Escena de la película «Bienvenido Míster Marshall» dirigida por Luis García-Berlanga en 1953

 

Cuando a mediados de 2024 este libro se publicó, recibió –con justicia- muchos elogios. Por ejemplo, el comentario de Darío Prieto en La lectura de 7 de junio, cuyos titulares sintetizaban muy bien el contenido de la obra. Por así decir, su mensaje: “Del odio al yanqui a la colonia cultural de Estados Unidos”. Y es que “el historiador Juan Francisco Fuentes analiza de forma amena cómo España pasó del resentimiento antiestadounidense por el Desastre del 98 a abrazar de forma apasionada todo lo que llegase de la potencia norteamericana”. Es un libro, en suma, de lo que los franceses llaman la historia de las mentalidades.

Hoy, ya en enero de 2025, a esos aplausos cabe añadir otros: es una lectura particularmente oportuna.

La elección de Donald Trump como Presidente de EEUU (y sus declaraciones posteriores: ya se sabe que es persona que, a la hora de expresarse, propende a lo torrencial) y la selección de quienes van a ser sus colaboradores están dando lugar en España, y no sólo, a mucho debate, para bien o, en la mayoría de los casos, para mal o muy mal. El periódico El Mundo, en su edición de 26 de diciembre, dedicaba su portada a Elon Musk, personaje del año 2024, a quien calificaba de “el Julio César del siglo XXI”. Con el siguiente titular: “El hombre más rico de la historia lidera ahora un experimento sin precedentes: los estados co-gobernados por sus grandes empresas”. El asunto ocupaba las siete primeras páginas, nada menos. Y con un editorial, rotulado “Elon Musk: un experimento arriesgado para gobernar EEUU” y en el que se afirmaba, con tono de mezcla de admiración y temor, que “el empresario está llamado a transformar el país como líder de una insólita alianza entre políticos y magnates tecnológicos”. Para concluir así: “Una deriva peligrosa, sobre todo a falta de frenos políticos”.

 

 

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No es precisamente nuevo que los países colonizados –vamos a hablar así, con evidente impropiedad- hablen del colonizador en esos términos: se le tiene mucho miedo y se le critica, pero al tiempo se le admira y, sobre todo, se imitan sus hábitos, a veces incluso de manera inconsciente.

Sabe Dios lo que al mundo y a Europa le va a traer, sobre todo desde el punto de vista de las mentalidades, la segunda presidencia de Trump. El mundo está viviendo dos transiciones profundísimas, la energética (¿ecológica?) y la de la inteligencia artificial, y sucede que el viejo continente ha querido liderar la primera -sin éxito- y por el contrario se ha quedado al margen de la segunda, lo cual  pese a las ingentes cantidades invertidas, nos ha dejado bastante descolocados, como han puesto de relieve Enrico Letta y Mario Draghi en su informes de 2024.

¿Cómo van a evolucionar las cosas en Estados Unidos? ¿Se trata sólo de una derechización populista –palabras de evidente tono acusatorio-, de la estirpe de Berlusconi o acaso hay algo singular? ¿Cómo repercutirá en Europa y en particular en España? ¿Cuáles serían las consecuencias que de ahí se desprenden en materia de, por ejemplo, de políticas frente a la inmigración? ¿Qué suerte le espera a la energía y en general a las medidas de lucha contra el cambio climático o al menos de prevención o como poco compensación de sus efectos?

 

Juan Francisco Fuentes

 

Ponerse a vaticinar es un oficio de insensatos, de quienes carecen de miedo a hacer el ridículo. Pero la historia ayuda mucho a orientarse.

Han sido dos los escenarios en los que el discurso dominante en nuestro país ha girado de un extremo –no sólo todo lo americano es malo sino que todo lo malo es americano- al contrario: la rendición ideológica o al menos cultural. La primera es precisamente la que estudia el libro de Juan Francisco Fuentes, el periodo de entreguerras –en el sentido mundial del término, es decir, entre 1918 y 1939-, con el cine –de ahí la referencia a Chaplin-  y el jazz como referentes. Dentro de las formas de emplear ese producto típico de la sociedad industrial y urbanizada que es el tiempo de ocio, el cuplé (amén de los toros y el fútbol, claro es) quedó como única modalidad de lo  castizo o aborigen, por así decir.

