El Presidente de la República española, Juan Negrín, antes de emprender vuelo para abandonar España el 6 de marzo de 1939

 

Sí, hay tesituras en las que, si uno quiere salvar el pellejo, la única opción es salir por piernas. Como se dice en Andalucía, juir. Poner tierra de por medio.

En los últimos meses de 1989 las sociedades de Europa del Este, que habían aguantado durante décadas el comunismo, decidieron que, para expresarse en lenguaje coloquial, hasta aquí hemos llegado. El muro de Berlín se cayó el 9 de noviembre (por cierto, apenas tres días antes de que muriese Dolores Ibarruri, La pasionaria: con razón decía Borges que creía en las coincidencias). En Rumanía, las protestas en las calles fueron violentas. El 22 de diciembre, el Conducator  –Dictador- Ceaucescu y su esposa Elena tomaron un helicóptero en la sede del Comité Central, el que había sido santa sanctorum del régimen, con dirección a la ciudad de Snagor, pero el piloto, asustado por la posibilidad de que el aparato fuese derribado, aterrizó en una carretera cerca de Gaesti, desde donde siguieron el viaje en coche. De poco les sirvió: fueron detenidos y la pareja se vió sometida a juicio. El día 25, todo llegó a su final. Las imágenes de la ejecución son bien conocidas.

No mejor suerte corrió Muamar el Gadafi, líder de Libia desde 1969, en 2011. A partir de febrero estaba la situación muy incierta –la primavera árabe- y, a mediados de octubre, la tortilla se había terminado de dar la vuelta. El otrora líder intentó escapar el día 20 en un convoy de setenta y cinco vehículos, que sufrió un ataque del que, sin embargo, salió indemne. Pero por poco tiempo: se refugió en una tubería y fue allí donde, el 22, recibió dos disparos a quemarropa, uno en el estómago y otro en la sien. Al igual que en Rumanía en 1989, la espantá –palabra que no se puede pronunciar sin un homenaje a Rafael Gómez Ortega, apoderado El Gallo, hermano mayor de Joselito- estaba llena de fundamento, pero sucede que no terminó de salir bien.

Antes de 1989 y 2011 tuvo lugar un episodio parecido con Mussolini. En julio de 1943 había sido depuesto por el Gran Consejo Fascista –prueba de que en algunos partidos hay más democracia interna que en otros-, aunque (merced a la liberación en el Gran Sasso en septiembre, la Operación Roble) se quedó en Italia, en el Norte, donde fundó la llamada República Social. A finales de abril de 1945, cuando ya estaba todo perdido, intentó escapar a Suiza por el lago de Como (bien famosa es su curiosa forma: la de un cromosoma, o sea, una “y” invertida) pero, en el lado oeste, en el Dongo, fue reconocido, capturado y –el 28, o sea, apenas dos días antes del suicidio de Hitler en Berlín- fusilado. Le acompañó en tan trágico destino quien entonces se calificaba como su amante (hoy diríamos su pareja), Claretta Petacci. Ambos cadáveres fueron luego colgados boca abajo en Milán, en la piazza Loreto.

 

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Mejor fortuna tuvo, o quizás es que planificó con más cuidado las cosas, Bashar al-Asad, que se desempeñó como Presidente de la República Árabe Siria a partir de 2000, a veces incluso guardando las formas democráticas: en 2021 fue reelegido como más del 95 por ciento. Pero el país estaba en guerra civil desde 2013, al menos. En diciembre de 2024,  una ofensiva militar opositora tomó el control de Homs, la tercera ciudad del país, avanzando hacia Damasco. El día 8, el otrora jefazo tomó un avión privado rumbo a Moscú, donde vive plácidamente. Sí, esa espantá salió muy bien, no como las de Mussolini, Ceaucescu y Gadafi.

Ni que decir tiene que, en esos escenarios tan dramáticos (o tomar las de Villadiego o morir: haber sido tan poderoso no sólo no sirve para nada sino que te pone en la peor de las situaciones), el avión juega, desde los años treinta y cuarenta del pasado siglo, un papel insustituible, porque salir por piernas es trabajoso. Mejor salir a motor, y a ser posible por el aire. En aquella época de pioneros –los de la guerra civil española y luego los de la segunda guerra mundial, que en el interior de Francia y de Italia también fue en realidad un conflicto de esos que se califican como fratricidas: es de lo que parte Fernando Castillo en este libro- los aparatos no tenían nada que ver con los actuales y eran, por ejemplo, y siguiendo los recuadros que (con apoyo en un libro de 2003 de Juan Abellán que en la bibliografía aparece el primero de la lista) aparecen en el texto, con sus fotos:

– DC-2 de Douglas, de la compañía estadunidense del mismo nombre. Operativo desde 1943. Con capacidad para 18 pasajeros y un radio de acción de 1.700 kilómetros.

