La fama y el éxito de un hombre como Julio Iglesias que a sus ochenta y un años se encuentra entre los artistas más ricos del mundo y uno de los que más discos ha vendido nos distrae a la hora de separar la realidad de la imagen del mito que se nos quiere vender. En “El español que enamoró al mundo. Una vida de Julio Iglesias”, la última fatiga literaria de Ignacio Peyró (Libros del Asteroide), vemos mejor a la persona que el personaje.

Julio Iglesias puede gustar o no, pero ha sido el español más conocido del siglo XX junto a Picasso y Dalí.  Un cantante que alcanzó la cumbre en los años ochenta y que conquistó el mercado anglosajón, léase Estados Unidos, fue amigo de los Reagan y Clinton, cantó con los grandes de la canción y, como señala Peyró, incluso ha alcanzado la inmortalidad en forma de meme.

 

Comprar en Amazon

 

Peyró ha leído todo lo que podido y más de su personaje. Lo mismo que uno de los representantes de Julio Iglesias decía que cuando estaba a gusto Julio cantaba bien, Peyró se ha sentido a gusto escribiendo este libro y se nota en el resultado. Ha hecho un traje a medida a Julio Iglesias con el estilo de la sastrería Peyró. Ironía, diversión, interés, ni hagiografía ni a la contra, las costuras literarias impecables y las luces bien puestas para iluminar lo que nos permite conocer mejor a la persona. Esta biografía te pega a la página y ofrece el brío de las vidas que cruzan la meta que se han propuesto.

Ya lo explicó Julio Iglesias en una canción: “Soy un truhan, soy un señor”. Más lo primero que lo segundo, sobretodo en cuestión de mujeres. Como escribe Peyró, incluso en el punto álgido de su noviazgo con Isabel Preysler, en 1970, y poco antes de su boda, cantó en cuarenta y una ciudades españolas y tuvo cuarenta y una novias distintas esas noches. “Las lágrimas de la novia en la iglesia no eran, al fin, sino una lectura profética de la realidad: no sabía que se había casado con Excalibur”.

 

 

Para enamorar al mundo hay que ser un seductor, y también un triunfador, porque lo primero implica maravillar. Julio fue lo uno y lo otro hasta proporciones donde la vida y la leyenda se cruzan, algo que siempre viene bien a quien debe venderse. Sin embargo, como en cualquier existencia, no faltaron los calvarios. El primero llegó de joven. Una grave enfermedad le mantuvo inmovilizado mucho tiempo y sin saber si podría volver a andar. El papel decisivo en su recuperación lo tuvo el doctor Iglesias Puga, padre del artista y médico reconocido. El padre fue la persona más importante en la vida de Julio. Tal vez el verdadero amor de su vida.

Uno de los capítulos más divertidos del libro es el del secuestro del doctor Iglesias Puga a manos de ETA, digno de una comedia de enredo a la española y que terminó con un final feliz. La policía le liberó con un inmenso despliegue de efectivos obstaculizados en sus movimientos por las fiestas del pueblo donde estaba secuestrado. Conocido familiarmente como “Papuchi” con el éxito del hijo se enroló en la cohorte que suelen conformar los que tienen muchas cosas que repartir, desde trabajo a fama, ya sean reyes, políticos o estrellas. Divorciado de doña Charo en los años ochenta, el doctor Iglesias Puga murió a los 90 años después de ser padre por tercera vez.

 

Julio Iglesias y su padre

 

Si el doctor Iglesias Puga solo traicionó a su mujer hubo otras traiciones en el entorno cercano de Julio que desvelaron el clima de bajo imperio en el que se vivía en la corte del rey Iglesias. Peyró destaca las de un mayordomo resentido, que a través de un negro literario, escribió unas memorias donde ventiló los trapos sucios con fervor y minuciosidad. El representante de Julio Iglesias, Alfredo Fraile, publicó Secretos confesables, donde ajustaba cuentas con el cantante del que se consideraba el artífice de gran parte de su éxito y que acabó harto de su “egoísmo”.  Más dolorosa y reciente fue la “traición” de su hijo Enrique Iglesias, que nada le dijo de sus propósitos musicales y no parece llevarse demasiado bien con el padre ausente de su infancia y juventud.

