonista por detentar el poder en la ciudad de Tebas, que culmina con la victoria de su tío Creonte, quien prohíbe dar sepultura a uno de ellos, Polinices, ya que el castigo por traición dicta que su cadáver sea devorado por los buitres. De este modo, el tirano sella la herida de la lucha fratricida con el oprobio y la muerte. Obviamente, Antígona se opone a la norma arbitraria de este gobernante autocrático y, como consecuencia, desobedece y entierra a su hermano, por lo cual termina siendo apresada y clausurada viva en su propia tumba, a la espera de la muerte, cuando se le acaben los víveres que le han dejado. Precisamente, el escrito de Zambrano comienza allí, en ese sepulcro donde la soledad de Antígona se entrelaza con las figuras de sus familiares. Dialoga con su padre Edipo, sus hermanos, su tío, para esclarecer la situación, mientras que dirige monólogos a las mujeres que le eran más cercanas: la sombra de su madre Yocasta o el sueño de su hermana Ismene, quienes forman una red colectiva de contención sólo a través del acompañamiento y la escucha. La nodriza Ana, que ya había aparecido en la adaptación de Anouilh, es la única que tiene voz y actúa como una síntesis de las dos anteriores. Está claro que estos encuentros son necesarios para ahondar en el perfil de la heroína y en los valores que la guían. Por eso, desde el principio, la filósofa rechaza el final de la tragedia de Sófocles, quien informaba a través de un mensajero que la protagonista se había ahorcado:
“Antígona, en verdad, no se suicidó en su tumba, según Sófocles, incurriendo en un inevitable error, nos cuenta”.
Con esta corrección del original, se hace evidente que Zambrano no sólo apunta a cuestiones políticas, sino que va más allá. El nuevo giro de la obra sirve para profundizar en los motivos que llevan en general a las mujeres a resistirse heroicamente permitiéndoles inmolarse por los otros cuando advienen tiempos de crisis. Así, la malagueña justifica su enmienda a Sófocles aclarando que nadie que haya hecho algo por amor y piedad religiosa termina suicidándose, es decir, eludiendo la pena que la justicia humana le ha impuesto. Por el contrario, la aceptación del castigo recalca aún más el tipo de trascendencia propio de esta “heroína de la conciencia” -según expresión de El hombre y lo divino-. Su heroicidad no consiste en atacar sino en sacrificarse para proteger las leyes naturales y divinas frente a las leyes arbitrarias de la política, lo cual es el centro argumental de ambos dramas y lo que engarza con la idea de razón poética. Precisamente, si la poesía puede entenderse como un arma revolucionaria es porque se funda en el amor y en la entrega absoluta. Gracias a ello, se vuelve capaz de ver más allá de una razón puramente teórica que, cegada por el cálculo y la utilidad, se impone al mundo y lo esclaviza sin conmiseración.
Es interesante observar que el primero que elaboró una interpretación filosófica de la figura de Antígona fue Hegel en La fenomenología del espíritu, probablemente guiado por la peculiar traducción que Hölderlin hizo de la tragedia. Para el filósofo, en ella se retrata un momento histórico esencial de la vida humana colectiva: el inicio del mundo sociopolítico, cuando el espíritu empieza a despertar desprendiéndose de los vínculos que lo atan a la naturaleza. Así, el conflicto trágico muestra la oposición entre la familia y la sociedad civil. La primera está unida por lazos de sangre cuya existencia sólo es verificable a través de la gestación en el vientre femenino, lo cual da a la madre y a las hermanas una importancia considerable en las sociedades primitivas, como ocurría entre los aborígenes canarios. Evidentemente, semejante tipo de asociación está representado por Antígona, quien defiende el deber familiar, basado en una ley a la vez divina, natural y religiosa, que le exige sepultar a los muertos. La segunda es un grupo mayor, el pueblo, una entidad también más espiritual, más compleja, carente de la inmediatez de la anterior, porque con el fin de organizarse se ha dado una ley humana, fruto del consenso, por tanto, una norma a la vez cultural y civil, que termina por cuajar en la formación de instituciones jurídico-políticas, en un Estado. Es innegable que el conflicto entre ambas legalidades implica una contraposición entre el papel que el varón desempeña en la sociedad, volcado al ámbito público, y el de la mujer, centrada en la intimidad familiar, consagrada a su cuidado y al mantenimiento del orden doméstico. Pero el estadio analizado por Hegel sólo constituye el primer escalón de este itinerario hacia la eticidad. Se trata del momento más inmediato, que obviamente implica una división natural del trabajo, un reparto de tareas entre los sexos, sobre todo en vistas a la reproducción, teniendo en cuenta quien ha de gestar y dar de mamar. Históricamente, nos guste o no, ha ocurrido así, y no puede rebatirse la existencia de esta circunstancia, que Hegel sitúa en Grecia con la formación de la polis, es decir, en el paso del período arcaico al clásico. Por supuesto que la datación del momento en que sucedió es opinable, así como la interpretación que se haga de él. Pero al menos está claro que se trata sólo de la etapa más rudimentaria y primitiva, y, dado que ni la historia ni el espíritu pueden detenerse -porque si fuera así la primera acabaría y el segundo moriría-, el conflicto opera una síntesis que asume la contradicción y la resuelve, para elevarla a un nivel superior cada vez más lejano a la legalidad natural, “un perdón y una reconciliación” que va recorriendo todo el desarrollo social humano hasta la revolución francesa.
Considerando la explicación de Hegel, obtengamos para terminar una conclusión sobre las coincidencias anteriores. Dado que este modo de actuar de las mujeres ante las crisis es el más profundo, la rebelión femenina mansa, la resistencia obcecada e incorruptible, se repite una y otra vez ante la violencia del Estado o los grupos poderosos que controlan a los ciudadanos, en defensa de la libertad, de la vida y de la perduración de su estirpe o de su pueblo. Esta trascendencia por encima de hechos históricos concretos hace que la poesía se conjugue con la filosofía y da a la obra de Sófocles, a la de Zambrano y hasta a la de Pilar Jurado una universalidad que resuena patética con tambores, potes y cacerolazos de protesta, poniendo de manifiesto la naturaleza más honda de la heroína ante una época que se alza victoriosa sobre sus víctimas, no sólo en tiempos pasados desde las guayarminas a la Guerra civil española, sino en fenómenos más actuales como el de las Madres y abuelas de Plaza de Mayo o las Mujeres buscadoras de personas desaparecidas en México.

La autora del artículo, Virginia López Domínguez, con la estatua de Arminda en Gáldar