Detalle de copa aretina. 40-20 a. J.

 

En su libro El sexo y el espanto, Pascal Quignard, reciente premio Formentor de las letras 2023, escribe sobre los frescos de la denominada Villa de los misterios de Pompeya para explicarnos el enorme cambio que se produjo en la sexualidad de la antigua Roma desde una cierta tradición alegre griega hacia unas normas más rígidas a partir del emperador Augusto (Roma, 63 a. C.–Nola, 19 de agosto de 14 d. C.) y que finalmente desembocarían en la moral cristiana.

Según Quignard, la sexualidad romana no se encontraba ensombrecida por el pecado o la culpa. «En Roma», nos cuenta, «el puritanismo nunca atañe a la sexualidad, sino a la virilidad». El amor pasivo de un patricio con otro hombre era un crimen tan grave como el amor sentimental o el adulterio de una matrona.

Por el contrario era lícito practicar la homosexualidad activa y un ciudadano libre podía hacer lo que deseara con una mujer no casada, una concubina, un liberto o un siervo, lo mismo que una matrona. El concepto de amor sentimental no existía. El hombre y la mujer se casaban mediante acuerdos interfamiliares y venía a ser un pacto para la procreación. Fuera de la esfera familiar, existía la sexualidad más brutal siempre y cuando no se quebrantasen el escrupuloso rigor moral que regía las costumbres sexuales.

 

Villa de los misterios. Escena de la iniciación del culto a Dionisio

 

El modelo de la sexualidad romana era la del dominio del señor, representado por el «dominus», sobre el  que es inferior a él, lo que en la práctica implicaba la violación como norma. «El esclavo no podía sodomizar a su amo. La norma era que los patricios sodomizaran a sus esclavos», escribe Quignard. Sin embargo, conocemos numerosos casos de romanos ilustres y emperadores que no siguieron dicha norma, como por ejemplo Julio César.

El culto predominante en la antigua Roma era el culto a la potencia sexual y el falo. Quignard nos cuenta el espanto que producía el sexo en un mundo donde el hombre estaba condenado a la alternancia entre la potencia y la impotencia. Por eso «el poder» era el problema masculino por excelencia y se buscaba el deseo que mantuviese al falo erecto, y se evitaba lo que no ayudaba a levantarlo como el cansancio, la rutina y el hastío.

¿Por qué cambió la moral en la antigua Roma? Quignard lo atribuye a que las antiguas tradiciones no fueron útiles para un tiempo nuevo. La nueva legislación sobre el divorcio tuvo como resultado práctico la poligamia y la emancipación de las matronas, así como otras costumbres nuevas que «desbarajustaron la moral tradicional» del «dominus».

 

Villa de los misterios. Escena de la iniciación del culto a Dionisio

 

Pero también la sexualidad alegre desembocó en la perversión de los emperadores posteriores a Augusto, como Tiberio y Nerón, lo que significó un viaje de ida y vuelta en el que tras alcanzar la nada sólo quedó el regreso a la norma. La sexualidad pervertida buscaba, entre otras cosas, franquear límites y ampliar el deseo mediante nuevas atracciones, pero esa tensión entre lo posible y lo imposible, es lo que conformaba su esencia nihilista.

Esa sexualidad desenfrenada acabó causando una angustia desconocida en el que «el cuerpo se sintió desnudo ante la mirada ajena, para luego asustarse ante la mirada de los dioses y terminar asustado ante su propia mirada», escribe Quignard. Y añade: “La sexualidad romana no fue reprimida por la voluntad de un emperador ni por una religión ni por las leyes. La sexualidad romana se reprimió a si misma».

De este modo los romanos abandonaron sus tradiciones, su valor guerrero, su historia y sus dioses, «para convertirse en monólatras, tristes y antropomorfos. Y como habían sustituido el tótem de la loba por una cruz, merecían la esclavitud», concluye Quignard.

 

Villa de los misterios. Escena de la flagelación ritual

 

Pero en las mujeres representadas en los frescos de la denominada «Villa de los misterios» de Pompeya, una casa de campo habitada por algún potentado, y que representan la iniciación de una mujer al culto de Dionisio, se observan una serie de escenas ceremoniales.  La mirada de todas ellas, como escribe Quignard, resulta «solemne hasta en el deseo lujurioso y sarcástico». Vemos a una joven arrodillada que descubre el falo, mientras una bacante cumple una flagelación ritual y otra baila haciendo sonar unas campanillas en una escena del ritual. Restos de las antiguas costumbres sexuales.

La interpretación de Pascal Quignard encaja con el pesimismo romano. En la Roma antigua pensaban que el tiempo también envejecía a medida que progresaba, aumentando la fealdad y la maldad en el mundo, por lo que con la edad había que refugiarse en las villas, las islas y dentro de uno mismo para huir de lo sombrío y el mal.

Interpretar el pasado desde el presente implica inocular nuestra forma de ver las cosas en mundos que tenían una moral y costumbres bastante distintas. Pero al  contemplar estas matronas romanas no se trata de elegir entre presente o pasado, si no de entender que en el sexo siempre dio mejor resultado el entusiasmo con el que los niños se entretienen con sus juegos.

 

Pascal Quignard

 

El sexo y el espanto. Pascal Quignard. Minúscula. Barcelona, 2005. 240 páginas.
Pascal Quignard (1948) es un escritor francés de obra prolífica que no menor, y en la que hay novelas, ensayos y, especialmente, «pequeños tratados». El pasado 23 de septiembre se le hizo entrega del premio Fórmentor 2023 en Canfranc

 

 

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