La historia de los inventos suele ser falseada a menudo y no es raro que quien se apropie del invento, con mal o buena fe, sea alguien que se aprovecha del verdadero inventor o quien tenía mejores medios para su investigación. Algo de eso ocurre en la historia de las vacunas que tiene en Lady Mary Wortley Montagu (Londres, 1689-1762) escritora y aristócrata inglesa, una precursora que durante su estancia en Constantinopla, como mujer del embajador inglés, descubrió en los harenes turcos la forma que tenían de inmunizarse contra la entonces mortal viruela.
La periodista y traductora italiana María Teresa Giaveri, catedrática de literatura francesa, nos descubre la historia de esta mujer en “Lady Montagú y el dragomán” (Crítica) que, en el siglo XVIII, luchó por difundir un descubrimiento revolucionario.
Giaveri, periodista y traductora, fue profesora de literatura francesa y luego de literatura comparada en la Universidad italiana y en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia. Actualmente es miembro de la Academia de Ciencias de Turín y de la Accademia Peloritana, Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa, y editora de revistas científicas.
La autora suma la literatura, la historia, el arte médico y las biografías en un acertado tejido que no cansa al lector. Y es igualmente destacable que esta biografía no sólo transmite los rudimentos de la historia de la medicina sobre las vacunas, haciéndola redescubrir páginas poco conocidas pero apasionantes, sino que sirve para hacernos reflexionar sobre temas de actualidad.

Maria Teresa Giaveri
Giaveri lo cuenta como un libro de viajes que nos lleva desde Londres hasta Constantinopla pasando por el continente europeo de la mano de esta mujer con la cara desfigurada por la viruela a la que logró sobrevivir y que se casó por amor, lo que entonces no era habitual y que nos la hace más simpática.
Conocida literariamente por las cartas que envió desde Constantinopla, Montagu descubrió que en la capital del imperio turco se solían inocular los cuerpos de las personas sanas con materia purulenta extraída de los enfermos, para «vacunarlos», una práctica que se extendió al resto de la sociedad otomana y que se practicaba también en los baños para mujeres y harenes como pudo verlo ella misma.
Pero fue el dragomán (intérprete) de la embajada inglesa quien le puso en la pista, en este caso un noble «latino» de Constantinopla de origen genovés, Emanuel Timoni, que había estudiado medicina en la Universidad de Padua. Convencida de la eficacia profiláctica del tratamiento, vacunó a sus dos hijos y una vez que regresó a Londres intentó convencer a los aristócratas y a los médicos que aplicaran el procedimiento cuando estalló otra epidemia de viruela.
Gracias a la ayuda del médico personal del rey, Sir Hans Sloane, en 1721 se probó en seis condenados a muerte, a los que se salvó la vida al servir de cobayas para la ciencia, y que siguió con la inoculación de viruela a los niños de un orfanato que también sirvieron de pioneros. Cuando se vio el éxito, le siguieron las familias aristocráticas y la realeza.

Lady Montagú de pequeña
Pero al mismo tiempo leemos en esta interesante biografía, traducida por Lara Cortés Fernández,las vicisitudes de Lady Montagú que regresó al continente en 1739, tras las decepciones sufridas con sus dos hijos, y que abandonó a su marido con la excusa de que necesitaba un mejor clima para su salud. Pero la verdad era que deseaba estar con su amante Francesco Algarotti que sabía cómo alegrarla.
El italiano Algarotti, un hombre culto, brillante y arquetipo de la Ilustración, 23 años más joven que ella, también era el amante del rey de Prusia Federico II el Grande, y su historia con Lady Montagú terminó pronto porque le pudo el interés.
Lady Montagú acabó viviendo en Venecia donde tuvo otros amoríos, aunque no con la intensidad y satisfacción de Algarotti, que era un hombre de armas tomar a varias bandas. Cuando su marido murió de cáncer regresó en un peligroso viaje a Londres desde Venecia, en una Europa en guerra, y unos medios de transporte eternos. Montagú llegó en enero de 1762 a Londres, para morir unos meses después.
Como recuerda Giaveri, la empresa de Lady Montagú fue el pistoletazo de salida de la historia de la vacunación. Lo que entonces fue considerado un «experimento practicado por mujeres ignorantes» hoy día se llama vacuna. Y esto que puede pasar por feminismo es la historia de una mujer que supo fijarse en lo que a ella le interesaba sobremanera, como afectada por la viruela, pero también como una mujer que ya hace tres siglos fue libre de hacer y deshacer.