Oliver Sacks escribiendo en el techo de un coche aparcado al borde de la carretera (Fotografía de On the Move, cortesía de Kate Edgar).

 

A cargo de su editora, Kate Edgar, se publican ahora una selección de cartas, del que fue uno de los mayores autores de epistolarios del siglo, de Oliver Sacks, nada menos que unas mil páginas de apretado tipo de letra y de muy variados destinatarios desde W. H. Auden o el profesor Luria, pongamos por caso, a cualquiera que le hubiese escrito interesándose por sus libros y aportaciones en el campo de la neurología, lo que le llevó a veces a crisis de agotamiento. Lo cierto es que tratándose de Oliver Sacks todo parece dirigirse hacia lo excesivo, cuando  no a lo paradójico: neurólogo, escritor, motero a todo trapo, se recorrió los Estados Unidos en dos de las mejores motos que se podían encontrar en el mercado, homosexual, aunque  muchos de sus amores fueran de índole platónica, adicto a las drogas, al psicoanálisis, tuvo  al mismo terapeuta  durante décadas y hasta pocos días antes de su fallecimiento, aficionado a la natación y a la halterofilia, gran comilón, y, sobre todo, un tipo que pese a las dificultades llegó en los setenta a representar al neurólogo de moda, pese a sus reticencias, adquiriendo fama mundial y cuyos libros, lo que no puede decirse de la mayoría de escritores, siguen siendo leídos con el mismo interés que cuando se publicaron  por vez primera hasta el punto de que el New York Times llegó a calificarlo de “poeta laureado de la Medicina Contemporánea” : MigrañaDespertares, el libro que le dio fama y honor; Con una sola pierna, sobre  un accidente personal en Noruega; El hombre que confundió a su mujer con un sombrero; Veo una voz: viaje al mundo de los sordos; Los ojos de la mente; Alucinaciones; El rio de la conciencia… todos publicados en España por la editorial Anagrama en un caso de fidelidad que le encantaba al autor.

 

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«Cartas» se extiende desde  1960, en que abandonó Inglaterra para irse a los Estados Unidos,  hasta pocos días antes de su muerte en 2015 y, en realidad, como todo en Sacks abruma por la vocación casi cósmica que tenía de engullirlo todo, al modo de  un agujero negro, pero si tuviera que elegir partes del libro, algo un poco absurdo pues  cada una es de una pasmosa coherencia con la realidad vivida en ese momento elegiría las doscientas o trescientas primeras páginas porque en ellas se encuentra el Sacks más introspectivo y el más dado a dejarse seducir por sus fantasmas y goces: por ejemplo, en las cartas que dirige a sus padres, que vivían en Londres, donde les da cuenta  de la fascinación por California y en especial San Francisco, en agudo contraste con Nueva York, ciudad en la que vivió muchos años y en la que murió pero de la que desconfió siempre por sus contradicciones monstruosas y grotescas. Es curioso que durante las etapas distintas de su vida comparó muchas veces Londres con Nueva York y si bien al principio Londres le parecía pobre y triste, según  pasaban los años comenzaba a valorarla en lo que tenía de creadora, eran los años del Swinging London y la política socialdemócrata de Harold Wilson, hasta el punto de añorarla y eso que era raro el año que no pasaba un mes de verano en la capital británica. Pero en el fondo subyacía una suerte de Paraíso al que propendía pero nunca llegó a término: retirarse a California, que conoció muy bien porque en su moto, y en solitario, Sacks llegó a intimar con ciertas partes de los Estados Unidos, la región de los Lagos…

 

 

Resulta curioso constatar la tremenda falta de discriminación en lo tocante a los destinatarios que contiene esta selección de su correspondencia: dije antes lo del profesor Luria y Auden, también Susan Sontag, Peter Weir, Harold Pinter…, sí, pero no olvidemos los centenares de personas llamadas corrientes con las que Sacks mantuvo correspondencia, en especial, muchos de sus pacientes. Y no resultan desde luego menos interesantes que la que mantiene con personajes públicos… son, quizá las que mejor reflejan la personalidad de su autor porque en ellas encontramos al médico que  les atendía, relación que muchos de sus colegas desconfiaban de ella porque creían que en cierta manera los utilizaba… entre ellos los que pensaban que en Sacks predominaba más el artista que el diagnosticador y ello a pesar de que Sacks citaba de continuo el ejemplo de Darwin…

 

Oliver Sacks, 1956

 

Decía Proust que con el tiempo lo que nosotros considerábamos una novedad empieza a parecerse cada vez más a la época en que fue concebida, y citaba con cierta crueldad las fotos que cada uno de nosotros se hizo años atrás… Desde luego Lolita es cada vez más una novela de los sesenta aunque no restemos nada a lo que de esencial contenga… Con Sacks comienza a reconocérsele la deuda que la ciencia tiene con él, sobre todo en una época en que predominaba lo estadístico… ¿qué diría ahora en los tiempos de la IA?… pero lo cierto es que, a años vista de Despertares nos damos cuenta de que este fue el libro que le marcó a él, que le hizo famoso, pero también a todos nosotros por lo que de revolucionario tuvo esa consideración de la «levodopa», no como una droga sino como una medicina mágica… «Despertares», parecería que con el título sólo contuviera la llamada de una época, la de la rebelión juvenil de los sesenta… y eso sólo podría llevarlo a cabo un médico que gozaba de las motos  llevando chupas de cuero a tutiplén… Ahí lo dejo.

 

Oliver Sacks. Foto de Bill Hayes