En el largo recorrido de aquel chico de clase media que fue portero en la cantera del Real Madrid de 1959 a 1963 y acabó viviendo en la isla más lujosa de los Estados Unidos, Indian Creek, hay un sinfín de historias, personas y personajillos. En toda carrera artística cuenta tanto el talento como el trabajo y la suerte, por ejemplo que alguien con influencia en ese mundo crea en ti.  Julio Iglesias lo consiguió todo y supo mantener el rumbo entre encuentros y desencuentros amorosos e infinidad de distracciones femeninas· Esa vida de trabajo, giras, festejos y sexo hubiera agotado a cualquiera. Por el ambiente en que se movía, Julio tenía los papeles en regla para convertirse en un cocainómano irredento, lo que no ocurrió.

 

 

Tal vez le ayudó el entorno familiar que vivía con él (sus padres y el hermano Carlos condenado años más tarde por fraude fiscal en asuntos inmobiliarios, una debilidad familiar que Julio practicó con éxito). O la tortilla de patatas materna, las paellas que se servían en el lujoso yate de catorce millones de dólares, el marisco que llegaba de España  y el excelente vino. Eficaces contramedidas frente a las drogas en las que más de una estrella musical se ha atragantado.

Como buen seductor, Julio sabía caer bien y hacerse querer. Debido a estas artes cuenta Peyró que pudo ser un grande diplomático o gran peluquero. Cantó para políticos de todo pelaje aunque su corazón estaba en la derecha, en el Partido Popular. Es amigo de Aznar y otros líderes populares sin que eso signifique que no tenga buenas amistades en la otra orilla.

 

 

El poder quería fotografiarse con él, le pagaban por hacer de embajador de buenas causas, la Paz en el mundo para la Unicef, o la promoción del Xacobeo 93 de la Xunta de Galicia y por el que recibió 300 millones de pesetas. Todo suma lo mismo que una mujer sucede a otra, sin acoso que se conozca, y llevándoselas por el lado fácil, buena vida, simpatía y regalos. Algunas dijeron que le gustaba toquetear y besar demasiado, no sabemos si ahora, en los nuevos tiempos, le hubiesen denunciado por acoso o sumisión química. Yo creo que un seductor como Julio, con denominación de origen de caballero español, seguramente empleaba la sumisión de ofrecer el mechero de oro para encender el cigarrillo de la chica, entre risas, sol, piscina y vino, y sin necesidad de empujar mucho la cosa.

Lo difícil de todo éxito es mantenerse arriba porque como dice el autor de este libro, una vez pisado el Everest solo cabe bajar.  Julio ha descendido sin perder la voz y los papeles. La holandesa Miranda Rijnsburger, conocida en el aeropuerto de Yakarta durante una gira asiática, parecía una más y le acompañó por el Extremo Oriente. Pero esta joven modelo que entonces tenía 24 años supo embridar a Julio, tarea en la que fracasaron otras novias de buen ver y menos habilidad que ella. Tuvieron el primer hijo en común cinco años después de conocerse, ahora son cinco, y se casaron tarde. Ella ocupa la mansión de Indian Creek en la isla de los sueños y él tiene de base su residencia de la República dominicana. Ambos suelen viajar a España en verano él para actuar en localidades menores, ya no pide el caché de antes, y ella acude a la lujosa mansión de Marbella donde pasa los veranos con sus hijos.

 

 

Que se sepa ya no hay ropa interior tirada en el suelo en las piscinas de las residencias de Julio Iglesias como en los años del desmadre. Verdad o leyenda, Julio prefiere quedarse con la leyenda y añorar lo que ahora no puede hacer por la edad o al menos eso dice.

La historia de Julio Iglesias, una estrella del siglo XX cuyo brillo llega hasta nosotros gracias en este caso al buen hacer de Ignacio Peyró, nos habla de mundos recientes que tienen algo de babilónicos, o de cómo se construye el éxito y su precio, y recordarnos melodías que siguen generando derechos de autor.  Un gran libro.

 

Ignacio Peyró