«Yo he debatido a menudo el asunto conmigo mismo, los pros y los contras, y he llegado finalmente a esta conclusión: que no hay en la raza humana una tendencia hacia la perfectabilidad moral, ni hacia el deterioro; sino que las cantidades de ambos están tan exactamente equilibradas por sus resultados recíprocos, que la especie, en lo que respecta a la suma del bien y del mal, el conocimiento y la ignorancia, la felicidad y la miseria, permanece exacta y permanentemente en statu quo.
-Seguro- dijo el señor Foster- que usted no podrá demostrar tal proposición a la vista de una evidencia tan luminosa. Mire el progreso de todas las artes y las ciencias; vea la química, la botánica, la astronomía..
-Seguro- dijo el señor Scot- que la experiencia testifica en contra suya. Mire el crecimiento acelerado de la corrupción, el lujo, el egoísmo”
Leyendo estas líneas creeríamos por un momento estar asistiendo a algún debate de alto copete, aunque la cosa sea inverosímil porque los debates suelen ser hoy día todo lo contrario de lo que se entiende por edificante, entre apocalípticos e integrados en los bienes y males de la cultura occidental. Las líneas pertenecen, en realidad, a un clásico de las letras inglesas que nunca tuvo en nuestro país la acogida que se merece: Thomas Love Peacock, hijo de un comerciante en Londres de la famosa firma de vidrio Pellatt, que escribió tempranamente dos libros de poesía, The Monks of St. Mark y Palmyra, ciudad que había sido descubierta pocos años antes y que entre otras cosas tuvo la virtud de despertar hasta extremos curiosos la imaginación de aquellos primeros ilustrados, que acababan de dejar las pelucas, el adorno barroco, para adentrarse en las camisas abiertas y el pelo a su aire, pero estudiadamente colocado, el de los románticos.

Thomas Love Peacock, dibujado y grabado por WHW Bicknell, 1910
Love Peacock publicó otro libro de poemas en 1812, The Philosophy of Melancoly y se hizo amigo de Percy Bysse Shelley, uno de los grandes de la poesía inglesa del XIX. Tan amigo se hizo del poeta, que acompañó a éste a y su mujer Mary, que después escribiría una obra junto al lago Leman cuya trascendencia no llegó nunca a sospechar, Frankestein o el moderno Prometeo, por un paseo por el río Támesis y los acompañó a Edimburgo. Luego, siendo vecino de la pareja no hubo día en que no se viesen, sobre todo para hablar de los griegos, que Love Peacock metió en la cabeza de mente obsesiva de Shelley hasta extremos poco comprobables, pero lo contrario es más que evidente: el poeta temprano que se extasiaba ante las ruinas nunca vistas de Palmira dejó paulatinamente sus febriles extravagancias románticas para reposar en una compostura más armónica, al modo de Keats o Landor. De ahí no pasó respecto al genio que le otorgó el don poético. Todo lo contrario que a su amigo. Pero lo que Love Peacock no sabía es que lo suyo era otra cosa: la prosa acodada al humor, algo que le iba como anillo al dedo y que en aquellos años, en realidad un pco después, alcanzaría cotas admirables con la publicación de Los papeles del Club Pickwick, de Charles Dickens. Y como ejemplo de ello escribió una novela donde unos personajes muy representativos de tendencias filosóficas e ideológicas fácilmente detectables se reunían en torno a una mesa con buenas viandas y vino de Burdeos, que los ingleses siguen llamando clarete con determinación cabezota, en un paisaje envidiable, cerca de Gales, Headlong Hall y lo tituló así, Headlong Hall, lo que demuestra fehacientemente que el neoclasicismo le había ganado la partida al Romanticismo. Landor triunfó sobre la imaginación de los poetas de los lagos. No importa. La novela es excelente, de hecho la mejor que escribió este hombre, amigo de Shelley, que tiene en su haber otras narraciones como Nightmare Abbey o Maid Mariam, amén de otras de menor fuste y que tuvo una muerte digna de un escritor amante de la letra impresa hasta extremos incoercibles: murió a raíz de las quemaduras sufridas intentando salvar su biblioteca en su casa de Lower Halliford.
Recientemente se ha publicado Headlong Hall al español en edición y traducción de Francisco Toledo Isaac, un entusiasta de Thomas Love Peacock, lo que es de agradecer pues sin ese punto de entusiasmo no conoceríamos gran parte de lo mejor de la literatura que ha contribuido al imaginario de nuestros días: ¿acaso no era entusiasmo lo que ocasionó que un curioso personaje llamado Salas Subirats se obsesionase con traducir Ulises, de James Joyce al español? ¿Acaso no era entusiasmo lo que ocasionó que un catedrático y poeta como Pedro Salinas iniciase la versión española de A la busca del tiempo perdido, de Marcel Proust que continuó con más entusiasmo aún si cabe Consuelo Bergés, una buena traductora pero tan castiza que yo, cuando era muy joven, leyendo a Stendhal traducido por doña Consuelo no entendía la razón de que existiera una ciudad en Italia llamada Plasencia hasta que luego me enteré de que ella traducía así Piacenza, al modo de nuestros clásicos. Genio y figura…
Esta edición de Headlong Hall debería llevarnos a reflexionar sobre el porqué de que obras esenciales en la historia de la literatura y que son ya clásicos no tengan mayor difusión y con ello no me estoy refiriendo a nuestro país, que es de los que más traduce en el mundo, sino a países como Inglaterra o Francia donde, por ejemplo, nuestros clásicos están en peor situación que Love Peacock entre nosotros. No tienen más que mirar los nombres de clásicos españoles, por favor dejen a un lado a Cervantes y Lorca, en colecciones como Penguin Classics o La Pléiade, para saber de qué hablo…
La importancia de esta novela es evidente pues representa como pocas la idea más acendrada de narración filosófica: los comensales, el señor Foster, el perfectibilista; el señor Scot, el deterioracionista; el Señor Jenkison, el estatuquoíta y el reverendo Gaster, que lo que le gustaba era disertar sobre el modo de cocinar el pavo navideño y que por eso tenía tan buen predicamento entre sus tertulianos, representan tipos de ver el mundo muy determinados pero recurrentes: Foster sería la armonía suscrita a Shelley; Scot se vería influído por Rousseau o Malthus. En fin, como señala Francisco Toledo Isaac en una nota a modo de prólogo, podrian determinarse actitudes que todavía perviven inquietantemente en nuestra sociedad tan tecnificada, incluso la frenológica tan asociada ahora a los conductistas.Pero lo más gracioso del libro son las discusiones acaloradas sobre los jardines, esto es, la Naturaleza domeñada y la Naturaleza salvaje y que hasta hace poco nos creíamos era propio de la época en que María Antonieta se hacía construir una Bergerie en Versalles con sus gallinas y todo… Basta leer el manifiesto con que artistas que son buenos profesionales en sus campos han firmado para preservar a la Naturaleza del artificio humano y que consiste en matar de hambre a media humanidad para darse cuenta de que hoy más que nunca deberíamos leer este libro de Love Peacock para preservarnos de creernos cervatillos en el asfalto neoliberal.
Love Peacock nos recomendaría imitar un poco más a Aquiles. Aquí lo dejo.
Thomas Love Peacock. Headlong Hall. Edición y traducción de Francisco Toledo Isaac. OperaPavonia. Amazon. Turín.144 pp