La segunda se desarrolló durante el franquismo: en sus primeros años, los de acercamiento a la Alemania nazi, lo yankee –la democracia- encarnaba lo peor del género humano y había que permanecer en guardia, pero en seguida (1945 o incluso antes) cambiaron las tornas y ello en interés de la propia España, que -aun sin el dinero de Mr. Marshall- celebró como un gran triunfo los pactos de Madrid  de 1953 y, en 1955, el ingreso en la ONU. Más tarde, en los años sesenta y setenta, el rock, como la música urbana de la época, se extendió también por estos pagos y contribuyó de manera decisiva a la modernización (entendida como sinónimo de normalización) de la sociedad o al menos de sus capas más jóvenes. Miguel Rios lo ha explicado  muy bien en su libro de memorias, Cosas que siempre quise contarte. En aquella sazón, el papel de islote de la autóctono, al modo de la aldea gala de Astérix, lo vino a encarnar (aparte, de nuevo, de las corridas de toros y el fútbol) la copla, con Rafael de León y Concha Piquer, cada uno en su lugar, como protagonistas.

 

 

Lo más chistoso de todo es que se trató de corrientes por así decir subterráneas y que surgieron de abajo arriba, en el sentido de que  su poderosa presencia no dependió de circunstancias tales como el régimen político existente en cada momento ni, menos aún, el sesgo ideológico de los gobernantes de turno, los cuales, bien al contrario, se vieron obligados a adaptarse, lo quisieran o no, a lo que los alemanes llaman el Zeitgeist, el espíritu del tiempo. En los aproximadamente veinte años del  primero de los dos periodos aquí se vivió políticamente de todo, como en botica: la Restauración (ya en su período final, ciertamente), la Dictadura –así contada- de Miguel Primo de Rivera, la República y la guerra civil. Pero de esos bandazos, a veces muy violentos, puede casi predicarse, con Fernand Brandel, que se trató de meras perturbaciones de superficie, porque los vientos profundos de la sociedad quedaron incólumes: siguieron  soplando igual. Y lo mismo o más aún se puede  decir del franquismo, del que sería injusto no reconocer que, bajo una retórica inmutable –la camisa azul, así como las espigas, los trigos y demás referencias cerealistas, en cuanto vallisoletanas- supo darse la vuelta a sí mismo como un calcetín e incluso ponerse al frente  de la manifestación.

Juan Francisco Fuentes no se atreve a profetizar nada, pero, si el lector si se ve con ganas de hacerlo, sobre todo, se insiste, después del resultado electoral de Estados Unidos del pasado noviembre, encuentra en el libro datos que le pueden servir. En el bien entendido de que no se trata de augurar quien va a ganar las próximas elecciones parlamentarias en España, porque, por lo dicho, tal vez no sea eso –los nombres de los ganadores, si los primos de Meloni y Orbán o por el contrario quien se presentan como sus más encarnizados adversarios- lo que se revela como más relevante:  lo que tenga que suceder –las políticas a aplicar, las que en cada caso procedan- sucederá de manera inexorable, casi con la fatalidad de los relatos de Esquilo, quien quiera que sea el llamado a  aplicarlas (y, le guste o no, explicarlas, pero bien se sabe que al gremio de los políticos no les cuesta nada tragarse sus propias palabras, arte que alcanzan el estadio de lo virtuoso).

Puede servir como un adicional punto de apoyo  para esa tesis lo ocurrido en un tercer período, los años ochenta del siglo XX, con Ronald Reagan en la Casa Blanca. En la Moncloa quien estaba era el PSOE, pero la entrada en la OTAN y las privatizaciones de empresas públicas se produjeron como algo, se insiste, poco menos que inevitable. O incluso sencillamente natural y hasta bueno, sin perjuicio del mantenimiento de los discursos (cada vez más agresivos, eso sí) de los que se presentaban a sí mismos como la izquierda y la derecha. Y ello siempre entre grandes aspavientos y escenas de rasgadas de vestiduras.

En el libro de Juan Francisco Fuentes, digámoslo ya para concluir, ocupa un lugar central la Gran Vía de Madrid, el más neoyorkino de los espacios urbanos españoles: por el cine y también por los rascacielos. Leerlo (son 411 páginas más bibliografía, notas e índice alfabético) es una auténtica gozada y, más aún si se hace con ojos de este 2025 recién inaugurado.