Ilustración de Richard Scarry’s

 

Si se tienen niños pequeños para alimentar y una separación reciente, no se puede dudar en cuanto a la decisión de buscar empleo o no. No hay opciones.
Lola vivía en una confortable casa alquilada con su esposo y sus hijos pero al separarse entregaron la vivienda. Su ex se fue a vivir con un amigo soltero y ella terminó tocando el timbre de la puerta  de Elvira, su madre.
Lola era una mujer de 35 años, con buen aspecto, prudente, puntual y con entusiasmo para empezar a trabajar. Bueno, muchas opciones no tenía ya que su esposo se negaba rotundamente a pasarle la cuota alimentaria para sus hijos diciendo que no tenía trabajo. Dicha excusa era verdad. Pero también a él le gustaba más la parranda que sudar la camiseta. Y por dicho motivo Lola se había separado. En el último tiempo Lola había amenazado con llevarse a los niños y dejar la casa. Su marido no creía que ella fuese capaz de hacerlo.
Años atrás Lola se encontraba felizmente estudiando en la Facultad de Ciencias Exactas. Le faltaban dos años para terminar cuando dejó los estudios para mudarse con su marido, Pocho, quien años más tarde le dio hijos y algunos dolores de cabeza ya que era como otro niño más.
Lola empezó la búsqueda incansable de un trabajo en agencias donde la llamada telefónica nunca llegó. Después de varias semanas consiguió el empleo con la dama de los perros.
Se notaba que Lola era lo que se dice una mujer organizada porque hacía las tareas de una manera fácil y rápida. La señora de los perros la veneraba y decía:
-¡Ay!, Lola, lamento tanto no haberte conocido antes.
La dama observó que era muy eficaz. La contrató definitivamente. Lola no dudó en exigir que le mejorase el salario ya que eran muchas las tareas que debía cumplir durante el día.
-Señora, el sueldo que usted ofrece es muy bajo, yo tengo dos niños -dijo Lola.
-Bueno, déjame hacer números y te digo -contestó la señora.
-También puedo venir varias horas y marcharme -dijo Lola.
-Déjame pensar, déjame hacer números.
Ilustración de Richard Scarry´s
Finalmente llegaron a un acuerdo favorable para ambas partes.
Lola era una mujer vivaracha de esas que, apenas les explicas, capta.
Ese verano, la dama de los perros decidió ir a veranear con sus amigas a la costa atlántica, y dejó a Lola encargada de la casa tras darle algunas recomendaciones, y decirle los pagos y depósitos que debía hacer, entre otras cosas. La dueña de los perros se fue tranquila y al regresar vio que todo estaba en orden.
Lola trabajaba de una manera estupenda, tanto que parecía perfecta. Solo que tenía algunos defectos, como guardarse las vueltas de las compras o llevar a su casa algunos comestibles de la alacena a su casa que, claro, eran para sus hijos. A pesar de algunos faltantes, la dama no decía nada por que no se daba cuenta de ello.
Semanas más tarde, una noche la dama de los perros enfermó y Lola llamo por teléfono a una ambulancia quien llevó urgentemente a la mujer a una clínica. La mujer padecía un dolor punzante en la ingle que no cesaba, era evidente que no se trataba de un ataque de hígado. La dama fue operada de apéndice apenas llegó. Lo cual significó un poco de tranquilidad para Lola ya que se suponía que era algo más grave.
Lola se quedó sola.
La situación fue oportuna para que Lola recibiera las visitas fugaces de su novio Alberto. Lola tenía un imán para los perdedores. Mientras la señora estaba en la clínica, Lola hizo una importante venta de cachorros gracias a un aviso en la revista «Quiero un cachorro de regalo». Lola pensó hacer un depósito bancario para no tener el dinero en la casa, pero lo que no sabía era que Alberto estaba al tanto de todo movimiento y horas después de la venta, Alberto entró en la casa por la puerta de servicio y se llevó el monto equivalente a la venta de cuatro cachorros. Alberto tenía una llave, la misma llave que Lola suponía que había perdido en el supermercado junto a una billetera semanas atrás.
Lola estaba desesperada. Ella nunca había mencionado la pérdida de la llave, el dinero que estaba en la billetera era escaso, apenas unas monedas. Por la llave no se preocupó. Mandó hacer una copia que se la entregaron al instante. Lo que nunca imaginó fue semejante situación y pidió el dinero prestado para reponerlo.
Al regresar la dama le contó que había perdido la llave. La dama enseguida consultó a las paginas amarillas, llamó a un cerrajero y cambiaron todas las cerraduras.
Ilustración de Richard Scarry’s
Sandra Ávila
Buenos Aires, 1980