Francisco Ayala. Foto de Albert Schommer
rancisco Ayala no sólo vivió más de cien años (Granada 1906-Madrid 2009), sino que además lo hizo de una manera particularmente intensa. Su ojo poseía una agudeza extraordinaria, al modo de un Galdós o de quien fue su propio maestro, José Ortega y Gasset. Pasó muchos años fuera de España. Desde la Guerra Civil, que le sorprendió con 30 años, aunque siendo ya Letrado de las Cortes y Catedrático de Derecho: una persona situada, para entendernos, hasta bien entrados los años sesenta. Pero nunca dejó de ser español ni de pensar sobre su patria.
En lo intelectual, el siglo XX estuvo condicionado, como es notorio, por la generación de 1898. Ya se sabe: encarnamos un desastre, jamás accederemos a la modernidad, entre el Ejército y la Iglesia nos han metido en un poso insondable: en suma, la auto-leyenda negra, de la que tanto ha hablado Elvira Roca. Y, ya el remate, luego vino la polémica entre Ortega y Unamuno, por personificar las dos almas que cada uno de nosotros lleva dentro de sí: la europea o incluso universal –la de un Elcano, para entendernos- y la castiza y reconcentrada. Con el pesimismo como referencia, no sólo intelectual sino incluso biológico.
Del segundo de los especímenes, Granada dio a un Ángel Ganivet y, en cierto sentido, dicho eso con todos los matices, a un Francisco Murillo Ferrol (1918-2004). Pero los primeros, los orteguianos, tampoco faltaron y desde luego, los encarna precisamente Ayala. Vivió en Argentina, en Puerto Rico y en EEUU, entre otros lugares, dejando huella siempre en lo intelectual y en lo propiamente personal, porque los rasgos de su carácter la hacían ser, también desde ese punto de vista, una persona inconfundible. Y volvió a España con tiempo suficiente para apreciar que la sociedad, incluso bajo el régimen político de Franco, no era la de la guerra civil. Por eso pudo augurar que lo que acabó sucediendo en la transición, en su momento tan celebrada, no constituyó ningún milagro, porque, sociológicamente hablando, la modernización, o simplemente la normalización, se había producido ya. Sobre si fue gracias a Franco –el Franco posterior a 1959, cuando no tuvo más remedio que convertirse en algo tan extraño para él como un modernizador- o a pesar de Franco, caben pensamientos varios y seguramente son muchos los que mantienen, o mantenemos, las dos opiniones al mismo tiempo. Parte y parte, como el gato de Schroedinger.
Ayala tenía 55 años en 1961 y por esa razón en 1991 alcanzó los 85. En esas cuatro décadas escribió muchas cosas, aparte de sus inolvidables memorias (“Recuerdos y olvidos”). Entre ellas, ensayos sobre la realidad del país. Dos de los mismos, un poco más extensos de lo habitual, con el mismo título, “España, a la fecha”: uno en 1964 y otro en 1977. Pero también reflexionó sobre, por ejemplo, la imagen que de la marca alemana tenemos aquí (“España y la cultura germánica”, 1966), algo de lo que hablaba con conocimiento de causa porque tuvo la suerte de haber sido de los que estudiaron en Berlín en la época de Weimar.

Francisco Ayala y su esposa, Carolyn Richmond. Foto de Su Alonso e Inés Marfil
La Fundación que lleva su nombre ha tenido la feliz idea de editar un volumen recopilatorio de esos “escritos sobre política y sociedad en España, 1961-1991”, quince en total, en un volumen al que ha puesto el nombre, nada neutral, de “Transformaciones”. Y con dos preámbulos de la mayor enjundia. El conjunto resulta del mayor interés.
El primero de esos trabajos introductorios –en realidad, una presentación de los trabajos del maestro- es de Francisco José Martín, español que vive en Italia, donde se desempeña como Profesor de Filosofía de la Literatura y de Historia del Pensamiento Hispánico en la Universidad de Turín. Su texto, que ocupa de la página 9 a la 19, lleva por título “De la disidencia de las dos Españas”. La ausencia de originalidad del rubro –“una metáfora que había tenido un recorrido exitoso en la literatura desde finales del siglo XIX y que ahora, con la guerra y la posguerra, se cobraba la representación de la realidad nacional”- no le hace perder interés, porque, como siempre sucede, la vida se muestra más rica que los estereotipos –nada hay menos natural que lo binario- y ya en los años sesenta, todavía en pleno franquismo, se produjo un despegue económico que no podía dejar inalterados las demás piezas del esquema: las mentalidades, sobre todo en lo que atañe a la mujer y su papel en la sociedad y en la propia familia. Y no todos lo supieron observar como Ayala: “El factor económico penetró en el régimen como una cuña y fue poco a poco erosionando con eficacia no ideológica la esperanza de cambio y una salida democrática en concierto con las democracias europeas. Francisco Ayala, atento siempre a los detalles, alcanzó a verlo a tiempo y a llamar la atención -quizá antes que nadie- sobre ello: por más que la oposición al régimen creciera y los jóvenes marxistas sobre los que se iba a fundar el nuevo sueño de una revolución trasnochada, lo cierto es que fue el aumento del nivel de vida y el débil contacto con el nuevo espíritu del tiempo lo que iba a poner a España en una situación de salida natural hacia la democracia. Más que las ideas y la crítica de oposición al régimen, importantes sin duda, en el paulatino socarramiento de la mentalidad franquista pesaron más las turistas nórdicas en toples correteando por las playas de Málaga y Alicante y el espíritu desenfadado y alternativo a las normas tradicionales de compromiso que acompañaba el despliegue de la nueva música pop y sus conciertos. Era algo que afectaba a las formas de vida dominante”: tal es la cita literal de Francisco José Martín.
