Sería mejor conocer como acaba lo que empieza de una forma confiada, incluso con entusiasmo. De poder saberlo nos ahorraríamos innumerables tragedias y errores aunque también podríamos caer en la inacción. El motor de muchas actuaciones es creer que el final puede estar a la altura de nuestras esperanzas iniciales. Viene esto a cuento del ochenta aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana de Polonia, el 1 de septiembre de 1939.
Días después siguieron las declaraciones de guerra de Francia y el Reino Unido, aliados de Polonia, contra Alemania, y la posterior invasión rusa de la parte este de Polonia. Entonces alemanes y rusos habían firmado un pacto de no agresión con cláusulas secretas. Quién les iba a decir a los entonces amigos interesados que se iban a convertir en el plazo de un año y medio en enemigos mortales. Resulta evidente que la guerra trae su ración de muerte y dolor. Pero lo que nadie imaginaba en aquel lejano septiembre de 1939 era que duraría siete años y causaría más víctimas que ningún otro conflicto armado de la historia de la humanidad.
Quien siembra vientos recoge tempestades, se podría aplicar a la política de Hitler, aparte de muchas cosas más que son sabidas. Sólo recordar en este aniversario los días finales y posteriores de la guerra en Europa. En Asia seguiría unos meses más hasta que los norteamericanos arrojaron dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para doblegar la resistencia japonesa. Cualquier escenario podría servir para reflejar la barbarie de una guerra de aniquilación. Pero elegiremos al Berlín que siete años atrás iba a ser la capital de un imperio de durase mil años según la propaganda nazi.
A mediados de abril de 1945, unas semanas antes de la capitulación alemana, los rusos se lanzaron el asalto final de la capital alemana. Para quien esté interesado en el aspecto histórico dispone de numerosos libros. Entre los mejores está Berlín. La caída, 1945, del historiador inglés Antony Beevor. https://bit.ly/2k6tro8 Documentado, extenso y ameno. Sabe conjugar el dato preciso y la anécdota entrelazándolo con la Historia. Lo mejor que se puede decir de él desde un punto de vista narrativo es que pese a sus numerosas páginas se lee con gusto. Aún conociendo el final nos preguntamos cómo irá a terminar, sobre todo los personajes que aparecen y que nos permite seguirlos en el día a día.
Atrapados entre las ruinas de una ciudad destruida en un 80 por ciento debido a los bombardeos aéreos y los feroces combates entre atacantes y defensores, había una numerosa población civil que no pudo huir. Como la movilización había sido total por parte de las autoridades nazis reclutando incluso a viejos y niños en la defensa de Berlín, lo que predominaba eran mujeres.
Una de ellas era una periodista berlinesa, Marta Hillers, que se dedicó a tomar notas de lo que ocurría antes y después de la caída de Berlín. Años después se transformó en el libro que firmó como anónima para proteger su identidad: Una mujer en Berlín. Anotaciones de diario escritas entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945 (Anagrama, 2005) que fue publicado primero en inglés en los años cincuenta y luego en alemán. No fue un libro con suerte pues contaba lo que todos deseaban olvidar, tanto los vencidos como los vencedores.
En cualquier guerra, el premio del vencedor ha sido el botín y el pillaje. Si antes se ejercía de una forma caótica y desenfrenada, en las últimas guerras se ejerce de manera individual y, por lo tanto, no generalizada ya que está castigado por la legislación militar. En abril de 1945 los soldados rusos que entraron en Berlín venían combatiendo a los alemanes desde hace años. Habían sufrido graves pérdidas (los rusos fueron quienes más muertos pusieron en la balanza de víctimas) y muchas privaciones. Los bienes materiales, muchos de estos soldados campesinos ni siquiera conocían su existencia, atrajeron su atención, en especial los relojes. Luego estaba la afición a la bebida y, por último, las mujeres.
Se calcula que dos millones de mujeres alemanas fueron violadas por el ejército soviético cuando entró en Alemania, de las cuales unas ciento noventa mil en Berlín, según cálculos de fuentes hospitalarias. Muchas de forma continuada. Pero también hay que reconocer que no todo soldado ruso se convirtió en un violador. Hubo unidades que no cometieron ninguna violación, otras, por el contrario, lo hicieron en conjunto, y hubo soldados que acabaron delante de un pelotón de ejecución y otros que violaron a niñas de nueve años. Pese a la propaganda no fue una cuestión de odio a la mujer alemana, sino necesidad, diversión y si acaso una venganza en contra del soldado alemán que invadió su país y también cometió su ración de atrocidades.
«Una mujer en Berlín» no es un libro que ideológicamente tienda hacia un lado determinado. También aparecen militares rusos que procuran ayudar. Pero la víctima goza siempre de nuestra simpatía, venga de donde venga, y esta mujer que aguantó lo indecible, aparte de múltiples violaciones, es un testimonio universal.
Los hombres cuentan poco. Transigen y animan a las mujeres a entregarse si les va la vida en ello porque la ley de supervivencia es clara y rotunda. Luego echan en cara a las mujeres su comportamiento como hace el novio de la autora cuando vuelven a encontrarse.
La autora mira alrededor y describe miserias (muchas) y grandezas (pocas) sin demasiados juicios morales. Sólo constata hasta qué punto la gente puede degradarse por comer un trozo de pan duro. O como todo da la vuelta y la vieja ideología cede el paso a la nueva. Los vencidos del ayer son los vencedores de hoy aunque para la horda una mujer es una vagina, sea judía, alemana, anfifascista o nazi.
Anónima es poco propensa a gestos heroicos. Sabe un poco de ruso y como buena mujer tiene el don de lo práctico. Sólo busca sobrevivir en aquel infierno. Lo conseguirá. Atrás, muy atrás, queda el 1 de septiembre de 1939.
https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/una-mujer-en-berlin/9788433970800/PN_619