Una escena de la película «Mr. Jones» de Agnieszka Holland. James Norton interpreta a Gareth Jones, el periodista que destapó la hambruna en Ucrania ordenada por Stalin

 

De los dos grandes totalitarismos del siglo XX, el nazismo y el comunismo, sabemos todo del primero. Raro es el día que no aparezca algún libro sobre cualquier aspecto, incluso el más peregrino. Visto como una encarnación del mal absoluto sabemos todo de los crímenes cometidos y los campos de exterminio pero no del comunismo y del Gulag, aunque el número de víctimas fue muy superior bajo el comunismo. El libro de Manuel Florentín Escritores y artistas bajo el comunismo. Censura, represión, muerte (Arzalia, 2023), con un jugoso prólogo del historiador Antonio Elorza, remedia esta laguna.

El periodista, escritor y editor Manuel Florentín fue el autor de Guía de la Europa Negra. Sesenta años de extrema derecha.  (Anaya y Mario Muchnik, 1994) uno de los primeros libros que se publicaron en España cuando esa tendencia política empezaba de nuevo a levantar el vuelo en varios países europeos. Como cuenta en este libro, vio la enorme biografía crítica que había sobre las víctimas del nazismo y del fascismo, mientras que los libros dedicados al comunismo se limitaban en su mayor parte a la historia  política y económica.

Florentín trabajó con el editor Mario Muchnik, amigo de denunciar cualquier totalitarismo, algo que hizo en su catálogo al publicar libros como Los archivos literarios del KGB, de Vitali Chentalinski, sobre la persecución de los escritores rusos durante el régimen comunista. En su segunda etapa de editor en Alianza Editorial, contactó con numerosos autores procedentes de la Europa del Este por motivos editoriales. Todo ello le condujo a contar la historia del comunismo a través de las vidas de los intelectuales, artistas y escritores que defendieron la libertad de expresión, y pagaron por ello un alto precio que en muchas ocasiones les supuso la cárcel, torturas, campos de concentración, e incluso la muerte.

Florentín hace un estudio global, no se limita a la Rusia soviética sino que mira hacia todas las geografías e incluso presta atención a esos intelectuales, artistas y escritores que vivieron en los países occidentales y que, debido a su filiación política, no sólo no creyeron lo que contaban los supervivientes de las persecuciones en los países comunistas, sino que incluso les atacaron como reaccionarios.

Presos en un campo de concentración soviético en los años treinta

 

El resultado de este trabajo enciclopédico que se lee con agilidad y es también un cúmulo de biografías de los protagonistas, nos descubre muchas cosas que no sabíamos, y que a ratos nos sobresalta y otras nos conmueve, pero que siempre interesa.

Florentín empieza con un análisis de la represión en la Unión Soviética, que empieza con Lenin y Trotski, y que  Stalin perfecciona. Describe en páginas de extraordinaria eficacia, la generalización del terror y la sospecha general, y que se concreta en la denuncia, un factor estructural de los regímenes comunistas que buscan que nada se les escape. Nunca hay suficientes policías para vigilar a todo el mundo y por eso se recluta a innumerables colaboradores, algunos de los cuales serán también otros intelectuales, artistas y escritores que desconocíamos. Isaac Babel, por ejemplo, fue traductor de la Checa antes de caer en desgracia, ser torturado y ejecutado.

Asistimos a un desfiles de víctimas cuyos verdugos serán las víctimas de la purga siguiente y donde se extraen confesiones absurdas a través de la tortura. Sólo se respeta el brazo derecho para que puedan firmar la confesión y, un tiempo antes del juicio, la cabeza, para que en el juicio no parezca que han sido torturados.  