La empresa holandesa Fokker tenía la licencia de producción en Europa. Como explica el libro, en España había cinco desde 1935. Cuatro  permanecieron durante la guerra en posesión del ejército republicano y fue en uno de ellos en los que, en el dramático marzo de 1939, huyeron –desde el sureste- Juan Negrín, Manuel Tagüeña, Enrique Lister o Juan Modesto.

 

Avión D8­H­89 en el que Dolores Ibárruri y sus acompañantes viajaron desde el fondó de Monòver a La Senia, en Orán, en marzo de 1939. (Fotografía cedida por D. Juan Arráez Cerdá) y publicada en https://militaresescritores.es/noticias/posicion-dakar/

 

– Junkers JU-52, también en servicio desde 1934, aunque ahora en Alemania y que dio servicio a la Luftwaffe (y a la Lufthansa). Y, en España, a las tropas de Franco. Era un trimotor que se mostraba muy fiable  para transportar tanto personas como bombas.

– De Havilland DH 89 Dragon Rapide. Con capacidad para 7 pasajeros (más 2 pilotos) y –su punto débil- autonomía de sólo 900 kilómetros. En nuestra guerra civil fue utilizado por ambos bandos. Los últimos republicanos que lo emplearon para huir tuvieron que dirigirse a Argelia, porque a Francia –ya con Cataluña en manos franquistas, además- no llegaban.

– Polikarpov R-7 Natache. De la Unión Soviética y también de 1935. Con 1.000 kilómetros de alcance.

– Folke-Wuff FW 200 A Condor. “Esta versión del Cóndor, diseñado por Jurk Tank, como todos los Folke-Wuff, era un aparato de transporte civil que entró en 1937. Inmediatamente se convirtió en el transporte personal de Adolf Hitler y del Ministro de Armamento, Albert Speer”. Más aún: “Se trataba de un cuatrimotor, que contaba con cuatro tripulantes capaz de llevar veintiséis pasajeros, capaz de cubrir 3.500 kilómetros de recorrido, por lo que podía alcanzar prácticamente todos los destinos que tenía Lufthansa, incluida España. Sus vuelos sin escalas desde Alemania a Nueva York y Tokio confirmaron las capacidades del avión como aparato de transporte para largas distancias”.

– Savoia SM-83. Se trata de la aportación de la industria italiana. Fue utilizado en Abisinia, en España y luego en la guerra mundial. Sólo podía cobijar a diez pasajeros.

– Junkers JU-88. Otro producto alemán, protagonista de la batalla de Inglaterra en 1940. “Extremadamente versátil, fue utilizado como bombardero, caza nocturno, avión de reconocimiento, torpedero o caza pesado”.

– Y, cómo no, Heinkel 111 H-23, también alemán, con un alcance de 2.300 kilómetros, y dedicado sobre todo al transporte de paracaidistas. “Al ir apenas cargado, pues tan sólo iban dos pasajeros más la tripulación, las características de este avión, y la suerte de no ser interceptado, permitió a Leon Degrelle y a Robert du Weltz llegar a España desde el lejano Oslo”. Con esto último se alude al amerizaje en la playa de la Concha de San Sebastián el 7 de mayo de 1945, con Mussolini y Hitler ya en el otro mundo y sólo un día antes de que el almirante Doenitz firmase en Karlshorst, a las afueras de Berlín, la Bendingungslose Kapitulation, la rendición sin condiciones.

 

En un avión parecido salió de España al general republicano Miaja en 1939. Foto de Wikipedia

 

Y para decirlo todo: ese modelo había estado en septiembre de 1943 entre los empleados por Otto Skorzeny cuando liberó a Mussolini en el Gran Sasso.

Eso, en cuanto a los aparatos. Pero sucede que para su manejo hacían falta pilotos –entonces, una profesión novísima: había que ser un aventurero para dedicarse a ella- y también pistas, a veces casi de tierra y llenas de pedruscos. El libro también les pasa revista con otros tantos recuerdos: Toulouse (página 58), Albacete (81), Túnez (97), Monóvar (167) –es decir, cerca de las Posiciones Yuste y Dakar, en la provincia de Alicante-, Milán (257), Bolzano (273), Oslo (300) y Barcelona (343).

