René Bousquet (1909-1993), sonriente y con corbata en la foto en París, 1942.  Fue responsable de la detención de 60.000 judíos  durante la Ocupación e influyente hombre de negocios en la posguerra y amigo de François Miterrand. Murió asesinado en 1993. 

 

Ser el dueño del relato ha sido siempre una parte esencial de los detentadores de los mecanismos del poder. Y aquí no me estoy refiriendo a la frase de Walter Benjamin de que la Historia la escriben siempre los vencedores. Esta es incontestable y obvia. No. El relato a que me refiero en apariencia parece más frívolo pero aparece al lado del mayor con pleno derecho ya que no tiene menor importancia. Así, en nuestra mentalidad occidental, los creadores del relato de espías han sido incontestablemente los británicos, desde el Ashenden, de Somerset Maugham, que influyó en el James Bond de Ian Fleming, por lo de “removido, no agitado” respecto al Dry Martini, que Ashenden tomaba con gusto contrario al de Bond, porque respecto a la finura de la percepción del héroe de Somerset Maugham al de Fleming le faltan leguas para siquiera acercársele, o al personaje, consorte de una aristócrata algo liviana, de las novelas de John Le Carré o las tramas de fina textura literaria de Eric Ambler… y ello sin olvidarnos de los precedentes, desde el niño Kim, de la novela de Rudyard Kipling al Josep Conrad de El agente secreto y, si apuramos, al mismo Chesterton o a William Tufnell Le Queux, malísimo escritor pero creador de unas tramas que fascinaron al mismo Churchill y al MI 6 durante años. Pues bien, para el imaginario occidental es difícil pensar en otros caracteres de espías que no se parezcan a los británicos o más recientemente, a estos saltimbanquis de la tecnología de las películas norteamericanas.

Sucede que respecto a los colaboracionistas con el régimen nazi los detentadores del relato han sido los franceses y a pesar de atisbos maravillosos como los de Cenizas y diamantes, lo cierto es que los colaboracionistas puros, los traidores por excelencia, hasta el extremo de que fuera de Francia se les denomina “collabos”, tienen  asignación gala. Quizá eso se deba a la idea de la Patria que todo francés lleva en el ADN desde la Revolución, idea más deslavazada en los demás países salvo en Gran Bretaña donde se supone que a un británico esa idea ni siquiera se le pasaría por la mente. Sea por la idea de la Patria o por ser una adecuada metáfora de una perpetua guerra civil que nunca fue reconocida, el caso es que esa literatura de Patrick Modiano, de Louis Ferdinand Céline, de Pierre Assouline, de tantos otros ofrece una galería de personajes de un pelaje casi balzaquiano, con su geografía fijada en un castillo de los Hohenzollern sito en Baden Wuntemberg, Sigmaringen, al lado del Danubio y a treinta kilómetros de Wilfinglen, donde se halla la Casa del Gran Forestier y frente a ella, el Castillo de los Staufenberg, donde vivió durante años Ernst Jünger en una casita forestal.

 

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El libro del historiador y también novelista, Yves Pourcher, El exilio de los colaboracionistas 1944-1989, es una de las últimas aportaciones de gran calado del relato francés de los “collabo”, tanto que semeja una enciclopedia sobre el asunto. Se trata de un libro documental sobre la trayectoria de todos ellos, desde Petain a Laval pasando por Bonnard, Le Vigan, Marcel Déat… donde se nos da cuenta de los antecedentes de cada uno de ellos y luego de sus diferentes destinos, y presidiendo la cosa, como roca inamovible, a petición de Otto Abetz, el embajador alemán en la Francia ocupada, el castillo de Sigmaringen, un punto de fuga, de reunión, antes de la estampida final que los llevaría a la pared de ejecución en Francia, al exilio en España o en Argentina. Pourcher es historiador, pero también novelista y no se escapa detalle alguno cuya lectura  me ha supuesto una delicia. Además esos detalles no es que humanicen a los “collabos”, malos por excelencia, sino que hace algo más importante, con cierta ironía nos muestra una serie a lo Balzac de la condición humana, desde el infame, el trepa el aprovechado, el esnob, el idealista, el que se contentaba con adaptarse, que de todo hay y ello a través de unas muestras que son citas como perlas. Esas citas creo, son el mejor comentario al libro:

El libro de Pourcher comienza con la creación de un periódico, La France, cuyo redactor jefe es Jacques Menard, quien fue sustituido por Henri Mercadier. El primer número apareció en octubre del 44 y entresaco de los anuncios clasificados alguno de ellos:

  • La señora Jacques de Holstein , Stadchule, Treysa (Hessen), busca a su marido. Escriban al periódico número 389
  • Cambiaría : 1. Pañuelo de seda por guantes o gorro de lana; 2. Pijama de caballero por camisón de abrigo de señora, o mañanita; 3. Zapatos negros de tacón 39/40 por lo mismo en artículo de deporte. Escriban al periódico con el número 528
  • Un Sturmannn SS , granadero de las Waffen, que sufre de aislamiento moral, desearía confiar sus pensamientos a una corresponsal francesa, que se haya refugiado en Alemania. Escriban al periódico con  el número 549

 

Una mujer antes de ser rapada por colaboracionista en París, 1944

 

Del Diario de Marcel Déat:

    “Llegamos a Sigmaringa a la una menos cuarto del mediodía. El castillo es enorme y extraño, la ciudad es pequeña. Nos recibió von Salza, subimos en elevador y entramos en una galería llena de armaduras y armas antiguas. Conducidos por Luchaire, nos instalamos en tres habitaciones del pasillo ministerial, frente a Luchaire, Darnand y Bridoux. Los ministros en inactividad  estaban un piso más arriba, el Mariscal, aún más alto, cerca de la torre. Así se evitaba el contacto. Sin embargo, Laval se paseaba por la ciudad, siempre acompañado por Néraud”

El 30 de diciembre de 1951, Ramón Serrano Suñer escribe en ABC un artículo titulado “La hija” donde se habla de la mujer de Laval, en una reunión que su hija hizo en Madrid de antiguos “collabos”:

    “Un poco más allá, en el gran salón, la madre. La viuda de Laval parece todavía pedir explicaciones por esa ferocidad surgida en un mundo – el de la política- que nunca le ha interesado.  Menuda, con un rostro digno y entero ( su pelo blanco recuerda el rubio de las gentes de Auvernia), un poco cerrada, aislada en sus recuerdos como si quisiera gritar: “No volverá…”

 

Jean Luchaire, en el centro de la imagen, paso de del pacifismo y el antifascismo a la Colaboración.

 

Joseé de Chambrun relata a su marido en 1952, que se encuentra de viaje en los Estados Unidos,  una velada en abril:

   “En casa de los Mosley fue todo muy agradable, el campo muy bonito… Terminé la velada en casa de Lisette. Había allí una señora muy agradable cuya hija está casada con el hijo de Milliés Lacroix. Ella cumplió condena y a su hija la raparon en Dax”

Ni que decir tiene que Mosley es el fascista británico y Lisette de  Brinon había hecho nuevas amistades, tal Roger Peyrefitte.

Robert Blanc, de vocación SS, en carta a Rebatet en 1943, explica esa vocación:

    “Me he hecho fascista. No hace mucho que encontré mi camino a Damasco. Este verano, la lectura  de los recuerdos de su camarada M. Brasillach, el libro Historia de Alemania y su ejército, de M. Benoist-Méchin, sus Decombres, muchas conversaciones con camaradas que me habían precedido en este camino, recuerdos, mi   formación en un ambiente  a pesar de todo nacional, pero muy tibio, todo ello fue produciendo en mí una lenta alquimia, una especie de cocina psicológica de la que ha surgido mi fascismo”.

 

Voluntarios franceses de la Brigada Francia de las Waffen SS

 

Jacques Bourin está en la enfermería de Fresnes en 1947 donde se pasa por loco, se supone. He aquí un fragmento del informe psiquiátrico:

     “Berin nos explica que es el nieto de Proudhon, que se ha reencarnado en él. Ha creado el gobierno de Proudhonia, del cual es el jefe. También es el jefe de la RFFFI, la República Federativa Francesa Indivisible  de Fresnes. Nos ha mostrado varios cuadernos que constituyen una verdadera acusación, más o menos equivalente a los de Ubu Rey, de Alfred Jarry” 

Sobre Adalbert Laffon, carlista acérrimo, que estuvo en España en el frente nacional y vivió en España hasta su muerte y enseñó a los gallegos el arte de criar ostras en Arcade y dice Pourcher, mejillones en la ría de Arousa, tema controvertido, nos ilustra nuestro historiador:

   “El escurridizo personaje aparece en un libro del gran escritor Juan Benet . Una de las hijas de Laffon, Rocío, frecuentaba  a  uno de los amigos de Benet, el escritor y psiquiatra Luís Martín Santos … En Junio de 1952, Rocío contrajo matrimonio con el doctor Luís Martin Santos Ribera en la madrileña iglesia de San Jerónimo el Real. Por parte de la novia fueron testigos su padre, don Agalberto Laffon de Gusse, sus tíos, don Carlos Bayo y don Juan Laffon, el general Castro Garnica, subsecretario del Ministerio del Aire, y los marqueses de Valdeiglesias, Santacara y Grijalba. Un buen ramillete de amigos franquistas”

 

El actor Robert Le Vigan en el juicio por colaboracionismo

 

El actor Le Vigan, el amigo de Céline y a quien regaló un gato que ha pasado a la historia como Bébert,  Céline lo llevó por media Europa en una mochila que se colgó en la espalda, se fugó a España y, luego, a Buenos Aires, donde hizo películas de medio pelo. Cuenta en una carta:

    “Estuve un año en España sin poder trabajar… Allí me encontré con excelentes amigos franceses que me ayudaron a sobrevivir, y al final fue Duvivier quien me consiguió el permiso de trabajo del general Franco. Le había conocido a través de la película La bandera, e inmediatamente Franco, el general Franco, me dio el permiso de trabajo. Allí pude hacer dos películas”

El libro sigue de la siguiente guisa hasta que concluye Pourcher preguntándose:

    “Otros , en cambio, cortaron, rechazaron, cambiaron de bando e ideas. También gritaron. Sus padres habían sido fascistas y vichistas; ellos eran comunistas, trotskistas y maoistas… ¿Cómo seguir viviendo hoy y siempre cuando uno se apellida Doriot, Bout de L´An, Luchaire, Sabiani, Bousquet, Papon, Touvier, etcétera? Son nombres terribles que te marcan y que tienes que soportar contra  viento y marea”.

 

Un policía Francés saluda a un oficial alemán en el París ocupado