Da igual la edad o la fidelidad al Partido, siempre hay algo de lo que se puede sospechar. El corresponsal de Pravda, Mijail Koltsov, que cubrió la Guerra Civil española, fidelísimo de Stalin, horas antes de ser detenido hizo una encendida defensa de Stalin en la sede de Unión de Escritores. Fue ejecutado en 1940 tras confesar, previa tortura, que era trotskista y espía de Alemania, Francia y Estados Unidos. Su mujer, la alemana María Osten, fue acusada de ser espía nazi. Torturada no lograron que confesara que era agente de la Gestapo lo que tampoco le valió de nada, ya que fue ejecutada en 1942. Quien armó las acusaciones, el entonces jefe de la NKVD, la policía política y antecedente del KGB, Nikolai Yezhov, y del que Koltsov había alabado su trabajo, también acabó arrestado, torturado, y ejecutado.

Georges Soria (izad), María Osten (centro) y Mijael Koltsov (derecha) durante la Guerra Civil española, 25 septiembre de 1936

 

Una forma eficaz de que la sociedad se controle a sí misma mediante el terror y donde nadie esté seguro, ya sea víctima o verdugo. La lista de ejecutados, en los archivos del KGB, ocupaban 400 volúmenes. La comparación con la Alemania nazi habla por si sola. En 1938 había internadas en campos de concentración rusos un millón de personas frente a las 20.000 que había en Alemania. Con la Segunda Guerra Mundial suben las cifras pero siempre con una notable diferencia a favor de los campos rusos.

En este historial de la infamia, que llega hasta años recientes del siglo pasado con los regímenes comunistas asiáticos, africanos y latinoamericanos resulta interesante constatar la ceguera de los intelectuales afines en los países occidentales. Gabriel García Márquez, estuvo en Hungría en 1957 después de la insurrección de 1956, como parte de una delegación de observadores occidentales y publicó un reportaje en una revista colombiana. Percibió una atmósfera triste, vio los edificios en ruinas por los combates, y grandes colas para comprar el pan o el transporte público. Sin embargo, cuenta la Revolución húngara como un movimiento reaccionario de la Iglesia y los latifundistas que manipularon a los estudiantes y obreros.

Pablo Neruda fue otro de los exégetas del comunismo que no dudó en afirmar en 1971 que se estaba viviendo una época donde gobernaban los poetas, refiriéndose al presidente chino Mao Ze Dong y el vietnamita Ho Chi Minh.

Pero tampoco estuvieron libres de estas creencias los intelctuales y escritores españoles. Una parte importante de ellos militaron en el Partido Comunista al que veían como el principal instrumento de lucha antifranquista, pero también para instaurar un régimen socialista “revolucionario”. Con la invasión de Hungría y Checoeslovaquia fueron cambiando poco a poco sus simpatía hacia China o Cuba, buscando esa sociedad igualitaria y negando de nuevo los errores de esos regímenes, un proceso que también ocurrió en otros países occidentales. Sólo con la llegada de la democracia y el deterioro imparable de las “democracias populares” dejaron su militancia.

Un cuaderno de Alexander Solzhenitsyn durante su encarcelamiento en el Gulag

 

Sin embargo, durante la visita que hizo a España para intervenir en un programa de televisión, el escritor y futuro premio Nobel ruso Aleksander Soljenitsin, autor de Archipiélago Gulag fue atacado por diversos escritores. Juan Benet escribió que “mientras existan personas como Aleksander Solzhenitsyn, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir”. Estos ataques fueron secundados también por escritores como Francisco Umbral, Montserrat Roig y Camilo José Cela.

Como recuerda Florentín citando a Orwell “el pecado de casi todos los izquierdistas de 1933 en adelante es que han pretendido ser antifascistas sin ser antitotalitarios”. Combatían el fascismo porque era un sistema dictatorial, antidemocrático y de partido único, que violaban los derechos humanos y rendían culto al líder único, y se vivía en un estado policial. Igual que ocurría en Rusia, China, Cuba o los países del este de Europa.

Para los comunistas, aceptar la verdad del terror significaba hacer el juego a la contrarevolución. “Las intenciones del comunismo eran buenas, pero las intenciones no justifican los hechos, y los hechos son que fueron dictaduras que reprimieron durante décadas a sus pueblos, que violaron los derechos humanos”. En definitiva, concluye Florentín, “no es una cuestión de derechas o izquierdas, sino de humanidad o inhumanidad”.

 

 

 

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