El libro es una especie de biografía colectiva de los que salieron escopetados de España –en dirección a Francia o Argelia, sobre todo- en marzo de 1939 y de Francia,  en el último minuto posible: habían perdido y sabían que los ganadores no iban a perdonarles. No se trataba sólo de los líderes, sino de toda su troupe -al grado de poderse afirmar que no se trató de una huida sino de toda una desbandada, por emplear la palabra que suele emplearse para lo sucedido en Málaga en febrero de 1939-, incluyendo en muchos casos a los que, para decirlo con palabras de hoy, habían sido los intelectuales orgánicos: de la República española, con Rafael Alberti y María Teresa León en lugar destacado, en un caso y en el otro, el del colaboracionismo, sobre todo, aunque no sólo, en la corte de Vichy (con Céline a la cabeza, aunque fuese sólo uno entre muchísimos, porque el antisemitismo, que entonces era de derechas, se encontraba muy extendido a ambas orillas del Sena). Eran los escritores que habían puesto su pluma al servicio de aquella causa que terminó relevándose la de la derrota: en suma, los cortesanos que, a la hora de elegir obediencia –y casi todo el mundo lo hizo: Andrés Trapiello nos lo ha explicado para los plumillas patrias entre 1936 y 1939-, habían errado lamentablemente.

De hecho, el texto termina (páginas 403 a 457) con un dramatis personale, donde a los individuos se les jerarquiza en tres categorías: los “protagonistas” que son solo nueve; los “actores de reparto”, otros veinte; y, en fin, los “figurantes”, veintinueve. O sea, total casi sesenta. De ellos, en el cuerpo del libro sobre todo y en esas semblanzas del final, se relata no sólo su época por así decir gloriosa, cuando estaban en el machito y eran señores de vidas y haciendas, sino también lo que vino más tarde, el exilio, al que unos supieron adaptarse –reinventarse, en no pocas ocasiones: lo propio de personajes novelescos, capaces de cambiar de identidad, hasta el extremo del transfuguismo, todas las veces que hiciera falta- y a otros les costó mucho más.

 

Un avión alemán Heinkel 111

 

Habiendo mujeres francesas de por medio, no hace falta decir cuáles son las vidas que merecen más interés. Por ejemplo, Maud de Belleroche (1922-2017: casi cien años), llamada así por el nombre de su último marido, nada menos que un barón, pero que había estado casada con Georges Gilbaud, otro personaje de leyenda y en el que el libro pone el foco muchas veces. Sucede que el matrimonio, luego de una primera  estancia en el Madrid de Franco, se asentó en la Argentina de Perón como tantos otros, pero con la singularidad de que ella –Maud- escribió una biografía de Evita. A Francia volvió en 1950, poniendo el contador a cero. Un verdadero camaleón.

O también Corine Luchaire (1921-1950: no llegó a cumplir los treinta), hija de un colaboracionista, Jean, de primerísima fila. La mujer, por el contrario, no supo acomodarse a la Francia de la liberación, la de los chivos expiatorios y las rasgadas  de las vestiduras: lo que fue la purga.

Fernando Castillo ya nos había dispensado estudios espléndidos (por lo concienzudos, casi detectivescos) sobre el Madrid de 1936-1939 y sobre el París de 1940-1944: dos sociedades con mucho de irrespirable, porque en ellas faltaba la mínima transparencia para vivir con algo parecido a la libertad. Y sabíamos que el autor era un experto en eso que se conoce como la psicología social, las mentalidades dominantes o como queramos llamar.

Como bien explica Antonio Muñoz Molina en el Prólogo –en sí mismo, una pieza propia-, particularmente “hacia los estados de ánimo, públicos y privados, y las superficies estéticas tan seductoras y tan tóxicas de la época: la modernidad del art-déco y las arquitecturas racionalistas y (también) la otra modernidad paralela de las ideologías monstruosas, que fueron tan atractivas para muchos millones de europeos en parte por la propensión humana a la irracionalidad, en parte por el aire de novedad con el que se presentaban”.

Termina mi tocayo precisando, a modo de consuelo, que ese “aire de novedad (de aquellos planteamientos) y por tanto de atractivo” era “mucho mayor de lo que puede apreciar nuestra mirada retrospectiva”. Pero, visto lo que está pasando en este 2025, y no sólo en España, no sé si de verdad hemos progresado tanto.

 

Corinne Luchaire