Lo cierto es que Franco murió en el poder -alguna razón debía haber- y su sucesor designado estuvo entre los fundadores del régimen democrático. De hecho, la Constitución de 1978 lo cita por su nombre y apellido, cosa insólita en un texto normativo y a mi juicio no merecedora de aplauso. Pero es que del franquismo quedaba para entonces sólo la fachada. Una mera carcasa, si se quiere decir así.
El segundo de los trabajos introductorios que se incluyen en el libro proviene de la pluma de Alessio Piras, que, justo a la inversa que su colega, es persona de origen italiano aunque vive y trabaja en España, ejerciendo investigación y docencia en la Autónoma de Barcelona. Pone el foco en una época posterior y su trabajo, de hecho, se llama “El lugar de Francisco Ayala como intelectual de la transición”. Y es que, desde sus columnas en El País, nuestro hombre se convirtió en el pensador de referencia de la época: “entre los representantes de la España peregrina es, sin lugar a dudas, el que más ahonda en las cuestiones más urgentes para la reconstrucción del país, sin por eso dedicarse a la política profesional. No se pierde, porque sería incapaz de hacerlo en el anhelo de un regreso a la España perdida de los años 70 y a los que vendrán”.
En efecto, en la democracia de 1978 los intelectuales optaron desde el primer momento (y a diferencia de lo sucedido en la República) por ver las procesiones desde el balcón. Acabó siendo muy bueno para ellos -excepciones siempre existen: piénsese en Jorge Semprún, por ejemplo- y tal vez también haya que celebrarlo también desde la perspectiva de la propia vida política, cuya asperezas -cuya rudeza, si se quiere- deben quedar para los que optan por esa manera de ganarse el pan.

Francisco Ayala
abido es que los años ochenta y noventa, o sea, los primeros de esa democracia, no estuvieron exentos de sobresaltos. Nunca vamos a ser un país aburrido y sin historia, si por historia entendemos no sólo lo imprevisible sino, más aún, lo desdichado: lo (de malo) que nos pasa a nosotros. En concreto, aquí tuvimos que vivir el terrorismo etarra (con la complicidad o al menos la comprensión de una parte no pequeña de la sociedad y no sólo en el País Vasco) y el esperpéntico golpe de Estado de Tejero. A ambos fenómenos patológicos les dedicó Ayala otros tantos trabajos, inicialmente artículos periodísticos que se recogen en el libro y vale la pena leer ahora. Su pensamiento de fondo seguía siendo el mismo: España no deja de ser, en esencia, y pese a todo, un país como los demás de su entorno europeo. No peor, desde luego, aunque la larga pervivencia del franquismo lo tuviera por así decir institucionalmente congelado.
La consulta de todo ello, tanto tiempo más tarde (el último de los trabajos es, como ha indicado, de 1991, o sea, hace casi treinta años: piénsese que entonces todavía gobernaba Felipe González y aún le quedaban más elecciones generales por ganar, las de 1993), no puede hacerse por supuesto sin un punto de nostalgia, porque, como decía Don Hilarión, hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad. Pero eso no quita un ápice de interés al asunto. El coronavirus nos ha golpeado, pero -cifra arriba, cifra abajo- no más que a todos los demás países de occidente y del mundo. Si se quiere decir así, hemos alcanzado la gloria de no mostrarnos más vulnerables que los demás.
Sólo unas líneas para concluir esta breve reseña, ya en un plano personal. En 2006 la Universidad de Granada le organizó a Ayala, con motivo de su centenario, y con Luis García Montero de Comisario, un homenaje compuesto de una exposición y muchos actos. El maestro tuvo la ocasión de estar presente en la inauguración en el Hospital Real. Yo pude acompañarlo entre el público y me acordaré mientras conserve memoria.
Y también recuerdo con emoción la comida que sus compañeros de las Cortes Generales le ofrecimos en un precioso Hotel, el Villa Real, situado justo enfrente del Congreso de los Diputados. Ayala era el Decano del cuerpo (con esos años, ¡quién si no!) y el que organizó el ágape fue quien le seguía en el escalafón (nacido en 1922: los de entre medio habían fallecido), que dedicó su discurso a lamentar mucho que el premiado no hubiera obtenido el Premio Nobel de Literatura. Se llamaba Manuel Fraga Iribarne y no dijo (lo tuvo que explicar Francisco Ayala en la contestación) que, siendo Ministro de Información y Turismo en pleno franquismo, hizo todo lo posible para que en los primeros retornos del exiliado a España no se produjese ningún contratiempo. De esa comida, de la que hace ya catorce años, y de esas personas, tampoco resulta fácil olvidarse.
Francisco Ayala. Transformaciones: escritos sobre política y sociedad, 1961-1991.
Cuadernos de la fundación Francisco Ayala, 2018.