Leí con cierta fruición Vida de Pablo, la primera novela de Carlos Pardo, y me llevé una grata sorpresa con El viaje a pie de Johann Sebastian, que reseñé en otras páginas hace ya cinco años, una especie de ciclo narrativo que intentaba reflejar los avatares de una familia y, de paso, describirla como parte de un proceso social muy determinado y en que esa supuesta originalidad de sus componentes quedaría diluída en un destino casi previsible. Esa justo equilibrio entre  azar y necesidad es lo que me llevó a considerar estas novelas como algo novedoso en nuestro panorama narrativo.

Esa literatura del Yo… Decía Harry Levin que la autobiografía es la consecuencia última del realismo. A tenor de la tendencia de la literatura española de los últimos años parecería que hemos logrado sus últimas cotas pues rara es la novela que no nos cuente la vida del autor o la de su familia.

Si dejamos a un lado la pertinente pregunta de qué razón lleva a los escritores de hoy día a pensar que contarnos su vida puede ser de algún interés, destino último del narcisismo, deberíamos hacer constar que como en todo género en la recolección hay de todo: buenas piezas, medianas y malas, claro.

 

Carlos Pardo

 

Carlos Pardo pertenece a los primeros y me atrevería a decir que en esta literatura del Yo es uno de los más destacados autores y que justamente ese perfilado sentido del humor de que están llenas sus novelas, con ciertos rasgos expresionistas que le derivan a una divertida farsa, es lo que salva a estas novelas del hartazgo de la muerte del personaje de ficción y de la nostalgia de su retorno.

En Lejos de Kakania,Carlos Pardo describe ciertos rasgos de su familia, pero sobre todo se centra en poetas amigos suyos que formaron hace tiempo lo más parecido a una generación literaria, algo proclive al oficio. La novela tiene momentos hilarantes, como la sesión de poesía de la experiencia a manos de Luís García Montero y el llamado crítico de Oviedo o los episodios en que el autor-narrador-personaje es contratado por Luís Antonio de Villena como secretario, pero ante todo es un canto a la amistad y a la traición, o mejor, al desgaste inevitable de la misma que acaba en abandono y en lejanía.

No me gustaría realizar ciertas correspondencias pero lo cierto es que puede decirse que Lejos de Kakania mantiene lazos inevitables con Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. El frenesí que acoge a los personajes, postura obligada en poeta que se precie, al modo de las chalinas de la bohemia de antaño; la no menos previsible mezcla de sexo, drogas y rock; su buscado y rebuscado modo de crearse un personaje podría hacernos caer en la trampa de la parodia pero no lo haremos: con todo es libro preciado y el poema extenso que aparece mediado el libro actúa como leit motiv del mismo, al modo del de Pálido fuego, de Nabokov. Lo mejor del mismo, los capítulos dedicados a la memoria de la amistad perdida. Es, en realidad, el meollo de la novela.

 

 

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