El escritor, crítico de arte y pintor británico John Berger (1926-2017), tenía una habilidad única para entrelazar lo personal y lo filosófico, lo estético y lo político. En Over to You: Letters Between a Father and Son (De ti para mí: Cartas entre un padre y un hijo (Pantheon Books, 2024), Berger cultiva un jardín de ideas y cada carta es una semilla plantada de sabiduría, reflexión y curiosidad intelectual que comparte en esta correspondencia con su hijo.
Estas cartas, escritas poco antes de la muerte de John Berger en 2017, presentan un intercambio de ideas e imágenes entre padre e hijo, que entonces vivían en los suburbios de París y la Alta Saboya, respectivamente. Cada carta se basa en la anterior y es una meditación en constante evolución sobre el arte y la creación de imágenes.
La metáfora de un «jardín de ideas» es especialmente adecuada para esta colección de cartas. Al igual que un jardín requiere cuidado, paciencia y un sentido de interconexión entre sus elementos, también lo hace el enfoque de Berger de la escritura y el pensamiento.
Estas cartas no son instrucciones didácticas, sino más bien invitaciones a explorar, cuestionar y reflexionar. Cada carta se despliega como una nueva planta en un paisaje intelectual cultivado, donde los pensamientos crecen orgánicamente en lugar de imponerse rígidamente.

En la primera carta de John Berger se adjuntan reproducciones de La Anunciación de Rogier van der Weyden (c. 1434), La maja vestida de Francisco de Goya (c. 1800-1807) y Naturaleza muerta con Biblia de Vincent van Gogh (1885), y le dice a su hijo que «las dos últimas son una invitación».
La escritura de Berger a menudo encarna la noción de que las ideas están vivas, que echan raíces y florecen de maneras inesperadas. Esto es evidente en la forma en que se mueve entre los temas, conectando experiencias personales con reflexiones filosóficas.
En la contestación el hijo le adjunta una foto de la pintura de Chaïm Soutine Le Bœuf Écorché(1924) y escribe: «Cómo deseamos… Superar el aislamiento que sentimos en nuestra carne». A partir de ahí, la correspondencia fluye sobre conceptos relacionados con la pintura, como la luz y el paisaje, y reflexionando sobre la intersección del arte con la duda y el paso del tiempo. Padre e hijo intercambian obras de artistas como Max Beckmann, Nicolas Poussin, Caravaggio, Giorgio Morandi y Édouard Manet.
Apenas hay referencias al mundo externo, salvo una mención al conflicto entre Israel y Palestina que se encuentra entre paréntesis lo mismo que un incidente en el tren en que viaja el hijo y que ocurre con un inmigrante ilegal.

Yyes y John Berger
Las cartas carecen de notas y vienen a ser una conversación privada donde apenas hay historias personales, recuerdos compartidos o preocupaciones, el tono es lírico y reflexivo.
Uno de los rasgos definitorios de Berger como crítico y pensador fue su insistencia en que el arte nunca está separado de su contexto social y político. Sus cartas a su hijo continúan esta tradición intelectual, ofreciendo ideas sobre cómo el arte funciona no solo como una búsqueda estética, sino como un medio para comprender y dar forma al mundo. Con frecuencia desafía las nociones convencionales de apreciación del arte, instando a su hijo —y, por extensión, al lector— a mirar más allá de las apariencias superficiales y considerar las fuerzas más profundas en juego en la creación artística.
Esta perspectiva se alinea con su obra anterior donde deconstruyó la crítica de arte tradicional y argumentó que la cultura visual está profundamente influenciada por la ideología. Para Berger el arte no se crea en el vacío; más bien, está vinculado al poder, el trabajo y la historia. Esto resulta especialmente evidente en sus reflexiones sobre cómo el arte sirve tanto de reflejo como de resistencia a las narrativas culturales dominantes. Desafió la idea del «observador neutral», mostrando cómo el contexto histórico y cultural siempre influye en la percepción.

John Berger en el estudio de Henri Presset (Ginebra, 1962) foto de Jean Mohr
En la correspondencia este mismo enfoque crítico es evidente, pero adquiere un tono más íntimo y reflexivo. En lugar de presentar grandes argumentos teóricos, Berger destila sus ideas en reflexiones personales, haciendo que sus ideas parezcan inmediatas y profundamente humanas.
Un tono más personal se percibe en la quinta y última parte del libro, donde se alternan durante varias páginas dibujos y grabados realizados por padre e hijo en diferentes épocas, como un boceto a lápiz de John realizado cuando Yves tenía solo 10 años.
A lo largo de su carrera, Berger defendió el arte y la literatura que hablaban de la experiencia vivida en lugar de la teoría abstracta. Sus cartas reflejan este espíritu, ofreciendo sabiduría no como doctrina rígida sino como conocimiento vivido y sentido y anima a su hijo a pensar críticamente y encontrar belleza en sus detalles.

Dibujo de John Berger hecho por su hijo cuando tenía 10 años
